martes, 30 de diciembre de 2008

Mis mejores deseos

Llevamos unos cuantos días dando y recibiendo mensajes cargados de bondades para 2009. Orales o textuales, da lo mismo. Es el momento de hacerlo, ahora que todos cerramos nuestra agenda y sustituimos el calendario por uno nuevo.

En unos casos esos cumplidos nacen espontáneamente, acompañados de emociones, sonrisas y abrazos. En otros casos no dejan de ser pura formalidad, un feliz año mecánico, carente de implicación sentimental. Es lo que tiene vivir en sociedad, entre convencionalismos que se nos escapan.

A lo largo de enero nos encontraremos a personas con quienes no habíamos cruzado felicitaciones todavía. A veces nos parecerá que el plazo de entrega de esos deseos ya terminó. Cada uno siente antes o después que la frontera temporal de los parabienes queda rebasada a partir de un día concreto. Yo creo que, una vez ha pasado un par de semanas tras el día de Año Nuevo, ya no es tiempo para ese tipo de cortesías. Daremos por hecho que el mensaje habría sido entregado o recibido de todas formas. Con unos tuvimos la oportunidad de cumplir... y con otros nos descuidamos tal vez. No le demos vueltas.

En definitiva, queremos lo mejor para los nuestros. Deseárselo puede resultar redundante, pues se presupone que reclamamos solo cosas buenas para ellos. Aun así, no dejemos de verbalizarlo. Conozco a quienes creen que lo que no se dice no existe.

Hagamos que todo lo bueno exista:

¡Para 2009, todo lo mejor!

lunes, 29 de diciembre de 2008

De ilusiones

Un día dije en este blog que tenía aversión a los listos, los sobraos, los maleducaos y los aprovechaos. Pues bien, tampoco me gustan los que dan su palabra y después no cumplen con su compromiso. Supongo que entran dentro del subgrupo de los maleducaos y también del de los listos.

Recientemente me he llevado un chasco muy gordo con alguien que un día dijo una cosa y ahora ha dicho otra muy distinta. La cara de gilipollas, en estos casos, no hay que forzarla. Sale sola. Uno pasa primero por la decepción, la transforma después en cabreo, y éste, nuevamente, vuelve a convertirse en un decepcionado pesar.

Junto a la decepción, el vacío. Cuando crees que cuentas con algo y, repentinamente, eso que estaba a tu alcance se esfuma, la sensación es de hueco insondable. Las ilusiones ocupan un área de unos cuantos centímetros cuadrados -difícil medir- y llenan también un lugar -complicado cubicarlo-. Hay ilusiones de mayor recorrido que otras. Son, quizás, las que acaban llevándote hacia otras, y éstas engendrando otras,... y así. Supongo que son las que llenan más. Y dejan un vacío mayor cuando desaparecen.

En fin, son cosas que nos pasan a todos. Para cada cual sus disgustos son los más terribles y no siempre es fácil dejarlos a un lado y seguir adelante. Bueno, hasta que uno mira atrás y, tomando algo de perspectiva, se da cuenta de que ya quedaron lejos otras situaciones que fueron peores en comparación. Entonces lo mejor es tomar aire para llenar ese hueco dejado por la ilusión que se ha evaporado.

Pero entonces queda el recelo.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Comer de la lumbre

Llega, además, la parte culinaria de un buen fuego. Lo mejor, aparte de calentarse y dejarse cautivar, es poderte preparar la comida.

Un puchero de alubias hechas lentamente es un auténtico lujo. A mi madre le quedan exquisitas. Sólo hay que procurar que las llamas tengan la fuerza justa y mimarlas a ratitos.

Las migas de mi padre también merecen mención especial. Las trae del pueblo rajadas ya. El pan aguanta mucho y así puedes disponer de unas pocas para hacerlas en cualquier momento. Una buena sartén, una paleta, agregar los ingredientes cuando corresponde y voltearlas hasta que estén listas. Ese es su secreto, aparte del fuego.
La parrilla también es un fantástico aliado un día junto a la chimenea. Y la previsión también. Si no se ha pasado antes por la carnicería, difícilmente podrá hacerse nada sobre las ascuas. Nunca he probado con verduras.
Hace pocos años la plancha también entró a la chimenea. Fue nuestro hallazgo más logrado. Basta con preparar una buena cama de rojo encendido, poner la plancha a calentar y hacer pasar por ella todo lo que a uno se le ocurra. Punto de aceite y pizca de sal. Queda todo delicioso.

Y a media tarde, cuando pica el gusanillo, siempre se puede tirar de una sartén para asar castañas. Una vez hechas, solemos echarlas sobre un papel de periódico para que se enfríen un poco. Lo justo para no quemarnos al comerlas.

¿Qué tal unas patatas? No hace falta pelarlas. Se envuelven con papel de aluminio y se entierran entre las ascuas. En cuestión de unos veinte minutos están listas. Abrirlas y ponerles la salsa que más nos guste.

Es lo que tiene.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Al amor del fuego

Uno de los grandes placeres cada invierno es sentarse ante la chimenea encendida. La lumbre tiene un nosequé de brujo llameante que engatusa al primer contacto.

Para echar fuego es imprescindible tener leña. Dicen que la leña calienta varias veces: al cortarla, al cargarla, cuando la metemos en casa y, finalmente, mientras arde. No les falta razón, su poder calorífico es así de amplio. Hace años el proceso había que realizarlo completo en la mayoría de los casos. Ahora, instalados en esta comodidad relativa, lo habitual es comprar la leña cortada (ya hecha). Yo casi todos los años entro en calor descargando, transportando y apilando todos esos troncos, bueno, digamos que la mitad, ayudando a colocarlos de forma que no ocupen mucho espacio y sea fácil disponer de ellos.

Esa pila irá mermando de un año para otro, dando siempre la oportunidad a más de un animalillo de anidar o cobijarse entre sus piezas leñosas. Y acabará por desaparecer tarde o temprano, habiendo acogido durante una temporada algo de vida.

En cuanto al fuego, cuesta creer que algo tan destructivo pueda resultar hermoso. Pero lo es. Un buen ceporro abrazado por las llamas dentro del hogar de la chimenea es algo prodigioso. Contemplarlo es un placer adictivo. La danza de las llamas nos deja hechizados y su calor nunca llega a ser demasiado. Podría estar horas y horas charlando, o leyendo, o ensimismado. Enmimismado. Sólo hay que atizar un poco al genio para que siga vivo y no se escape.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Vredaman

Hoy he terminado Vredaman, la novela de Unai Elorriaga (versión en castellano de Alfaguara, 2006). Ya fue reconocido y laureado por su novela Un tranvía en SP, como sus demás obras, escrita en euskera y traducida con posterioridad. De ésta recuerdo su tremenda fragmentación y aquel mosaico tan logrado en el que las piezas aparecían aisladas y a la vez íntimamente interrelacionadas. Asistíamos a los sueños y ensueños de su protagonista, subiendo los últimos peldaños de la vida como en una ascensión a alguna de las montañas más altas del planeta. Fue un juego creativo y experimental que leí con interés.

Vredaman conserva parte de los logros estilísticos y formales de aquella, pero va más allá. También en ella escuchamos diferentes voces, ecos de edades distintas. Nos reencontramos con los niños y las narraciones filtradas por el prisma del pensamiento infantil. Son historias tiernas, llenas de seres singulares en búsqueda permanente, mostrados por un niño que nos lleva de un lugar a otro. Nostalgia, inocencia, recuerdos. Niños que cazan insectos y experiencias nuevas, hombres con ilusiones que se plantean retos, mujeres que atesoran secretos; chavales que investigan sobre otros hombres y acaban valorando su enorme talla personal.

Oímos el latido de sus corazones, sentimos el calor de sus emociones, nos prende su emotividad creciente.

Tenía una duda con respecto al título. He descubierto en internet que Vredaman es una palabra inventada, que no aparece en el libro, y que el autor la sacó de la mezcla del nombre de uno de los personajes de la novela Mientras agonizo, de William Faulkner, un niño llamado Vardaman, y del nombre de un pintor holandés, Vredeman de Brie, que tuvo un hijo que nunca pintó un cuadro original, sino que lo único que hizo fue copiar los de su padre.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Los jueves al sol

En febrero busca la sombra el perro. En este diciembre no. Y en algunos febreros tampoco. Esta mañana era un placer exponerse al sol. Se llega a notar cómo sus brazos te alcanzan la cara y ésta se enciende.

Y por la noche, en el mismo instante en que uno se sienta en el sofá y se ensombrece un poco frente al televisor, ese calor parece devolverle algo de vida a la piel. Debemos tener un pequeño acumulador en algún lugar entre la epidermis y los tuétanos. Y despide calorías cuando no hay sol.

Anoche una noticia pulsó el botón del disipador de calor. Tuve que apartar la mantita bajo la que estaba sentado cuando Mara Torres anunciaba que, por ahora, esa posible jornada-muerte-en-vida de 65 horazas semanales quedaba en stand-by. Las manos y los pies se me caldearon al instante.

Pero el frío amenaza con ponerse a soplar sus aires escarchados. Esa jornada-hacedora-de-zombis no se descarta cualquier día del mañana. Se mantendrá agazapada sobre el yeso de los falsos techos de los centros de trabajo, acechando entre sus tornos de entrada, dentro de las ranuras para las tarjetas de fichaje, escondida dentro de las máquinas de café, con la respiración contenida.

Hoy jueves, que podría ser otro día cualquiera, bajo el sol previo a mi entrada al trabajo, no dejaba de sentir que ahora sí somos afortunados. Hace años muchos trabajadores no podían deshacerse de su mantita por las noches. No habían acumulado el calor que al sol le sobra. No tenían ni un triste rato para llenarse.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Un agujero negro en casa

-Ahí está. Es negro, como todo lo negro que hay a su alrededor. Es el sumidero cuyo poder de succión amenaza con tragársenos a todos. Una galaxia entera regida por el poder del Rey Negro. Estuvo ahí durante millones de años hasta que se apagó. Consumido, pasó a ser sombra, la sombra que necesita engullir infinitas masas solares para seguir existiendo.

Mathias no paraba de hablar en el tono novelesco y misterioso que solía utilizar cuando quería divertirse. La entonación de los documentales de ciencia siempre le había hecho gracia.

-Y lo tenemos en nuestra propia casa. La Vía Láctea tiene bicho. Un inquilino que nunca se marchará. Todo lo contrario: permanecerá ahí, en el centro, moviéndolo todo en torno suyo. Es el más seductor, el que todo lo atrae. Ahí pueden verle, con su ballet de jóvenes estrellas danzándole alrededor.

Sus compañeros le sonreían con miradas de resaca. La noche anterior se habían ido directos del Instituto Max Planck al bar más cercano. Querían celebrarlo. Algunos llevaban los dieciséis largos años en el mismo proyecto. Ya era hora, por fin resultados. Al día siguiente la noticia se publicaría en todo el mundo. De eso hablaban, y de otro montón de cosas, a medida que iban vaciando las jarras de cerveza sobre la mesa de siempre.

El astrónomo Reinhard Genzel se había pasado la tarde contrastándolo todo una y otra vez. Sin la certeza de haber acabado, pidió a su equipo que se fuesen marchando al bar, que él iría un poco después. Quiso quedarse solo, junto a su telescopio. Se frotó los ojos. Le escocían. Se acercó a las lentes, pero decidió no ponerse a mirar. Apagó las luces del centro y sintió un gran alivio. En aquellos momentos no estaba para preocuparse por la repercusión de su estudio. Ya saldrían todas las publicaciones. Sólo le importaba parar por fin. Unos instantes nada más.

Y no pensó en nada.

De camino a la cervecería pensó en su mujer.

-Oye, Reinhard, ¿tú crees que han merecido la pena tantos años para esto? Nadie lo verá jamás a simple vista,... a no ser que vayan al centro y miren por el VLT... y aun así, tampoco.

El astrónomo miró al profesor Stuck. Demasiadas cervezas de ventaja, pensó. Saludó a todos efusivamente, recibiendo abrazos alcohólicos y cariñosos alientos cerveceros. Ya habría tiempo de organizar la celebración que el éxito merecía. Se marchó a casa. Necesitaba ver a Hanna.

También a partir del artículo publicado ayer por Rosa M. Tristán en El Mundo.
http://www.elmundo.es/elmundo/2008/12/09/ciencia/1228850495.html

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Un logro científico

Todos los días llegaba restregándose los ojos con las manos. Los tenía irritados, llorosos; incluso, iba por días, con marcas alrededor, como si hubiese llevado grandes gafas muy pegadas a la piel de la cara. No le apetecía ponerse a ver la tele. Tanta luminiscencia le hacía daño tras volver del trabajo. Tampoco leía. Demasiado esfuerzo visual. A veces tenía que entornar los párpados para soportar la luz incandescente de las bombillas de la casa.

Su mujer se paró frente a él y, después de darle un beso de bienvenida, volvió a mirarle nuevamente a los ojos. Más acuosos que nunca. Cabeceó.

-Reinhard, no puedes seguir así. ¿Tú te has visto? Llevas más de quince años en ese centro de observación. Cada día tienes la vista más cansada. Ya ni puedes mirarme con esos lagrimones que se te caen en cuanto entras y enciendes la luz. ¿Cuánto te ha aumentado la miopía? Ni siquiera lo sabes.

Se marchó al salón sin obtener respuesta de su marido. Se acomodó en el sofá con su cojín a la espalda y cambió de canal hasta dar con el programa que buscaba. A esa hora le encantaba ver Küstenwache, su serie policíaca preferida de la 2DF.

Reinhard apareció tras unos instantes, se sentó a su lado y, como todas las noches, con la cabeza gacha, evitó que el resplandor de la pantalla le deslumbrase. Siguió sin decir nada. Hanna permanecía atenta a las peripecias del capitán Ehlers, que en este capítulo olfateaba el rastro de unos ladrones de arte. Llegó el corte de publicidad y quitó el sonido del televisor. No soportaba el bombardeo acústico cuando ponían los anuncios.

Se había hecho el silencio en la casa de los Genzel.

Era un respiro habitual, en el que cada uno se centraba en sus propios pensamientos. Durante ese intervalo se pudo oír un leve gemido. Hanna lo advirtió muy de cerca; hubiera dicho que provenía de al lado. Se volvió hacia su marido y éste, sin poder reprimirse más, se puso a llorar abiertamente. A ella el corazón se le encogió.

-Lo siento. Siento haberte dicho todo eso. Sé que, aunque me duela verte así, no tengo derecho a pedirte que lo dejes. Llevas tanto tiempo en ello... Perdona.

Entonces él se repuso por momentos. Negaba con la cabeza, como queriendo decirle que no debía disculparse, mirándola mientras trataba de calmar su llanto. Le lanzó una sonrisa. ¿Sonreía? Era como una explosión inesperada de alegría, sobresaliendo de entre la rojez habitual de los ojos de Reinhard. Ella se quedó parada. No sabía cómo reaccionar ante aquel inexplicable y repentino paso del sollozo a la felicidad. Esperó.

-Cariño, lo hemos conseguido. ¡Por fin tenemos resultados!
-Entonces, lo de hoy... hoy tus lágrimas...

Se echó a sus brazos. Esa noche, durante aquel corte de publicidad, los dos lloraron de verdad. De alegría.

A partir de un artículo publicado por Rosa M. Tristán hoy en El Mundo.

martes, 9 de diciembre de 2008

¡Menuda contada!

El domingo fuimos a ver mi amiga Pilar Casas a la sala Plot Point de la calle Ercilla, en Madrid. Presentaba por primera vez Sexo, mentiras y otras historias, un conjunto de cuentos que, sin duda, va a seguir contando muchas veces más.

Fue una velada deliciosa, llena de pasajes hermosos, escritos con una magnífica intuición literaria, y contados con su espíritu lleno y esa voz que tanto me gustaba escuchar cuando trabajábamos en la radio.

Pilar ha logrado reunir una colección de personajes entrañables, habitantes de un mundo existente hoy entre la nostalgia de otros usos y una cotidianeidad que le pertenece sólo al que observa. Descubrimos entre ellos montones de almas anhelantes, mentiras contadas en pos de algo bueno y positivo, secretos que se descubren... y vuelven a cubrir, o también las gracias infinitas por alguna que otra plegaria atendida en su justo momento.

Nos encantó aplaudir las historias sobre pornógrafos de antaño y sus herederas vallisoletanas, o acerca de monjitas que acaban metidas en el mismo gremio, el del cine erótico. Enternecedor el relato sobre los deseos escritos en castellano que una modistilla franquea con destino a Alemania, recibiendo cartas de respuesta que destilan pasión en alemán. Los amores de un frutero y una cantante de ópera acaban siendo posibles, tangibles, a diferencia de otros flirteos imaginarios junto al estanque del Retiro. Incluso aprendemos que a la pérdida de respiración que sobreviene a un joven se asocia la de equilibrio en la doctora que le atiende.

Son ellas mujeres que suspiran por quereres y giros en sus vidas. Recuerdan algunas a la Emma Bovary emprendedora, la que acaba provocando los cambios que le darán la vida -y también la terrible muerte-. Ellos, hombres dispuestos a romper con las líneas marcadas e incitarlas a ellas a que les sigan en su camino.

Un gusto escuchar a Pilar, sabiendo que sus historias han nacido del cariño hacia las narraciones, creadas siempre para ser leídas, contadas y vistas. Qué bien cuenta. Un placer también el reencuentro con viejos amigos y conocidos, todos encantados igualmente.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Ya sé que hace frío

Cuando el frío arrecia los informativos abundan en lo mismo de siempre. Son los "directos del frío", recreándose una y otra vez en todo eso que ya sabemos porque nos lo han contado tantas veces... y, ¡qué leche!, porque lo experimentamos en nuestras carnes cuando salimos a la calle.

Ahora se lleva hablar de la sensación térmica. Queda muy bien en cámara y le da a la crónica un toque científico al que casi ningún redactor se resiste. Así que éste nos pide imaginar que, aunque el termómetro diga que los grados son tres, él/ella está sufriendo una cuasicongelación de gravedad extrema porque el viento cruel hace que la temperatura baje hasta el subsuelo.

Después nos dice que va a helar, que nevará incluso, que las máquinas quitanieves trabajarán a destajo y que los almacenes de los ayuntamientos ya están repletos de sal para esparcirla por las carreteras.

¿Y si nos quedásemos atrapados dentro de nuestro vehículo? Pues prevengamos pasarlo mal yendo bien abrigados, tengamos nuestro móvil a tope de carga, las cadenas, mejor saber ponerlas,... y todo eso. Ojalá pudiésemos llevar dentro del coche una máquina de café, té y sopitas calientes. Eso sería el colmo de la prevención.

Cuando muchas cosas no parecen ser noticia, o no interesa que lo sean, lo mejor es rellenar con estos contenidos tan socorridos. Cómo nos encanta ver a los redactores perfectamente enguantados, sosteniendo su micrófono escarchado, con bufandas hasta las orejas, gorros cegadores, narices con sabañones y ese vaho que mana de entre el castañetear de sus dientes.

Estoy deseando que llegue el verano y empiecen los "directos del calor".

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Buscando

Buscar piso tiene algo de proyección sobre el futuro. Cuando visitamos esos trozos de suelo suspendidos en el aire nuestra mente tiende a salir volando y se precipita desde esas plataformas de ladrillos con puertas y ventanas.

Contenedores de aire y de cosas entre las que querremos estar. Nuestra vida en un futuro próximo podría desarrollarse en ellos y paseamos a través de sus estancias para vernos haciendo todo lo que haríamos el día de mañana. Atraemos las imágenes de lo que podría ser, de cómo todo eso podría llegar a ser. Hay una memoria espontánea que actúa desde lo más secreto de la conciencia, que comienza a obrar trayendo al presente todo tipo de situaciones no vividas, sensaciones no sentidas, acciones no hechas. Ni tan siquiera olvidadas aun.

Nuestra imaginación reconstruye lo que está por llegar, como si en algún lugar del deseo esos acontecimientos ya hubieran tenido lugar. Los positivos.

Los negativos nos asaltan cuando nos disgusta algo de esos espacios en los que viviremos tal vez. "Olvida los muebles, la pintura, los pavimentos... eso siempre se puede cambiar. Céntrate en los espacios nada más." Y uno intenta situar ahí la escena feliz, ésa por la que siente predilección cada vez que se pone a fantasear, pero no le sale. Algo bloquea ese recuerdo de lo ilusorio y cuando eso sucede lo mejor es aterrizar. Cuando lo ideal no tiene cabida ni siquiera en el simulacro, quizás es mejor echar la llave...

...y seguir buscando.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Cazorla

Fin de semana de intensas pateadas, de hacer de piernas corazón. Magnífico destino el pueblo de Cazorla, enclavado entre peñas y vastos olivares. Dicen que la Sierra de Cazorla es la más extensa de España y la segunda más larga de Europa. Habría sido un placer tener más tiempo para seguir descubriendo muchos otros de sus rincones. Aun así, nos ha cundido tanto como para llegar a recorrer unos treinta kilómetros a golpe de bomba de sangre, abriendo bien los pulmones.

Hoy me visitan las agujetas, que no serán tan punzantes gracias al placer del recuerdo de esas magníficas visiones. Ascender para después descender con el alma llena de imágenes hermosas.

La primera subida, desde el mismo centro del pueblo, resultó ser el tramo más difícil de todos. El guía impuso un ritmo que nadie se atrevió a frenar -al urbanita le cuesta reconocerse más torpe que el lugareño y prefiere una buena pájara al menoscabo de su orgullo-. Por fin llegamos al primer mirador, terraza sobre la que fue vital tomar la decisión de aminorar el paso. A partir de allí todo resultó más leve, menos pindio -como dirían en mis añoradas montañas cántabras-, y pasamos a preocuparnos menos por nuestras piernas y más por el paisaje, que acaba siempre acompañando al espíritu en forma de luz y de viento.

Qué placer poder oír el sonido de las hojas de los árboles al caer. En la ciudad también suenan pero nadie se molesta en escuchar. A veces el ruido lo enmascara todo. Qué gusto mirar al cielo y ver los buitres leonados y algún águila planeando en busca de comida, o bajar la vista y reconocer un grupo de ciervos que, en su ruta, se dirigen hacia el paso natural entre dos picos. O sorprender a un muflón que nos observa con escepticismo y con la seguridad de saberse a salvo entre el follaje. Incluso encontrar en el Pico de los Halcones algún fósil lleno de formas que alguna vez fueron seres, estuvieron vivos; o leer en la espectacular Cerrada del Utrero las palabras que el agua del Guadalquivir ha escrito sobre la superficie de la roca.

Tierras que, hasta la desamortización del XIX, pertenecieron durante muchos siglos a Toledo. El propio Cardenal Cisneros, vecino de Alcalá, tuvo bastante que ver con Cazorla. Era ya Arzobispo de Toledo y, por tanto, dueño y señor de este pueblo, cuando decidió permanecer dedicado al estudio y nombrar un Adelantado. Él se lo perdió. No quiso dejarse caer por aquel pueblo que tanto costó a los cristianos defender de los musulmanes, quienes, por otra parte, tanto bien hicieron en muchos sentidos. Los guías de montaña no sólo conocen al dedillo cómo llevarte por los caminos. También te hablan de Historia. Y te cuentan historias.

Y vuelta a casa, pasando por Úbeda y su espléndido casco histórico, que estos días exhibe pendones anunciando su Festival de Música Antigua, compartido con Baeza. Como tantas otras cosas.

martes, 18 de noviembre de 2008

El Oxford escogido

Anoche "Madrileños por el mundo" (MXM) dedicó su espacio a Oxford. Al igual que con otros destinos, varias personas de Madrid y aledaños llevan equis tiempo viviendo por allí y Telemadrid nos lo muestra. El programa es excelente, una de las pocas cosas que hoy merecen la pena cuando uno se propone pasar un rato frente a la tele. Ya se emiten varias versiones del mismo en las autonómicas de otras comunidades y no dudo que estén triunfando.

Hace ocho años yo también pasé en el viejo Oxon una temporada. Fueron casi seis meses de los que guardo muy buenos recuerdos. Great remembrances! Me marché con la intención de mejorar mi inglés, con la espinita de no haber hecho un Erasmus durante mis estudios universitarios clavada aún. Creo que cumplí con mi objetivo, aunque con los idiomas nunca se acaba -por favor, que nunca se acabe, y menos con el castellano-. Fue en el 2000 y no he vuelto desde entonces aunque últimamente, por varias razones, tengo todo aquello bastante presente.

Entiendo que el programa se propone mostrarnos cómo viven todos esos madrileños por allí. Cada uno lleva la vida que lleva y, dentro del mosaico que construyen, todo es arbitrario. Es evidente que no se nos muestra mucho de lo que nos gustaría ver de esta o de otras ciudades. Una gran pega: eché de menos el sol. Cuesta creerlo, pero también sale en Inglaterra. Aquel año que fui vecino de sus vecinos -aunque me negase al pago de una parte de la Council Tax que mi landlord insinuó que tendría que apoquinar- pude disfrutar de los meses más cálidos en esa ciudad.

Cuando llegué me dijeron que me había librado de uno de los inviernos más fríos que se recordaban por allá. No me libré, sin embargo, de pasar frío y humedades cuando me movía en bici. De eso no se libra nadie una buena parte del año -ni siquiera los viejos profesores de aquellos colleges, paseando en equilibrio inestable sobre sus bicicletas de manillares rectos-. Lo cierto es que recuerdo otro colorido en las calles y en el cielo. El Oxford de la pantalla era anoche más gris y oscuro que el que conocí.

Esperaba encontrar algunos lugares. Por ejemplo, no apareció el Sheldonian Theatre; no se oían los ecos de ninguno de los pasajes del Carmina Burana a cuya interpretación pude asistir una noche. Era la primera vez que lo escuchaba en directo y me lamenté de no haber estado más relajado para haberlo disfrutado más. Al principio tuve mala suerte con el alojamiento y pasé muchos días buscando casa. Aquella mañana me había trasladado al que fue mi hogar definitivo durante esos meses. El caso es que no estaba seguro de haber tomado una buena decisión y me rondaban dudas de todo tipo.

Tampoco anoche nos llevaron a The Trout, un magnífico pub alejado del centro, a las orillas del Támesis. Me llevaron Adrienne y su novio Colin. Se portaron muy bien conmigo y siempre les estaré agradecido por muchas cosas. Pasamos un día estupendo y comimos muy bien. Recuerdo el dintel de una de las puertas interiores del local, más baja de lo normal, sobre cuya viga de madera avisaban con un cartelito de que te agachases para no tener que quejarte después. Duck or grouse. El que avisa no es traidor.

Y eché de menos muchas otras cosas. Podrían hacerse cientos, qué digo, miles de programas de MXM sin salir del mismo enclave.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Todo tipo de señales

Y sigo sorprendiéndome cuando encuentro cosas dentro de los libros. Dejadas u olvidadas, da lo mismo. El caso es que aparezcan mientras los hojeo en un primer vistazo o durante su lectura. Es raro que esto pase cuando son nuevos, recién llegados de la librería, recién desenvueltos cuando alguien te los regala. En ese caso el regalo es el olor que desprenden sus páginas intactas: el perfume de la novedad. Sólo de un libro usado cabe esperar que guarde algo. Como cuando el volumen proviene de una biblioteca, o te lo presta un amigo, o sale de una estantería de casa tras haberlo utilizado alguien más. Quizás uno mismo.

Folletos con ofertas de productos que hoy ni siquiera se fabrican, tickets de compra -cosas pagadas en pesetas, o en liras italianas-, un carnet de un videoclub ya caducado, un cromo de una colección de una serie de televisión -debía ser "repe"-, la foto de un grupo de compañeros de facultad -nos la hicimos en los servicios y en su reverso encuentro dedicatorias de lo más escatológicas-, una postal de un lugar en el que nunca he estado -me da pudor leer una postal ajena, pero lo venzo siempre-, una lista de la compra, un marcapáginas promocional de uno de los lanzamientos de alguna gran editorial, el recorte de una página de un periódico -la noticia tenía que ver con uno de esos "días sin humos" con los que nadie se compromete nunca-, un boletín de notas -en realidad, una papeleta de notas de la universidad-, un billete de tren -de la red de cercanías de Madrid, estampado con una decoración especial con motivos navideños-, la breve vida laboral de un joven urbanita -no entiendo cómo esos documentos se dejan olvidados tan fácilmente-, un calendario de cartera en el que me da por mirar en qué día cayó mi cumpleaños hace unos cinco años -llevo unos cuantos en los que ha sido laborable-.

Muchas de esas señales me transportan hacia otros lugares y situaciones, hacia las vidas de otras personas desconocidas para quienes construyo durante unos segundos una existencia paralela. Reconstruyo lo que no sé si alguna vez se construyó. Y ellos nunca lo sabrán, pero acaban viviendo desdoblados en el espacio y en el tiempo, recuperando incluso alguno de los objetos que dejaron encerrados en un libro.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Alcine 38

Cada año procuro cumplir con mi cita con el cine en Alcalá. Debo llevar unos quince años inscribiéndome como jurado del público y, salvo dos o tres años que por razones laborales de todo tipo no he podido asistir, el resto de las veces intento ver cuanto más mejor.

Las películas de la sección Pantalla Abierta han tenido un nivel muy alto. Otros años la selección ha sido más desigual, pero en esta edición todas han estado prácticamente a la misma altura. De entre ellas destacaría La zona, de Rodrigo Plá, uruguayo que ha querido situar la acción en una urbanización de México rodeada por un muro de hormigón. Cuenta una historia en la que son clave la corrupción y una justicia muy particular nacida del puro miedo de los moradores de ese reducto dentro de una gran ciudad.

También hemos podido ver Los cronocrímenes, de Nacho Vigalondo, que resulta ser un entretenidísimo experimento tramado con almohadilla y bolillos de los de hacer encaje. Habrá quien piense que es serie B, pero a mí no me lo parece. Karra Elejalde mantiene en pie un estupendo guión rodado con muchísimo oficio a pesar de su tremenda dificultad. Y la misma tarde proyectaron Tres días, una producción andaluza cien por cien. La dirigió Francisco Javier Gutiérrez y tiene una factura muy estadounidense. Algo tendrán que ver en eso Antonio Banderas y su productora. ¿Qué haríamos si sólo quedasen tres días antes de que un meteorito destruyese el planeta? Que cada uno piense lo que más le apetezca hacer durante 72 horas. Una alegría ver a Víctor Clavijo en su interpretación más lograda.

Otra película con muchas estrellas es Yo, de Rafa Cortés. Es otra narración difícil en la que entramos en los problemas que un alemán recién llegado a Mallorca trata de resolver para sentirse integrado. Otro magnífico trabajo de Alex Brendemühl, que ya protagonizó también la estupenda Las horas del día, de Jaime Rosales. En Yo tenemos un ambiente opresivo y una atmósfera cerrada que contrastan con la luz y la apertura de la isla balear. De alguna forma asistimos al debate interior de Hans, el alemán, que acaba enfrentándose a sí mismo.

Además hemos podido ver variados cortos de origen europeo. Ha habido de todo, como en botica. En general, ojalá se mantenga este nivel en posteriores ediciones de Alcine.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Más señales entre páginas

En el libro de Adolfo Bioy Casares encuentro una tarjeta de embarque. El libro sirvió de entretenimiento durante un vuelo Madrid-Bruselas, concretamente el de Vueling VY6064 del 15 de marzo cuya salida estaba prevista para las 13:10. Mi desconocido, llamado ALONSO.../JA, acabó sentado en el 25C de la cabina de pasajeros (no referiré aquí las estrecheces que todos sufrimos en ellas, voluntariamente, desde luego, en mi caso en los últimos cuatro vuelos). Embarcó a partir de las 12:40.

Entre sus cosas llevaba este libro que hoy leo. En su ficha de la biblioteca confirmo que el señor Alonso tuvo como fecha límite para devolverlo hasta el pasado 26 de marzo de 2008. Hallo esta tarjeta de embarque entre las páginas 128 y 129. El libro, en esta edición de Destino de 2006, cuenta con un total de 219. Sospecho que mi desconocido la usó como marca de lectura y, si hoy la encuentro en ese punto, me temo que debió quedarse ahí, sin acabar de leer. No lo terminó.

¿No le gustaría? ¿Le aburriría? ¿No tuvo tiempo para acabarlo y lo devolvió sin más? ¿Debería yo utilizar también ese trozo de papel con banda magnética del que él se sirvió para saber por dónde voy dentro de este Plan de evasión? Tendría presente así que alguién lo llevó consigo sobre las nubes...

viernes, 14 de noviembre de 2008

Señales entre páginas

Cojo dos libros de la biblioteca. Me gusta pasear en busca de autores que no conozco y extraer de las estanterías esos volúmenes que suelen contener sorpresas muy gratas. Hoy, en cambio, me decanto por nombres ya conocidos: Fotocopias, de John Berger y la novela Plan de evasión, de Bioy Casares. El primero es un conjunto de breves frescos de la vida cotidiana del autor, plasmados como encuentros y vivencias junto a todo tipo de personas. Curioso. El otro aun no lo he empezado.

Ya en casa los hojeo y encuentro en ambos algún secreto. Dentro de Fotocopias aparecen unas hojas secas, que a punto han estado de deslizarse e irse volando. El libro tiene, como dicen los de Círculo de Lectores, "cinta de punto de lectura", por lo que entiendo que las hojas no sirvieron de marca. Entonces, ¿alguien las dejó entre las páginas de un libro de una biblioteca, para qué? ¿Ponerlas a secar y no ver cuál es el resultado?

Son tres hojas pequeñas. La mayor de ellas tiene el ancho de siete líneas del texto del propio libro. Las encuentro pegadas unas a las otras, como construyendo una flor plana que se hubiera formado casualmente, de un rojo oscuro y apagado. Casual es que me las encuentre, o quizás no tanto.

Alguien va dejando señales dentro de los libros. Quizás sean mensajes cifrados que alguien algún día recogerá. Reviso la ficha en la que el personal de la biblioteca estampa un sello con la fecha tope para devolver el libro. Hace dos años que nadie más lo había tomado prestado. 29 NOV 2006.

Las hojas, ahora casi transparentes, se secaron hace mucho tiempo.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La docena

Fue el otro día. Tras oír mis propias palabras reverberando dentro del hueco de la nevera, corro a la tienda. Lleno una bolsa de cosas que, aunque sé que no llenarán del todo ese vacío, sí harán lo propio en el de un par de estómagos.

Dispongo en dicha bolsa la docena de huevos sobre todo lo otro (su base de cartón y sus plásticos -tapa y envolvente- nunca garantizan que éstos lleguen enteros a ningún lugar). Por la calle mi brazo amortigua cada paso, cada zancada, cada leve salto. La misión requiere poner todas las almohadillas, cojinetes y demás mecanismos del físico propio al servicio de la integridad de los doce.

Consigo que completen la excursión sin daños aparentes. La operación de trasvase hasta las hueveras del frigorífico ha requerido siempre de concentración plena. Nunca es posible pensar en nada más, excepto cuando al sacar del cartón el primero de los doce advierto que... ¡está vacío! Sólo encuentro una cáscara en cuyo interior se realimentan los ecos de mi blanca y diáfana nevera. Me deshago de la cáscara sin plantearme si surgió así de hueca del culo de la gallina o si debo reservarla para decorarla con mis témperas escolares cuando llegue la Pascua.

Sigo con la tarea y descubro -manda huevos- que dos más vuelven a escaparse de la definición más exacta de cigoto o similar. Sus cáscaras están agrietadas: sospecho que no encierran con garantías todo eso que debería haber llegado a ser un pollo y que yo sólo concibo como mera comida. "Evitemos la salmonela"... y los envío al cubo de la basura a hacer carambola contra su primo hermano hueco.

Consigo acomodar con éxito los restantes. Éxito efímero. Al rato acudo a abrir la nevera a oscuras, extraigo de ella no recuerdo qué y cuando voy a cerrarla me doy un coscorrón contra la puerta-albergue de mis nueve proyectos de "algo" comestible. Cinco saltan del soporte en el mismo instante en que un chichón empieza a aflorar en mi frente y engorda con forma y volumen copiados de cualquiera de ellos, estrellados ya sin remedio.

¡Eso es! ¡Estrellados! Acabo preparándolos así. Hago en aceite unas patatas a las que añado, también frito, lo que ha quedado de la docena. Con dos pares.

viernes, 31 de octubre de 2008

Noche de ánimas

Es víspera de Todos los Santos y doña Emilia recuerda a sus muertos. No es que esta noche les recuerde más que otros días, pero la tradición manda. ¿Qué pensarían si supiesen que nadie les está mentando cuando todos deben hacer lo propio con sus respectivos? A ella le gusta cumplir con todos y dedica una oración por cada una de sus almas. Una para don Sisenando, otra para el padre Ramón, otra para tía Ricarda y tía Antonia, que les encantaba ir del brazo a todas partes; más rezos para su sobrinita Andrea y también para sus cuatro abuelos, de quienes apenas ya dibuja sus rostros. Si alguno de ellos hubiese quedado atrapado en el purgatorio doña Emilia querría sacarlo de allí a toda costa. "Es mejor alcanzar la luz eterna que vagar sin hallar camino ni lugar", piensa.

Hoy en su pueblo gallego se cuecen castañas con anís. Dicen que se hace para que las ánimas del purgatorio y otros espectros se alimenten. A doña Emilia le da repelús sólo pensarlo y la recorre todo el cuerpo una sensación entre el escalofrío y las fiebres de encamarse. Por eso procura apartarse del caldero humeante e ir encendiendo una a una las velitas que después echará a flotar dentro de cuencos de agua y aceite. Se distrae así de la idea de que los fantasmas tienden una mano para atrapar la comida desde el otro lado. Más agradable es centrarse en la certeza de que las velas acabarán consumiéndose: cuando la mecha ahogada en cera líquida exhale su adiós, será el momento en que un ánima del purgatorio ha alcanzado por fin la luz. Doña Emilia nunca sabrá quién o quiénes de los suyos ha completado su viaje, aunque albergará la esperanza de haber ayudado a guiar sus pasos con las llamas que ha prendido.

Cae la noche y se reúne con sus vecinos para contar historias en las que los vivos y los muertos conviven como si tal cosa. Quizás con esos relatos ayudan a que algunas ánimas pasen al más allá. O tal vez las estén alejando aún más de la vida. Doña Emilia no quisiera vérselas con ninguna de ellas, al menos por ahora. Sólo querrá compartir su ración de castañas cocidas con anís cuando no tenga más remedio que echarse a descansar eternamente.

lunes, 27 de octubre de 2008

La parada del 137

Hablo brevemente con una señora que espera el 137. Ha anochecido y aunque no es tarde ha decidido evitar el paseo hacia casa a oscuras.
-No vivo muy lejos, pero con tan poca luz no sabré por dónde voy si tengo que echar a correr... y no puedo permitirme una lesión.
No creo que mi compañera de marquesina tenga más de setenta años. Intuyo su agilidad física y compruebo la mental. Su color de voz es el de una chiquilla con ganas de atrapar todas las cosas que la vida le regalará. Con tiempo todo es posible. En sus ojos una chispa de ilusión y una sonrisa.
-Y como ahora paga el ayuntamiento...
-La verdad es que esa es una ventaja que tienen ustedes.
-No es que el bono me salga gratis, pero me cuesta menos. No se crea que nos dan tanto, que aparte del transporte y la botica...
-Tiene usted razón. Deberían ofrecerles más.
-Aunque sea poco yo lo aprovecho. Ahora me monto y por lo menos evito cualquier mal.
Se fija en las luces de los vehículos que se acercan hacia nosotros. Uno de ellos es un autobús, pero no es el 137.
-Vivo con mi hija, ¿sabe? Por la tarde ella se queda con las niñas y yo me escapo a dar un paseo. Todavía hace bueno, así que aprovecho mi rato libre -dice mientras sigue escudriñando el tráfico de la calle-. El resto del día tengo que estar para todo. Los demás trabajan y tengo que ocuparme de las cosas.
Asiento y me pongo en situación. Parece contenta aunque percibo en sus palabras algo de resignación.
-Ahora trae más cuenta coger el autobús. Si a mí me pasara algo no sé cómo nos íbamos a apañar. Yo soy quien cuida de todos, pero nadie puede cuidar de mí.

El 137 abre sus puertas a la vez que bascula su peso hacia la acera para hacer más sencillo el acceso a su nueva pasajera. "Hasta otro rato, majo". Cuando se marcha yo sigo esperando. Me alegra que mi recién conocida piense en su familia y se cuide con tal de seguir disponible para ellos. "Yo soy quien cuida de todos, pero nadie puede cuidar de mí". Disponible para todo, sí. Sabe que está siendo altruista y desinteresada, también. Es consciente de que si ella necesitase ayuda no encontraría la misma disponibilidad por parte de los demás. Seguramente no se lo plantea a menudo, aunque lo verbaliza de forma espontánea. Se mezclan en sus quehaceres la rutina, el amor familiar y la necesidad. Ese es el tan habitual "qué remedio".

Hay situaciones ante las que es mejor no plantearse qué puede pasar. Hay personas que siguen con su generosa rutina aun a sabiendas de que si ésta cambia nadie podrá entregarles una rutina similar.

sábado, 25 de octubre de 2008

Una hora más

Mañana tendremos una hora más. Es oficial. Lo dicen el BOE y una directiva del Parlamento Europeo y del Consejo de la Unión. Casi nada.

En marzo nos la quitarán, ya se sabe, para compensar. Pero por el momento es nuestra y podemos hacer con ella lo que nos venga en gana. Habrá quienes la pierdan, como pierden el resto del tiempo. Otros la añadirán a su saldo de horas de sueño, para dormirla o velarla, como cada cual prefiera.

Lo mejor es aprovecharla de día y llenarla de lo que nos apetezca. Sólo en el momento que retrasemos el reloj seremos conscientes de que la hemos ganado. Qué gusto ir por la casa empujando agujas hacia atrás y pulsando botones para retroceder un dígito en una pantalla. Es la ilusión de manejar el tiempo con nuestros propios dedos. ¡Ser los amos del tiempo!

¿Qué cabe en una hora de ese tiempo? Un paseo bajo el sol, o bajo la lluvia. Un café en buena compañía. Unos capítulos de lectura. Unas líneas de escritura. Una visita de las que no cansan. Un disco lleno de sonidos hermosos. Un juego de estrategia. Un juego de estratégicos besos y caricias. Tres mil pasos de baile. Un puñado de setas bien buscadas. Un vuelo de bajo coste. Una sesión de cortos. Un par de platos de comida deliciosa. Y el postre. Unos cuantos largos en la piscina. Horas y horas de viaje recogidas en un álbum... y una hora para verlo.

Todo eso. Algo de eso. Lo que se pueda. ¡Lo que se quiera!

martes, 21 de octubre de 2008

Herramienta multiusos

Una cadena alemana de supermercados oferta algo que siempre me llamó la atención: una de esas navajas que vienen acompañadas de un sinfín de útiles desplegables en abanico. Más de una vez estuve tentado de hacerme con una parecida a esta que, siendo alemana, debe tener precisión milimétrica. El objeto en sí mismo es fascinante y llevarlo encima puede que le dé a uno toda la seguridad del mundo. Cualquier necesidad quedaría satisfecha con sólo sacarla del bolsillo. Así de sencillo y socorrido.

¿Cualquier cosa? ¿Seguro?

¿Y si necesito un abrazo? ¿Podría sacar de entre todos sus recursos esos brazos y la fuerza calurosa que me conforte? Podría querer un buen consejo. ¿Surgiría del manojo una voz sabia? ¿Y una sonrisa? ¿Una herramienta de ésas sería capaz de esbozarla para mí?

Pensemos que sí. Que todo lo que imaginamos es posible. Que en un bolsillo caben esos brazos firmes y tiernos a la vez, esa voz hecha de las palabras precisas y ese gesto afable al que devuelvo otro idéntico y siempre agradecido.

domingo, 19 de octubre de 2008

Animales nocturnos

Qué difícil es ser ave nocturna cuando tus alas sólo se activan con un baño de luz. Un baño que rompa la pereza nacida de la quietud, espabile los músculos y los haga moverse.

Y qué raro resulta volar a deshora, cuando tu vehículo no ha podido tomar el calor preciso. Es posible arrancar pero no es sencillo mantener la altura. Tenemos nuestro tempo y también nuestro tiempo, la hora en la que logramos ser.

Voy encontrando seres que buscan su camino en la oscuridad y son capaces de encontrarlo. Al menos una dirección para avanzar. Su energía viene de la sombra. De esa sombra que no existe porque no hay astro que la proyecte. Así es, se alimentan de tal ausencia para buscar lo que todos buscamos.

O tal vez su búsqueda sea diferente. Sea otra.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Personas agradecidas

La abuela tiene la enorme suerte de contar con una gran familia. A la mayoría nos tiene muy cerca del lugar donde no le queda otro remedio que pasar unos cuantos días ya. Vamos por allí, unos y otros, queriendo acompañarla y también que se sienta acompañada. Al menos esa es la intención: estar por si nos necesita, para darle toda nuestra ayuda.

Cuando una persona ya no puede expresar bien lo que le pasa, lo que piensa o lo que siente, es muy difícil saber si se hace todo lo que precisaría o querría en cada momento. Te preguntas si le gusta que le hables, que le cuentes tus cosas, o si preferiría que te quedases calladito y, por tanto, más guapo. Los sentidos lo son todo y si éstos se ausentan no estamos completos. A la abuela le faltan algunos trocitos de ese cuadro de los sentidos. No le va a ser fácil recomponerlo, aunque es capaz de darnos muchas sorpresas.

Estoy seguro de que le encantaría poder agradecer todas las atenciones que está recibiendo en el hospital. Frente a su habitación cuelgan de la pared unas cuantas placas. Son doradas o plateadas, montadas sobre una base de madera oscura. Unas reproducen la forma de esos pergaminos reunidos en legajos que tienen los bordes gastados y rotos por el uso y el paso de los años. Otras quedan enmarcadas por motivos vegetales. Alguna de ellas combina el dorado con la plata. Todas contienen textos grabados en letras mayúsculas, cuadradas y formales, o minúsculas, de trazo adelantado y amable.

En todas las placas alguna persona en solitario, o una familia al completo, dan las gracias en nombre propio o en el del paciente por el trato y cuidados recibidos durante el tiempo que ha permanecido ingresado. Superficies pulidas que reflejan la luz o, tal vez, emiten la que nace de esos mensajes agradecidos.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Colgados de un satélite

Hoy la mayor parte de las conexiones en directo que vemos en televisión provienen del espacio. También muchos centenares de imágenes con las que se elabora un informativo. Las cosas ocurren aquí, se captan aquí, pero se envían allá arriba con un fuerte empujón.

He pasado muchas horas del último tercio de mi vida al pie de un satélite. Podría decir "al pie del cañón", o "a pie de obra" para referirme a parte de las cosas que hago en mi trabajo. Claro que eso sería generalizar, por lo que, para concretar, debo mencionar los satélites.

Hace años a alguien le gastaron una broma pidiéndole que agarrase una cuerda de la que alcanzaron su extremo y se lo entregaron. "Con ella bien sujeta no se te escapará el satélite... ¡ah!, y no te muevas, o perderás la señal". Y así, cogidito de ella con las manos bien apretadas, el pobre entraba en el Club de las Almas Cándidas.

Muchas veces, para recibir algunas imágenes procedentes de cualquier lugar del mundo, no sólo basta con tener una antena y un receptor que traduzca las señales que le llegan del espacio. Con eso sería suficiente, pero hay ocasiones en las que la tarea no resulta tan sencilla. En esos momentos no me importaría ser miembro del citado Club, si todo quedase resuelto manteniéndome agarradito de una cuerda.

Y alzaría la vista para caminar por la soga con mis ojos de funambulista. Tras un largo paseo llegaría a las puertas del satélite al pie del cual me encontraba antes. Miraría hacia abajo y pensaría en la gran diferencia existente entre la perspectiva anterior y la actual. Allá arriba vería ascender el flujo de información transformada en imágenes y sonidos codificados. Todo un planeta enviado al espacio, resumido en unos cuantos segmentos grabados y esparcidos por el aire.

Parte de lo que somos llega allí donde sólo llegan los astronautas, donde a muchos se les ha perdido de todo y donde la basura, lejos de recogerse en contenedores, circula girando en órbita. Colgando de la nada, así flotan estos artefactos destinados a reflejar aquello que se ha lanzado contra ellos. Bailan con los astros y con otros satélites, donde el cielo es de un negro completo y permanente.

Y aquí, sobre la Tierra, nos servimos de ellos para "subir" todo lo que otros querrán "bajar".

martes, 7 de octubre de 2008

La Mejor Juventud

He tenido la suerte de volver a ver La Mejor Juventud, esa miniserie que la RAI produjo en 2003. Fue concebida para emitirse en cuatro capítulos en la televisión italiana, aunque no estoy seguro de si finalmente pudo verse así. Los productores la vieron terminada y decidieron que tenían en sus manos material muy valioso y digno de verse en cines.

Y tanto. Le sobra dignidad para haberse exhibido en todas las salas y desplazar en cartel a muchas de las bazofias americanas que se estrenan cada semana. Finalmente se proyectó como dos películas de tres horas cada una que, por cierto, no resultaban nada largas a pesar de su duración. Y siguen sin aburrir. Al contrario. Son admirables en su fluidez y en la precisión con que cuentan el paso de los últimos cuarenta años de la historia de Italia a través de los avatares de una familia romana.

A pesar de haberse distribuido en dos partes, La Mejor Juventud (La meglio gioventù, de Marco Tullio Giordana) debe considerarse como una sola obra, como un todo. En ella asistimos a las vidas de dos hermanos para quienes unos años de su juventud van a determinar muchos aspectos de su futuro. Les veremos separarse, reunirse y mostrar su calidad y complejidad humana. Las protestas estudiantiles de los sesenta, los asesinatos mafiosos en Sicilia, los atentados de las Brigadas Rojas, la crisis de los noventa y otros acontecimientos puntuales van coloreando este cuadro que la familia Carati llena de alma y calidez.

Un trabajo de interpretación fabuloso, a la par que gozoso y repleto de magnífica sensibilidad. Un total de seis horas durante las que recorremos Italia de punta a punta y saltamos, incluso, hasta la Noruega más septentrional.

lunes, 6 de octubre de 2008

A la cola

Esta tarde, tras aguardar durante una hora en una cola para formalizar su matrícula de la Escuela Oficial de Idiomas, Salvia se pregunta por qué le toca siempre esperar colas eternas, de esas que no avanzan jamás. Es como si con todo el mundo que ha llegado antes que tú invirtiesen un buen rato y a ti, que has ido a hacer el mismo trámite, te despachasen en un pispás. Después de todo el día trabajando sienta fatal ponerse a la cola de los lentos y, para colmo, quedarse sin saber si el mérito de la brevedad del papeleo propio es de uno o del funcionario -que, por otra parte, ya podría haberse dado la misma prisa con los demás-.

Colas para matricularse en un centro de enseñanza, para sacar dinero de un cajero, para hacer la declaración de la renta, para subir al autobús o al avión, incluso para pagar (¡!).

Si compramos en un supermercado de los más económicos deberemos pensar que hacer cola ante la caja es lo que está mandado. Se supone que no debe importarnos esperar un rato si el ahorro va a ser importante. En cambio, no me queda tan claro cuál es la ventaja que uno obtiene por aguardar en una cola similar de un lugar en el que uno está pagando más por cada producto que compra. Precios superiores y... ¿largas colas? No me cuadra. Pero ocurre.

Hace muchos años, cuando no existía este tipo de grandes superficies comerciales, venía bien esperar a que a uno le tocase su turno en la pequeña tienda del barrio. Daba tiempo a pensar qué se iba a pedir al tendero. Ahora, en cambio, tras recorrer todos los pasillos del almacén empujando un carro y tratando de que no se nos vaya para el lado de siempre, cuando llegamos a la caja los deberes ya están más que hechos. La espera acaba siendo sólo eso y el tiempo está perdido de antemano.

Por fortuna sigue habiendo mercados de abastos y podemos hacer la lista de la compra mentalmente mientras esperamos a que el frutero, el carnicero o el pescadero se dirija a nosotros. No me gusta que cuando me llega el turno me pillen distraido, así que en vez de abstraerme pensando en cualquier cosa mientras observo y disfruto de lo que sucede a mi alrededor, ahí me quedo, vigilando que nadie se me cuele y repasando qué es lo que voy a pedir en cuanto me toque. Lo malo es que siempre se me olvida algo. Todavía está por llegar La compra perfecta. Me explico: sin un solo olvido y, por supuesto, sin colas.

miércoles, 1 de octubre de 2008

¡Vamos, Juana!

Abuela, hoy vuelvo a ver que tu bastón sigue descansando apoyado en la pared. Llevabas unos días sin servirte de él durante tus paseos siempre disciplinados, por necesarios y por deseados. Son otra de tus medicinas, quizás la más eficaz entre esos remedios que uno acaba tomando sin saber muy bien para qué sirven.

Ese maldito catarro te ha obligado a reservarte un poco, al menos de puertas afuera. Ya sé que dentro de casa, y también bajo la parra del patio, a ratos has continuado siguiendo las lineas entre las baldosas. A tu pesar has tenido que rebajar un poco tu testarudez andarina.

Mirando bien donde pisas, abuela, así has llegado tan lejos. Y a pesar de que los ojos no se portan muy bien contigo, sigues dándoles todos los cuidados, como si te fuesen fieles como antes y te entregasen el mundo con nitidez. Sigues mimándolos como hasta ahora, segura de que te corresponderán y te sacarán poco a poco de la noche.

Hoy me duele todo el cuerpo, abuela. Tanto que creo que he dormido agarrado con todas mis fuerzas a tu aliento. El mismo que ayer nos daba un hálito de esperanza cuando todo lo que nos llenaba era la angustia.

En casa las cosas siguen en su sitio y las percibo de otra manera, con la carga de energía que dejas en ellas. Tus vestidos, muy cerquita de donde te escribo, doblados uno sobre otro. Me parecen sobrios y distinguidos, quizás porque los imagino vistiéndote o, más bien, vistiéndolos tú a ellos, porque tú les das el aire que ahora les intuyo. Descubro con ternura, pegada a tu almohada, una cadenita con un colgante que hace años te regalé. Una pieza de plata que no había vuelto a ver desde entonces; será que no reparo en esas cosas, -si te parece bien, voy a guardarla en tu cajón, junto al dinero suelto-. Donde los dejaste, también tus pendientes de oro rizado. Y al lado tu reloj, sobre la mesita del salón, cuya esfera dominas como si el mecanismo que oculta fuese el tuyo propio: tu ingenio de vida.

Casi nueve décadas y media. Cuántas edades, abuela. Y de todas ellas guardas montones de recuerdos, tan despiertos que parece que nos contases tus cosas de ayer mismo. Hoy esos ayeres se obligan a ocultarse y no quieren que los atrapes y los compartas. Pero sé que siguen ahí, en esa cabecita prodigiosa capaz de rehacerse con fuerza fenomenal. Sí, ya sé: reservas esa fortaleza para sacarla con orden. Las cosas hay que hacerlas bien, con tu empeño singular.

No quiero volver a temer que tu memoria se diluye y pueda esfumarse todo ese tesoro de nostalgia viva, de risas llenas y lagrimal feliz.

Juana, voy a seguir describiéndote, escribiéndote en presente, durante mucho tiempo. Seguro que mucho más.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Pisando la uva... con torpeza

Enciendo el televisor y me despierta cierta curiosidad ver cómo en un magazine de la mañana la presentadora y un redactor se disponen a pisar la uva. Pienso que debe ser una especie de guiño, una ilustración, ahora que es tiempo de vendimia.

Se meten de pie dentro de un pequeño y redondo lagar lleno de uva. Se apoyan el uno sobre los hombros del otro y comienzan a pisar, desplazándose en movimiento circular, con pasos firmes y cortos dentro del recipiente de madera. Se divierten y comentan su sensación de frescor a medida que notan la humedad en sus pies.

Un plano corto nos muestra que por un orificio comienza a salir el mosto resultante de la operación. Éste es recogido en una jarra de agua, de las de vidrio de litro, que empieza a llenarse con gran rapidez. Sospecho, supongo, que alguien está preparado al pie del chorro para sustituir esa jarra, que va a llenarse en breve, por otra vacía.

Pero no es así. De repente aparece en la pantalla ¡un cubo de fregar! ¡Con su escurridor y todo! Ignoro si con agua de lejía también. No me lo puedo creer: vacían en él el contenido de la jarra para volver a situarla bajo el flujo de mosto.

Los presentadores siguen pisando, disfrutando, ignorando el sacrilegio que se ha producido junto a sus pies. ¡Qué más da! Supongo que ha habido un error de cálculo y nadie preveía que el volumen de mosto superaría la capacidad del recipiente dispuesto para recogerlo. Ya, ¿y qué? Cuando se improvisa tanto y no se cuidan determinados detalles, a muchos nos parece que se nos falta al respeto. Sobre todo a quienes ven, vemos, en el vino algo más que un simple líquido. Y no entiendo nada de vinos, pero los valoro.

Esa ceremonia en el lagar se ha convertido en una chufla irrespetuosa.

El vino

Es ahora, con la vendimia, cuando se fija un punto y seguido en el ciclo del vino. La uva ha madurado bajo el sol y ha adquirido el volumen y grado aceptables, como dicta la tradición, así que será recogida para extraer de ella lo que la hace tan valiosa. El resultado será ese vino que marca el movimiento de los pueblos y las etapas de sus vidas.

Pero, antes, el mosto precisará de un trato conveniente y cuidadoso tras el que dormirá bajo el silencio del tiempo.

Reposará para llenarse de alma.

Sólo un susurro continuado le narrará su historia milenaria y le desvelará ese secreto que deberá guardar para siempre. El secreto que cada pueblo rescata de cuando en cuando para recuperar alguno de sus caldos más delicados.

Y por fin, un buen día, sus hacedores lo sacarán de la bodega acompañado de celebraciones. Desde ese momento habrá vino. Tendrá ya no sólo memoria, sino también espíritu.

jueves, 25 de septiembre de 2008

A vueltas con la magdalena

Es esta misma mañana cuando, ante mis recipientes de reciclaje, me pregunto, como cualquier otra, si el papel de la magdalena pertenece a la familia del papel o al reino de lo orgánico.

Se nos pide que lo separemos todo y destinemos cada cosa al lugar que le corresponda. Y ahí andamos, trabajando por la causa. Pero es que, a pesar de estar concienciado, hay cosas indisociables. Lo siento, pero no podría dedicarle todo mi amor a despegar del papel con un cuchillito esos restos de bizcocho con el único fin de tirarlos a un lugar apropiado.

Abro las puertas bajo el fregadero y, al detenerme frente a los distintos receptáculos, me asalta la misma duda de siempre. Es papel, pero tiene restos de bollo. Aunque... en realidad... ahí queda más pastelillo de lo que parece, ergo va a ser orgánico. Sí, pero, pensándolo bien, si por definición lo que hago es quitarle el papel a la magdalena, será evidente que sus restos deberían ir junto al papel. Ya, pero… ¿qué papel de magdalena, sobao pasiego o bizcocho borracho sería apto para reciclarse junto al resto del cartón? Yo creo que ninguno. ¡Si hasta el perro de mi padre se los comía, y le sabían tan ricos! Eso es que ahí debe quedar todavía mucha chicha. Bastante dudoso que de ahí pueda llegar a sacarse un paquete de folios.

Pero sigo con la indecisión a flor de piel. Sostengo en mi mano el objeto que me trae tantos quebraderos de cabeza. Siento que mis dedos juegan a dos bandas. Se sitúan en dos bandos. Por un lado, tocan la parte del papel, suave en su superficie hecha de celulosa y otras sustancias porosas, ahora algo grasientas. Por otro lado, algún dedo disfruta de la zona más mullida: la de los restos de miga que siguen pegados al material que los contenía; podrían haberse ido con la magdalena pero, al pelarla, optaron por seguir agarrados a la pared, como lapas sobre una roca. Inseparables, ya se ve.

Habrá opiniones para todos los gustos. Es decir, o uno u otro. O blanco, o negro. En mi caso, ante la obligación de acabar esto con rapidez en beneficio del resto de cosas que tengo pendientes, decido no mirar. Que caiga donde le toque esta vez. Hasta que se escriba un libro de estilo del reciclado que establezca qué hacer con estos elementos fronterizos, yo juego a cara o cruz.

martes, 23 de septiembre de 2008

MEME

Pues, Ana, mira por donde me va a gustar esto de participar en un MEME, que no sabía lo que era y que ahora me suena al nombre con que un niño pequeñito, con su media lengua, llamaría a su tía Remedios.

Doy por hecho que, del lado positivo, a todos nos gusta querer y sentirnos queridos y que, del lado malo, a nadie le gusta sentirse mal ni estar enfermo -que ha sido mi caso estos dos últimos días gracias a las malas artes de un virus que habría preferido que fuera informático-, así que voy con otras cosillas que, a medida que se me ocurren, me estimulan.

Uno- Desayunar prontito en una cafetería, preferiblemente en un lugar bañado por la luz de la mañana, leyendo el periódico mientras oigo el sonido de la máquina de café y el cacharreo de tazas, platos y cucharillas.

Dos- Una caminata junto a algún riachuelo de montaña. Alejado de domingueros, por favor.

Tres- Estrenar un libro después de desearlo mucho, respirando el olor que desprende el papel impreso y comprobar que me gusta.

Cuatro- Descubrir por casualidad un nuevo rincón en algún lugar del mundo. De esos lugares que uno tiene la sensación de haber hecho suyos, extrañado de que alguien más haya ido a ellos.

Cinco- Salir del cine o del teatro con la sensación de haber visto algo bueno. Si las imágenes y los sonidos persisten en algún lugar de la mente y quiero recurrir a ellas para recrearme en mi sobrecogimiento, en mi emoción o en mi deleite, es que algo así ha ocurrido.

Seis- Escribir algo que me satisface porque encuentro que en ello hay algún hallazgo o que está bien desarrollado y rematado. ¡Qué gusto!

Por otra parte, y el orden que les he dado no da importancia a unas sobre otras, ahí van algunas de las cosas que no soporto.

Uno- Esperar. Las esperas largas he aprendido a llevarlas con paciencia, o eso creo. Las cortas... en esas no puedo dejar de mirar el reloj.

Dos- Los listos, los sobraos, los maleducaos y los aprovechaos.

Tres- Que se me malinterprete. Tener que dar explicaciones y hacer cabriolas para salir de un lío en el que algún obtuso me ha metido.

Cuatro- Los atascos. Son la razón por la que evito coger el coche muy a menudo.

Cinco- Los ruidos en general. Los gritos en particular. No entiendo cómo dos personas que se sientan juntas pueden hablar a gritos sin que ninguna de las dos esté sorda.

Seis- La pasividad. La propia y la ajena.

Hala, ya he cumplido.

Por ahora mi círculo bloguero es muy reducido, así que no voy a poder cumplir con una de las partes contratantes. Lo que sí se me ocurre es que, si os apetece, cualquiera de los que entráis a leer este blog, hagáis vuestro MEME, por ejemplo, dejándolo como comentario. No obligo a nadie, pero ya es hora de que algunos de quienes sé que me visitáis y no dejáis comentarios se estrenen contando alguna cosita de sí mismos (...)

Por cierto, si queréis saber de dónde viene todo esto del MEME, pasad por el blog de Ana Alcolea (a la izquierda tenéis el enlace) y remontad el curso del río.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Infiel

Falto por estos lares por causa justificada. Tengo en mi poder documentos que aportar en caso de duda administrativa. Mi justificante, como el que nos firma el médico para presentar en el trabajo, es una escapada entre adriática y alpina. Aunque tengo coartada, siento que le he sido infiel a este blog durante unos días. Y es que todo compromiso exige fidelidad por parte de quien lo contrae. Esa es la regla.

Cuando se corta con la cotidianeidad por unos días, tendemos a fallarles a los compromisos. Y abandono el libro que estaba leyendo y lo sustituyo por guías y folletos turísticos. Me alejo de la actualidad de mi ciudad, de mi país. Dejo mis programas de radio y televisión -muy pocos a mi pesar- y flirteo con otros de otros lugares -no doy con ninguno bueno tampoco-. Cambio mis trenes diarios por otros -nocturnos en algún caso, pero esa es otra historia que reservo para otro post-. Sustituyo mi lado en el colchón por otro lado en otro colchón, o por uno para mí solo. Cambio mi gesto impertérrito ante algunas cosas que me rodean habitualmente por otro encantado ante otras igual de corrientes, pero situadas en otras coordenadas.

Mi lealtad a esta página ha sufrido el vacío de unos días alejado de internet y de todo lo demás. Sí, se me ha presentado la oportunidad de conectarme a ratos perdidos, pero he preferido evitarlo. Por breves, claro. Y porque serle infiel a mi propia infidelidad, tan deseada como era, no debía ser buen síntoma.

Ahora vuelvo a abrir este cuaderno, repaso brevemente mis notas, viejas ya, y caliento el grafito de este lápiz virtual. Le cuesta un poco deshacerse sobre el papel, dejarse a sí mismo formando este rastro de letras en lazo discontinuo. Pero vuelve a funcionar como antes. A su ritmo, no sé si bien o mal.

Y antes que nada, antes de lo siguiente, se presta a servirme como medio de disculpa.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Deseada evasión

Quiero poner distancia. Lo suficientemente larga como para sentir que he viajado. Sumar horas a la esfera de mi reloj y verlas pasar con el freno pisado.

Quiero dejar por unos días de zapatear el mismo rodal y que las hierbas se adueñen de él.

Quiero que lleguen a mis oídos otros acentos, que el mío llegue a sonar exótico cuando lo escuche desde dentro.

Quiero desconocerlo todo de mi entorno, mirar otros cielos, que el viento me sople su nombre por saberse extraño.

Quiero coserme a la nariz nuevos aromas, que otros sabores me asalten el paladar y lo conquisten. Que algún día un olor nada frecuente me los evoque con remite claro.

Quiero que el horizonte se recorte siguiendo una línea desconocida y repasarla con ojos extrañados.

Quiero que el sol diario salga en otro lugar y proyecte sombras de otras calidades.

Quiero que la novedad me borre de la memoria lo cotidiano. El reencuentro forzoso con ello se producirá sin remedio.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Las burbujas de la suerte

Esta misma mañana ha sido la señalada por la fortuna. La burbuja de aire que todo tubo de pasta de dientes contiene ha estallado. Ha sido la del mío, claro, porque cada uno, o cada dos, o incluso más, tenemos el nuestro. Y es algo que ocurre una sola vez por tubo. Más o menos como con los eclipses, aunque con matices. El caso es que todos los tubos esconden la suya, agazapada mientras aguarda a salir por sorpresa empujada por la presión de unos dedos que nunca esperan que surja.

Hoy ha sido el día pero, en vez de sentirme estafado cuando el tubo ha expelido su traicionero pedo de flúor, he preferido pensar que se trataba del aire fresco de la buena suerte, que hoy ha querido soplar sólo para mí.

El caso es que algunas veces he sentido que ese vacío surgido del envase se transformaba en mi propio vacío. Una oquedad que se abría bajo el desencanto de la expectativa frustrada. Al verme defraudado, podría haberme lanzado a la búsqueda de pistas concluyentes. Habría forzado la vista para leer la minúscula leyenda impresa en el plástico serigrafiado hasta hacerme con la dirección de la empresa que envasa mi dentífrico. Podría después haberme dirigido a ellos exigiendo una explicación: el porqué de esa bolsa de gas acción “blanqueante” estratégicamente situada en mitad de mi elixir. Y así, como en algunas películas americanas que van de abogados y juicios, solicitar una reparación que me compensase por tantas ilusiones de cepillado deshechas cada vez que la pompa revienta.

Pero opto por felicitarme y pensar que esta vez me ha tocado a mí y sólo a mí. Es una vez por cada tubo y si a uno le toca, será buena señal. Ese frescor del polo podría haber sido respirado por la que duerme a mi lado -Mecano dixit-, pero esta vez ha sido la mía.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Somos analógicos

Inmersos en la era digital, sumergidos en este fango fluido de ceros y unos, encuentro que el mundo de lo analógico tiene algo más de vida.

Todo en analógico tiene consistencia. Una hostia analógica no sólo es dolorosa, sino humillante además. No seré quien defienda las peleas entre colegiales, pero ahora los niños pegan con los pulgares. Viven amarrados a las consolas de videojuegos y todo, pies y puños, se activa mediante un botón. Aquel “te espero a la salida” ya no se da tanto, imagino. La razón estará en que hay que salir de clase corriendo, sin permitirse un minuto para achuchones rabiosos. En casa espera lo bueno, agarrados a un mando frente a una pantalla. Y digo yo que la ira se descargará a través de los cables del artefacto, aunque a lo mejor me equivoco: veo muchos gestos de odio y rencor en jóvenes y no tan jóvenes. Rencores siempre analógicos, claro. De los tangibles. Contenidos y realimentados en vaya usté a saber qué entornos digitales. Esa rabia antes se descargaba en escenarios reales. Algo a evitar, desde luego, pero tenía menos efectos secundarios.

Parece que las sorpresas analógicas le pellizcan más a uno. Hace años, cuando revelé por primera vez una fotografía, aquello me produjo una admiración de la que no lograba salir posteriormente, cada vez que volvía a la sala oscura. ¡Ver un papel bañándose en una cubeta y comprobar que algo iba naciendo en su superficie, como elevándose entre blancos y negros… eso era asombroso! Y lo sigue siendo. Ahora miro las fotografías que hice siguiendo todos aquellos pasos cuidadosos y todavía las veo emerger, subir hasta mostrarse como son. Parecen seguir luchando por abandonar su estado latente, aunque hace mucho tiempo que se hicieron visibles. La fotografía digital tiene otras ventajas que todos conocemos. Muchas, sí. Pero nunca me brindará el pellizco de la imagen que se “hace” en un delicioso proceso de alquimia.

Y nuestro flujo neuronal, que es lo más parecido a esa transmisión digital de ceros y unos, se transforma en sensaciones para nuestra piel, sonidos ante los que poder hacer oídos sordos, visiones no sé si lúcidas, sabores –ojalá siempre fueran dulces–, y olores que remiten a todo lo demás y activan en el cerebro ese vaivén de mensajes en Morse.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Marcados

Es la anatomía de lo ocurrido. Cada cosa que hacemos va transformando nuestro aspecto. Unas veces se nota y otras no. Cuando exploramos nuestro cuerpo vamos dando con las marcas que va dejando la vida. Algunas son muy fáciles de encontrar: ha pasado poco tiempo desde que algo las ha originado o se muestran con vehemencia, saltando a primera vista. Otras, en cambio, se han desleído con el tiempo, se han reducido en comparación con el resto del cuerpo, que ha seguido creciendo, o han quedado ocultas por el vello o algunos pliegues no deseados.

Son los accidentes de nuestro propio físico. Sólo hace falta ponerse el sombrero de explorador forrado en caqui, las botas de cuero viejo y avanzar centímetro a centímetro intentando hallar las señales de lo vivido. La piel tiene memoria, que diría un dermatólogo. Guarda el recordatorio claro de lo que nos ha pasado y lo expone para nuestros ojos, dispuesta a resucitarlo todo al primer vistazo.

En este dedo de la mano izquierda veo mi paso por aquel albergue de Viena desde el que tuve tan cerca el Schönbrun, donde Maria Theresia, die Kaiserin, quiso reunir a su incontable familia para que siguiesen multiplicándose hasta el infinito.

Un poco más arriba, cerca de la muñeca, me acuerdo de los ratos difíciles pasados hasta llegar a tiempo a inaugurar el Time Festival de Gante. Hubo mucho trabajo y no tantas satisfacciones, salvo la de haber convivido con la gente del Teatro de los Sentidos. ¡Qué grandes son!

En mi pecho se perpetúa un día en una piscina de Villar del Olmo. Aunque hace muchos años que me cuesta tenerlo presente, todavía huelo la sustancia yodada que me pusieron en la enfermería.

Mi frente alude a una varicela. Mientras la padecí sospecho que mis uñas se convirtieron en garras afiladas que no pude parar de "usar". De pequeño, en el cole, alguna vez me hice el interesante vendiendo alguna de esas marcas como la cicatriz que conservaba de una horrible caída. Ya se sabe, los niños y sus heridas siempre heroicas.

Mi rodilla derecha invoca uno de los peores momentos que he pasado nunca sobre el sillín de una bicicleta. Concretamente en Piedrabuena. Una cuesta abajo. Qué suerte tuve de que la hazaña tuviese lugar a finales de agosto, pues pocos días después podría fardar de costra ante a mis compañeros de clase.

Y podría seguir. Claro.

Sólo es cuestión de recorrer con paciencia la superficie de cada uno para obtener un resumen de los hitos de nuestros días. Una autobiografía que se escribe sin pluma ni papel.

lunes, 25 de agosto de 2008

Deporte sin deporte

Terminan los Juegos y sigo sin sentir el gusanillo. ¿Ese bicho lo lleva uno dentro, como de serie? ¿Le entra a uno por algún lado? Si es así, ese lado yo lo debo tener bien cerradito. En fin, sea cual sea ese lugar, creo que le va a costar colarse por él.

Aunque he hecho un poco de todo -sin pasarse, claro-, nunca me he visto practicando un deporte y disfrutando con ello. Mucho mucho, no. Será que de pequeños sólo jugábamos al fútbol y algún otro juego con una pelota en el que yo no era de los mejores. Digamos que más bien mediocre, sin entrar en detalles que me pongan en una evidencia aún mayor -no me gusta sacarme los colores-. Quizás eso me desanimó a la hora de lanzarme a practicar otras cosas con las que haberme sentido bien. Podría poner algún ejemplo, pero no se me ocurre.

Sin embargo, me gusta ver las competiciones en las que encuentro algún estímulo. Puede ser estético, como en la gimnasia o en la natación sincronizada. Puede tener que ver con el sacrificio o el espíritu de superación, como cualquier prueba de atletismo. Tener un componente de precisión y concentración máximas, como el tiro con arco. Incluso tener toda la carga de la tensión de un momento clave, como el final de un partido de baloncesto muy reñido.

El lema olímpico, Citius, Altius, Fortius, afortunadamente, puede aplicarse a muchos aspectos de la vida. El olimpismo, a pesar de haber degenerado en algo adulterado por todo tipo de intereses, sigue teniendo muchísimas virtudes. Aunque ver todo ese derroche de energía y esfuerzo no me va a despertar las ganas de salir brincando por ahí, al menos sí que induce corrientes positivas que me alientan. Y eso está bien.

domingo, 24 de agosto de 2008

De palomas

Hace ya casi quince años que, por prescripción del doctor -que no médico-, unos cuantos universitarios leímos Estatua con palomas, de Luis Goytisolo. No recuerdo mucho de la novela, salvo que había en ella algo de autobiográfico y que remitía al imperio romano en una comparación entre el mundo actual y aquél. Y poco más. Una mañana le comentamos al profesor que el libro nos estaba aburriendo. "Es que lees, y lees, y lees, y no pasa nada", alguien dijo. Dado que las lecturas también eran materia de examen y acabaríamos teniendo que prepararlo junto al resto de los temas de la asignatura, parece que quiso evitarnos el trance. "Bueno. Acabad de leerlo si os apetece, aunque no entrará en el próximo parcial". Con los años supe que aquella novela era Premio Nacional de Narrativa y pensé que, quizás, la habíamos menospreciado. Tal vez no era el momento de leer una historia así y nos costó mucho adoptar el tono y el ritmo propuestos por el autor.

Nunca he sabido distinguir una torcaz de una tórtola. Las dos son palomas, pero debe de haber sus diferencias. De niño salía con mi padre al campo, donde me enseñaba muchos de los secretos que guarda la naturaleza. Gracias a él hoy reconozco cuatro cosillas -pocas, para todas las que me contaba- y puedo disfrutar de mis escapadas poniendo mayor interés por lo que me rodea. En su afán didáctico, siempre avisaba: "Mira, una torcaz". Y, cuando miraba, ésta ya se había ido lejos o yo seguía sin ser capaz de distinguirla de cualquier paloma común.

Okupo un piso frente al cual el alero de un tejado da albergue a muchas, muchísimas de estas aves. Han hecho su vivar de un holgado canalón. Unos cuantos metros de vivienda donde criar a sus pollos durante todo el año. Se las ve entrar y salir, salir y entrar. Aletean sonoramente, con zumbidos amplificados, anunciando que ya se van o que están de vuelta, con el buche lleno tal vez. Dentro de su refugio arrullan, turnándose unas con otras, y los vecinos se dan por enterados de su presencia en casa. Me asomo a la ventana y, como en una de esas colmenas que los científicos han cortado en sección para el estudio de su actividad interior, puedo ver el trasiego repleto de espasmos de todas ellas.

Y su plumón, pegado al aluminio desde el que observo, blanco como un copo de nieve, suave como la nata, vibra con el viento queriendo volar.

jueves, 21 de agosto de 2008

Libros útiles

¿Por qué leemos? ¿Para qué recorremos con la mirada líneas y líneas hechas de caracteres que se casan para adquirir sentido y se divorcian cuando carecen de él? Supongo que para informarnos, para adquirir conocimientos nuevos, o porque sin leer es imposible estudiar. Esa debe ser la parte más práctica del asunto.

Pero también existe otra dimensión. Y en ella escuchamos nuestra voz interior, que adquiere otros timbres, otros colores distintos a los propios. Así nuestros sonidos recónditos se miden con los demás, se ponen a dialogar y se cuentan sus intimidades.

Leer como vía para llegar a la intimidad. Recreados en nuestra soledad, que se enriquece en los contextos imaginados, junto a todas las cosas que existen entre las frases, en los párrafos, en los artículos, en los capítulos. También nuestro aislamiento se hace rico cuando asistimos a los quehaceres de quienes pueblan esos mundos inventados. Invenciones sacadas de la vida misma que ensanchan nuestro mundo.

Qué grandes son las fantasías que descubrimos en nuestra adolescencia, mientras buscamos nuestra identidad. Llenos de dudas y desvelos, nos entregamos a las ficciones para sentirnos alejados de una realidad firme que nos amenaza llena de intransigencia. Y a la vez vamos convirtiendo ese refugio hecho de tinta y papel en un sólido refuerzo para enfrentarnos con todo lo que nos enseña los dientes ahí fuera. Dentro de las fábulas podemos ensayar, hacer experimentos con la gaseosa que siempre nos permitirá volver atrás sin haber arriesgado nada que no pueda salvarse.

En nuestra juventud encontramos necesario ese recogimiento lector para separarnos de quienes impiden que nos reconozcamos como únicos. Queremos apartarnos de las relaciones con nuestros padres o con otros mayores para empezar a descubrirnos. Y si eso nos satisface, acabamos leyendo a todas horas, en todas partes, ignorando que estamos ahí. Empezamos a vivir en otras vidas, en otras historias.

Pero hay un momento en que el poso que tales vivencias han dejado en nosotros pasa a estar en el plano más consciente, a entremezclarse con los detalles corrientes que están en las cosas del día a día. Y así, como en un círculo que se cierra, volvemos al aspecto más práctico que encontramos en leer. Ahí es donde todo lo leído pasa a ser parte de nosotros, empieza a sernos útil.

martes, 19 de agosto de 2008

En busca de lo auténtico

¡Vayamos a todos los lugares remotos del planeta antes que nadie! ¡Vivamos lo auténtico cuando todavía los demás lo ignoran! ¡Jactémonos de conocerlo en exclusiva, de haber sido los primeros en poner su pie allí! ¡Esa huella es la mía: la del primer hombre que pisó aquellas tierras!

Todo ello y mucho más está aquí, encerrado en este pequeño ingenio compuesto de una botonera y un objetivo con lentes que apresan el mundo. Ya verás que no te miento. A las pruebas me remito. Fíjate, qué lugares. Y una vez allí, tampoco sientes que hayas ido tan lejos. De verdad. Puedes pedir la misma bebida que sueles tomar aquí y, si te empeñas, te hablan en tu misma lengua. Ya ves, en el fondo está más cerca de lo que parece.

¿Por qué no nos adelantamos a esas empresas que lo llenan todo de su publicidad, de su mercadotecnia? Que ninguna de sus etiquetas marque uno sólo de los objetos que ahora nos son tan lejanos. Creamos que pueden seguir impolutos para siempre. Que no se apropien de ellos haciéndonos creer que si existen es gracias a su creatividad, su tecnología y su buen hacer. Busquemos lo más exótico, lo más ajeno, alejado -o cercano- a lo que vivimos y respiramos a diario. Protejámoslo de quienes intentan atarle un cordón del que tirar para acercarlo a todo lo que les es familiar. Ellos y sus clientes quieren seguir inmersos en su ambiente inmutable, temerosos de encontrarse perdidos entre tanta novedad, atormentados por el miedo a no reconocerse si les cambiamos el decorado.

Algún día se habrán perdido las pistas de lo que es de acá o de allá. Nos preguntaremos por la esencia de las cosas, que será difícil determinar. Su origen, allí donde nacieron, quedará oculto. Su procedencia, allí donde se fabrican, será lo único que sepamos de ellas. Sólo una etiqueta que ni siquiera habrá conservado un pequeño rastro impreso. Y si todavía existe algún libro lo consultaremos intrigados en busca de algo de claridad.

viernes, 15 de agosto de 2008

Más móviles

Hace unos nueve años, cuando me saqué el carnet de conducir, compré uno. Eran muy baratos. Casi todo su coste era saldo para hacer llamadas o enviar mensajes. Lo quería para llevarlo encima cada vez que cogiera un coche. Sólo por seguridad. No todo el mundo tenía, aunque ya empezaban a ser habituales. Pocos años antes cualquiera que paseaba por la calle agarrado a un móvil era un esnob, un lechuguino. Si no lo necesitaban para sus negocios y el "busca" era todavía la herramienta habitual utilizada por las empresas para localizar a sus empleados, es que eran todos unos engreídos que alardeaban de tecnología pegada a la oreja.

Hoy el móvil se ha convertido en algo casi imprescindible. Tras difundir tu número entre los tuyos, éste pasa a ser la primera opción de quien quiere localizarte. El número de tu teléfono fijo pasa a dejar de existir para casi todos. Menos para los comerciales, que no dejan de insistir tratando de venderte la mejor conexión a internet del mundo o la tarjeta de crédito con la que dejarás de preocuparte por la inflación. Y eso cansa mucho.

Nadie usa ya agendas de papel y tu número fijo quedó apuntado en alguna página olvidada de una de ellas. La tinta ha comenzado a palidecer mientras el papel amarillea. Ya no merece la pena actualizar esas viejas agendas, total, ¿para qué?, pudiéndolo llevar todo en el teléfono. Ahora sólo guardamos dos únicos datos: número de móvil y dirección de e-mail, que almacenamos en sus recipientes correspondientes. Cualquier día, si uno necesita algún dato adicional, siempre puede pedirlo. "Ya te enviaré mis señas por correo electrónico". Pero nunca llegan. Alguna vez uno se encuentra en un lugar remoto y se le ocurre que sería un bonito detalle enviar una postal a alguien. ¿Pero a qué dirección?

Y si te llaman al móvil y éste no está operativo, ya casi nadie se molesta en intentarlo con el fijo. Entre otras cosas porque no está memorizado en su agenda SIM. Todos los huecos de la tarjeta están dedicados a números "portables". No es como antes, que si alguien te llamaba a casa y no estabas, volvía a insistir más tarde. Ahora sabemos que el primer intento habrá quedado reflejado en algún lugar suspendido sobre las microondas y entrará en el móvil receptor cuando éste sea encendido. "Verá mi llamada y sabrá que quiero decirle algo".

En mi caso, el móvil nunca ha sido un objeto al que he tenido apego. O no me acuerdo de encenderlo o, ya conectado, se me olvida llevarlo conmigo. Ahí se queda, en algún lugar de la casa y anejos. Será que no están hechos para mí. Lo siento por quienes intentan localizarme y no siempre lo consiguen. No me preocupa lo suficiente, así que puede pasarse días apagado sin que logre echarlo de menos. Y digo yo... ¿no sigue existiendo el fijo?

miércoles, 13 de agosto de 2008

Pendientes y dependientes

A mi alrededor muchos dedican todo su tiempo a mirar, manosear, abrir, cerrar, teclear, escuchar,... pocos a hablar... Todos centrados en su móvil. Echo de menos los días que los objetos más habituales entre las manos de los viajeros eran libros, revistas, cuadernillos de crucigramas y otras cosas carentes de batería.

No me molesta que se utilicen estos teléfonos de bolsillo. Nos unen y reúnen con mayor facilidad que los de sobremesa. Lo que me preocupa es la patente dependencia que de éste demuestran muchas personas. Me alarma ver a muchos llevándolo entre sus manos, pendientes de cualquier señal que pudiera provenir de él en cualquier momento. Necesitan tenerlo, sostenerlo. No se dedican a otras cosas. Sólo aguardan, esperan, velan.

Posibilidades de comunicación, todas. Comunicación efectiva, prácticamente nula. Es la dependencia que no invita a las palabras. Ésa que mantiene todas las puertas abiertas pero no anima a atravesar ninguna de ellas. Tal vez podrían guardarlo y olvidarlo hasta que algún sonido les recordase que está en algún lugar. Pero ahí siguen, aguardando expectantes a que la posible llamada llegue. O el mensaje. O decidiendo si llamar o no. O repasando los mensajes recibidos. Tal vez los enviados. Y así mantienen caliente el móvil, el objeto en sí mismo, que no el contacto.

Ahí, a su recaudo, se asemejan a una piedra mágica que el brujo debe guardar prieta entre sus dedos, entregándole la energía que mana de sus palmas. Son los escarabajos sagrados que duermen su sueño arropados. El corazón entre las manos. Son las gemas dadoras de fortuna. Hay que acariciarlas bien recogidas y el mimo despertará sus cualidades latentes. Como la luz de la perla atesorada por algún bivalvo. Esa es la luz que todos esperan ver encenderse. Y comenzar a ver en sus sonidos, empezar a oir en su claridad.

Y la espera se llena de ansiedad.

martes, 12 de agosto de 2008

Se nos va

La realidad:

El año se nos va sin darnos cuenta. Apenas. El tiempo pasa embozado, sin dejar que lo veamos. No sé si para evitarnos el mal trago.

La anécdota:

Me he dado cuenta al mirar un calendario que alguien ya tiene fijado en el mes de septiembre. Y advierto que no se ajusta al presente porque la fotografía no es para nada estival. Muestra un valle brumoso donde la silueta de dos rebecos se recorta sobre las laderas de la montaña. No parece que una estampa así sea el motivo más apropiado para un mes como este. Retrocedo en busca de la hoja anterior, la de los meses de julio y agosto. En ella la imagen la protagonizan dos jilgueros que tratan de sacar agua de un antiguo grifo de cobre. Uno de ellos se posa sobre la manilla, como queriendo hacerla girar para abrir el chorro. El otro aletea bajo la boca del grifo, buscando cualquier gota que se haya deslizado desde su interior y pudiera estar pendiendo para regalarle algo de frescor. Prefiero no remontarme más atrás, pues me va a parecer que los meses han pasado más rápido aún.

Mi realidad:

Comencé el año con nuevo estado civil: desempleado. Afortunadamente duró sólo tres meses que, para según qué cosas, se me hicieron eternos. Sin embargo, para otras, fueron cuatro días nada más. Me embarqué en la escritura de una novelita a la que aún sigo dando vueltas. Y más vueltas. Y lo que me queda. Aquellos tres meses únicamente sirvieron para arrancar el motor, ponerlo a punto, engrasar los goznes -si alguien sabe lo que esas cosas son...-, en fin. Para esa tarea el trimestre se hizo muy corto. Y también para otras que no llegué a hacer.

Incertidumbres:

Mirar lo que le queda al año y pensar en las cosas que están por venir puede ser un estímulo, siempre que no se piense que cada vez le queda menos para terminar. Y determinadas cosas podrían no llegar. Y otras no acabar nunca.

Deseos:

Que lleguen las que deseamos que lleguen. Que concluyan las que ansiamos terminar. Y que cada cual se aplique la fórmula como le convenga.

domingo, 10 de agosto de 2008

Hablando de los Juegos

-Oye, Lu, que me gusta mucho lo que habéis hecho en Pekín con esto de los juegos olímpicos. De verdad, quería daros la enhorabuena porque la ceremonia del viernes fue impresionante. Una auténtica maravilla que nos ha dejado a todos asombrados. Qué belleza. En algunos momentos se nos ponía el vello de punta y tuvimos esa sensación de la emoción que sale del estómago y sube hasta la garganta, pero uno la ahoga por pudor más que nada. Todos esperábamos ver algo grande, que los chinos para esto sóis muy buenos ¿eh?, pero habéis superado cualquier expectativa. Menuda sincronización de movimientos, qué vestuario, qué música. Muy bien. De verdad, Lu. Y, además, nos han entrado ganas de ir a China, con esa mezcla de tradición y modernidad que tan bien nos habéis enseñado. Oye, y el que ha dirigido todo eso es el que ha hecho todas estas películas tan bonitas, las de las dagas voladoras, que nos gustó mucho, y la de la flor dorada... de ésa sólo hemos visto un trocito, pero debe ser también muy buena. Se nota que él ha estado ahí, en la ceremonia, con tantos miles de bailarines y acróbatas en el estadio del nido. ¿No es el tal Zhang Yimou? ¿Cómo se dice en chino?

-Yan I Mo.

-Yani Mu... ah, vale. Qué bien estaría saber algo de chino, pero qué difícil ¿no? Bueno, que no te entretengo más, que veo que tienes gente. Me dices cuánto es y ya, si eso, hablamos otro día.

lunes, 4 de agosto de 2008

Paraísos cotidianos

Salvia me sugiere que cuente en uno de estos apartes de mis días lo que le digo en confidencia cuando pasamos rodeando juntos la valla de mi jardín de las delicias. Yo, como en otras ocasiones, no le digo que no. Tampoco le digo que sí. Sólo le sigo transmitiendo lo que pasa cuando entro y lo paseo. Finalmente decido que sí, y aquí se lo describo, evocado a mi manera.

Me alegra verlo abierto, como a mi disposición, casi exclusivo. A diario no puedo detenerme allí dentro, a conversar con la soledad. Sólo algunos días dedico algún rato ganado a las prisas a recorrerlo con algo más de consciencia. Unos primeros pasos me llevan hacia una fuente en torno a la que se vertebra la geometría del dibujo de sus calles. Hasta alcanzar el agua camino bajo la sombra de árboles que han estado ahí durante muchos años. Este fue un jardín anónimo que abrazaba una quinta cercada por altos muros. Desde el exterior sólo se avistaban algunos árboles, que se alzaban desde dentro, como queriendo señalar que allí, junto a sus raíces, el suelo había conservado un mundo ajeno a los pavimentos y el asfalto de afuera.

La quinta ya llevaba muchos años deshabitada y el jardín se había convertido en un bosque algo dejado y enmarañado. Ya nadie desbrozaba, ni limpiaba el suelo de malas hierbas, ni podaba los árboles para dejarlos descargados de ramas inconvenientes.

Debió ser un jardín salvajemente secreto que algún niño disfrutaría haciendo de él su amazónico deleite. Y entonces llegó la idea afortunada de alguien que lo sacó de su destierro. Así pues, los árboles de ayer encajaron en el diseño de hoy y le dieron el poder que sólo tienen los seres muy vividos.

Camino resguardado por su proyección de encaje hecho de sombras y luces hasta llegar al sencillo surtidor que despide con presión ajustada un ramillete de chorros. Agua que describe un arco en el aire y lo rompe después, haciéndolo pasar de su rigidez metálica a la segmentación de varias gotas que se persiguen las unas a las otras. Me parece que son cuentas transparentes que se deslizan escapando del hilo que, hacía unos instantes, las sostenía atravesadas por sus entrañas. Y caen liberadas, ansiando diluirse en el pequeño estanque al que llegan para dejar de ser únicas. En él viven sumergidas algunas plantas de papiro cohabitando junto a las calas, cuyas flores blancas reflejan el sol como pequeñas velas que recogen el viento y multiplican sus rayos.

Continúo refrescado por el agua y las sombras generosas. Me es posible, durante sólo unos instantes, caminar junto a parterres de flores combinadas con tino, hasta llegar junto a las puertas de la casa que se asienta dentro del paraíso. Es la quinta desde cuyo torreón el inquilino siempre enigmático que imagino puede vigilar cualquier cosa que ocurra en sus dominios. Es el guardián del edén, ocupado en seguir el discurrir del tiempo y de quienes lo habitan permanente o, como yo, fugazmente.

Prefiero recorrer este pequeño paraíso por la mañana, cuando la mente no está cargada de pensamientos desatentos. Es este el lugar donde a veces encuentro mis ficciones, las más buscadas, que son lo único real dentro de este absurdo de la vida.

jueves, 31 de julio de 2008

Des-seguridad

Nunca podemos dar nada por seguro. Ni siquiera cuando ya ha pasado, cuando ya ha sido. Eso tampoco.

La calma ha llegado tras el temporal y lo que veo es: que la tormenta ya se ha ido. Me relajo y salgo a descubierto con total despreocupación porque nada me acecha ya. Y le entrego mi confianza a ese claro que cada vez se abre más y más. No esconde nada, tan diáfano como es. Eso me tranquiliza.

Pero lo que no sé es que tiene otra cara que nunca me muestra. Tampoco en esta ocasión. Su bondad aparente me tiene encantado, alejado de la sospecha. ¿No debería plantearme que una buena faceta puede tener su lado turbio? Me temo que sí. Pero ya es tarde y, nuevamente, la vida vuelve a jugármela con sus cartas marcadas.

Lo que veo no es todo lo que hay. Por desgracia. Por fortuna. Así que no puedo dejarme en paz; tengo que renunciar a la sensación de seguridad dada por tanta quietud.

martes, 29 de julio de 2008

Sjón

Bailar en la oscuridad fue la estremecedora revelación de Björk en el terreno de la interpretación. La acompañaba Catherine Deneuve, pero ni siquiera su belleza lograba restar destellos a la estrella de la islandesa.

Lars von Trier quiso que las letras de las canciones de esta película fuesen de Sjón, un autor compatriota de Björk que ya destacaba dentro de la vanguardia de las letras nórdicas.

Ayer ocupé mis ratos de lectura con una novelita de Sjón -cuyo nombre completo es Sigurjón Birgir Sigurðsson- que me llevó a los hielos glaciares de Islandia y me tuvo encantado, envuelto por su calidez.

Calidez y calidad la de El zorro ártico, una breve joyita que me lleva a vivir una historia de cazadores cazados llena de la sensibilidad y la poesía que destilan su concisión y, podría decirse, necesaria parquedad.

Cuatro capítulos que acaban entrelazándose y revelando un misterio, empleando elementos mitológicos y del folclore de aquel país para acabar haciendo justicia y poner al malvado en su lugar. Es la Islandia de mediados del siglo XIX, en su aislamiento esencial; donde todo, lo bueno y también lo malo, provenía del mar.