jueves, 16 de agosto de 2012

Fuego

Sé poco del humo,
del cosmos que esconde,
de su rabioso velo negro
y de la horca que entraña.

No quisiera ser árbol
preso de la hoguera
cuyos cantos se asfixian,
la sombra estrangulada.

Verde sin verde,
trocado de luto,
amargamente sediento
frente a la sed de la llama.

Ni el silencio devuelve
equilibrio a la tierra,
la savia hervida,
la piel quemada.

Trágicos restos.
Calcinada memoria.

¿Aún respiras?
Si la vida duele
queda algo de vida.

Incendios

¡Fuego, fuego, que me quemo,
que mi cabaña se abrasa!
Repicad a fuego, amigos,
que ya dan mis ojos agua.
(...)
¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!


En El burlador de Sevilla habló el gran Tirso del fuego y de la traición. Estos días media España arde. Como todos los años. Tal vez más que todos los años. Cada foco es una desgracia irreparable. Ocurría cuando no estábamos en crisis económica, con mayor o menor saña. Y sigue ocurriendo ahora, cuando, a pesar de la recesión, no debería escatimarse en medios para prevenir y luchar contra el fuego.

En el bosque, en el monte, está la vida. No lo olvidemos.

lunes, 6 de agosto de 2012

Mangos azules

Durante un mes he estado inmerso en la crónica de una familia del sur de la India, sumido en su vida e imaginando qué quedará de lo real y de lo inventado por su autor en un lugar medio real-medio inventado cercano a Kerala. En la novela no sólo se habla de los Dorai, clan no brahmán aunque bien posicionado, del que conoceremos su devenir a lo largo de tres generaciones. También se cuenta en ella parte de la historia de la India durante la primera mitad del siglo pasado, a lo largo de las dos Grandes Guerras y del declive del Raj.

Los mangos azules, únicos como esta narración, van dejando aquí la impronta de sabores y texturas que únicamente recuerdan a ellos mismos. Esta primera novela de David Davidar indaga en las complejidades de cada uno de sus personajes. Solomon, el patriarca, del pueblo de Chevathar, lucha contra otra casta que pretende detentar el poder en la región. De sus dos hijos, uno, Aaron, sufrirá las crudas consecuencias de militar en política en oposición a los británicos. El otro, Daniel, aprendiz de un médico local, acabará enriqueciéndose gracias a la fabricación de una fórmula para aclarar el color de la piel y, con su fortuna, fundará una colonia para mayor gloria de los Dorai. Más adelante, su hijo y pretendido heredero, Kannan, estudiará Botánica en Madrás (como hiciera el propio Davidar) y acabará alejado de su familia...

La casa de los mangos azules es una novela didáctica que indaga en multitud de los asuntos que han hecho de la India lo que hoy es. Las pugnas entre castas en el contexto de la lucha de los indios por lograr su independencia de los ingleses, la obcecación de estos en mantener su estilo de vida a costa de la riqueza del subcontinente, el choque de culturas que nunca llegaron a armonizar del todo. El relato está, además, repleto de sensibles descripciones de paisajes, prácticas cotidianas, comidas, olores, colores y de los toques poéticos que no es fácil encontrar en esas novelas ambiciosas que hablan de sagas familiares. Está también lleno de esos singulares mangos, una rareza tan preciada como toda esa diversidad.