martes, 30 de diciembre de 2008

Mis mejores deseos

Llevamos unos cuantos días dando y recibiendo mensajes cargados de bondades para 2009. Orales o textuales, da lo mismo. Es el momento de hacerlo, ahora que todos cerramos nuestra agenda y sustituimos el calendario por uno nuevo.

En unos casos esos cumplidos nacen espontáneamente, acompañados de emociones, sonrisas y abrazos. En otros casos no dejan de ser pura formalidad, un feliz año mecánico, carente de implicación sentimental. Es lo que tiene vivir en sociedad, entre convencionalismos que se nos escapan.

A lo largo de enero nos encontraremos a personas con quienes no habíamos cruzado felicitaciones todavía. A veces nos parecerá que el plazo de entrega de esos deseos ya terminó. Cada uno siente antes o después que la frontera temporal de los parabienes queda rebasada a partir de un día concreto. Yo creo que, una vez ha pasado un par de semanas tras el día de Año Nuevo, ya no es tiempo para ese tipo de cortesías. Daremos por hecho que el mensaje habría sido entregado o recibido de todas formas. Con unos tuvimos la oportunidad de cumplir... y con otros nos descuidamos tal vez. No le demos vueltas.

En definitiva, queremos lo mejor para los nuestros. Deseárselo puede resultar redundante, pues se presupone que reclamamos solo cosas buenas para ellos. Aun así, no dejemos de verbalizarlo. Conozco a quienes creen que lo que no se dice no existe.

Hagamos que todo lo bueno exista:

¡Para 2009, todo lo mejor!

lunes, 29 de diciembre de 2008

De ilusiones

Un día dije en este blog que tenía aversión a los listos, los sobraos, los maleducaos y los aprovechaos. Pues bien, tampoco me gustan los que dan su palabra y después no cumplen con su compromiso. Supongo que entran dentro del subgrupo de los maleducaos y también del de los listos.

Recientemente me he llevado un chasco muy gordo con alguien que un día dijo una cosa y ahora ha dicho otra muy distinta. La cara de gilipollas, en estos casos, no hay que forzarla. Sale sola. Uno pasa primero por la decepción, la transforma después en cabreo, y éste, nuevamente, vuelve a convertirse en un decepcionado pesar.

Junto a la decepción, el vacío. Cuando crees que cuentas con algo y, repentinamente, eso que estaba a tu alcance se esfuma, la sensación es de hueco insondable. Las ilusiones ocupan un área de unos cuantos centímetros cuadrados -difícil medir- y llenan también un lugar -complicado cubicarlo-. Hay ilusiones de mayor recorrido que otras. Son, quizás, las que acaban llevándote hacia otras, y éstas engendrando otras,... y así. Supongo que son las que llenan más. Y dejan un vacío mayor cuando desaparecen.

En fin, son cosas que nos pasan a todos. Para cada cual sus disgustos son los más terribles y no siempre es fácil dejarlos a un lado y seguir adelante. Bueno, hasta que uno mira atrás y, tomando algo de perspectiva, se da cuenta de que ya quedaron lejos otras situaciones que fueron peores en comparación. Entonces lo mejor es tomar aire para llenar ese hueco dejado por la ilusión que se ha evaporado.

Pero entonces queda el recelo.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Comer de la lumbre

Llega, además, la parte culinaria de un buen fuego. Lo mejor, aparte de calentarse y dejarse cautivar, es poderte preparar la comida.

Un puchero de alubias hechas lentamente es un auténtico lujo. A mi madre le quedan exquisitas. Sólo hay que procurar que las llamas tengan la fuerza justa y mimarlas a ratitos.

Las migas de mi padre también merecen mención especial. Las trae del pueblo rajadas ya. El pan aguanta mucho y así puedes disponer de unas pocas para hacerlas en cualquier momento. Una buena sartén, una paleta, agregar los ingredientes cuando corresponde y voltearlas hasta que estén listas. Ese es su secreto, aparte del fuego.
La parrilla también es un fantástico aliado un día junto a la chimenea. Y la previsión también. Si no se ha pasado antes por la carnicería, difícilmente podrá hacerse nada sobre las ascuas. Nunca he probado con verduras.
Hace pocos años la plancha también entró a la chimenea. Fue nuestro hallazgo más logrado. Basta con preparar una buena cama de rojo encendido, poner la plancha a calentar y hacer pasar por ella todo lo que a uno se le ocurra. Punto de aceite y pizca de sal. Queda todo delicioso.

Y a media tarde, cuando pica el gusanillo, siempre se puede tirar de una sartén para asar castañas. Una vez hechas, solemos echarlas sobre un papel de periódico para que se enfríen un poco. Lo justo para no quemarnos al comerlas.

¿Qué tal unas patatas? No hace falta pelarlas. Se envuelven con papel de aluminio y se entierran entre las ascuas. En cuestión de unos veinte minutos están listas. Abrirlas y ponerles la salsa que más nos guste.

Es lo que tiene.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Al amor del fuego

Uno de los grandes placeres cada invierno es sentarse ante la chimenea encendida. La lumbre tiene un nosequé de brujo llameante que engatusa al primer contacto.

Para echar fuego es imprescindible tener leña. Dicen que la leña calienta varias veces: al cortarla, al cargarla, cuando la metemos en casa y, finalmente, mientras arde. No les falta razón, su poder calorífico es así de amplio. Hace años el proceso había que realizarlo completo en la mayoría de los casos. Ahora, instalados en esta comodidad relativa, lo habitual es comprar la leña cortada (ya hecha). Yo casi todos los años entro en calor descargando, transportando y apilando todos esos troncos, bueno, digamos que la mitad, ayudando a colocarlos de forma que no ocupen mucho espacio y sea fácil disponer de ellos.

Esa pila irá mermando de un año para otro, dando siempre la oportunidad a más de un animalillo de anidar o cobijarse entre sus piezas leñosas. Y acabará por desaparecer tarde o temprano, habiendo acogido durante una temporada algo de vida.

En cuanto al fuego, cuesta creer que algo tan destructivo pueda resultar hermoso. Pero lo es. Un buen ceporro abrazado por las llamas dentro del hogar de la chimenea es algo prodigioso. Contemplarlo es un placer adictivo. La danza de las llamas nos deja hechizados y su calor nunca llega a ser demasiado. Podría estar horas y horas charlando, o leyendo, o ensimismado. Enmimismado. Sólo hay que atizar un poco al genio para que siga vivo y no se escape.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Vredaman

Hoy he terminado Vredaman, la novela de Unai Elorriaga (versión en castellano de Alfaguara, 2006). Ya fue reconocido y laureado por su novela Un tranvía en SP, como sus demás obras, escrita en euskera y traducida con posterioridad. De ésta recuerdo su tremenda fragmentación y aquel mosaico tan logrado en el que las piezas aparecían aisladas y a la vez íntimamente interrelacionadas. Asistíamos a los sueños y ensueños de su protagonista, subiendo los últimos peldaños de la vida como en una ascensión a alguna de las montañas más altas del planeta. Fue un juego creativo y experimental que leí con interés.

Vredaman conserva parte de los logros estilísticos y formales de aquella, pero va más allá. También en ella escuchamos diferentes voces, ecos de edades distintas. Nos reencontramos con los niños y las narraciones filtradas por el prisma del pensamiento infantil. Son historias tiernas, llenas de seres singulares en búsqueda permanente, mostrados por un niño que nos lleva de un lugar a otro. Nostalgia, inocencia, recuerdos. Niños que cazan insectos y experiencias nuevas, hombres con ilusiones que se plantean retos, mujeres que atesoran secretos; chavales que investigan sobre otros hombres y acaban valorando su enorme talla personal.

Oímos el latido de sus corazones, sentimos el calor de sus emociones, nos prende su emotividad creciente.

Tenía una duda con respecto al título. He descubierto en internet que Vredaman es una palabra inventada, que no aparece en el libro, y que el autor la sacó de la mezcla del nombre de uno de los personajes de la novela Mientras agonizo, de William Faulkner, un niño llamado Vardaman, y del nombre de un pintor holandés, Vredeman de Brie, que tuvo un hijo que nunca pintó un cuadro original, sino que lo único que hizo fue copiar los de su padre.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Los jueves al sol

En febrero busca la sombra el perro. En este diciembre no. Y en algunos febreros tampoco. Esta mañana era un placer exponerse al sol. Se llega a notar cómo sus brazos te alcanzan la cara y ésta se enciende.

Y por la noche, en el mismo instante en que uno se sienta en el sofá y se ensombrece un poco frente al televisor, ese calor parece devolverle algo de vida a la piel. Debemos tener un pequeño acumulador en algún lugar entre la epidermis y los tuétanos. Y despide calorías cuando no hay sol.

Anoche una noticia pulsó el botón del disipador de calor. Tuve que apartar la mantita bajo la que estaba sentado cuando Mara Torres anunciaba que, por ahora, esa posible jornada-muerte-en-vida de 65 horazas semanales quedaba en stand-by. Las manos y los pies se me caldearon al instante.

Pero el frío amenaza con ponerse a soplar sus aires escarchados. Esa jornada-hacedora-de-zombis no se descarta cualquier día del mañana. Se mantendrá agazapada sobre el yeso de los falsos techos de los centros de trabajo, acechando entre sus tornos de entrada, dentro de las ranuras para las tarjetas de fichaje, escondida dentro de las máquinas de café, con la respiración contenida.

Hoy jueves, que podría ser otro día cualquiera, bajo el sol previo a mi entrada al trabajo, no dejaba de sentir que ahora sí somos afortunados. Hace años muchos trabajadores no podían deshacerse de su mantita por las noches. No habían acumulado el calor que al sol le sobra. No tenían ni un triste rato para llenarse.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Un agujero negro en casa

-Ahí está. Es negro, como todo lo negro que hay a su alrededor. Es el sumidero cuyo poder de succión amenaza con tragársenos a todos. Una galaxia entera regida por el poder del Rey Negro. Estuvo ahí durante millones de años hasta que se apagó. Consumido, pasó a ser sombra, la sombra que necesita engullir infinitas masas solares para seguir existiendo.

Mathias no paraba de hablar en el tono novelesco y misterioso que solía utilizar cuando quería divertirse. La entonación de los documentales de ciencia siempre le había hecho gracia.

-Y lo tenemos en nuestra propia casa. La Vía Láctea tiene bicho. Un inquilino que nunca se marchará. Todo lo contrario: permanecerá ahí, en el centro, moviéndolo todo en torno suyo. Es el más seductor, el que todo lo atrae. Ahí pueden verle, con su ballet de jóvenes estrellas danzándole alrededor.

Sus compañeros le sonreían con miradas de resaca. La noche anterior se habían ido directos del Instituto Max Planck al bar más cercano. Querían celebrarlo. Algunos llevaban los dieciséis largos años en el mismo proyecto. Ya era hora, por fin resultados. Al día siguiente la noticia se publicaría en todo el mundo. De eso hablaban, y de otro montón de cosas, a medida que iban vaciando las jarras de cerveza sobre la mesa de siempre.

El astrónomo Reinhard Genzel se había pasado la tarde contrastándolo todo una y otra vez. Sin la certeza de haber acabado, pidió a su equipo que se fuesen marchando al bar, que él iría un poco después. Quiso quedarse solo, junto a su telescopio. Se frotó los ojos. Le escocían. Se acercó a las lentes, pero decidió no ponerse a mirar. Apagó las luces del centro y sintió un gran alivio. En aquellos momentos no estaba para preocuparse por la repercusión de su estudio. Ya saldrían todas las publicaciones. Sólo le importaba parar por fin. Unos instantes nada más.

Y no pensó en nada.

De camino a la cervecería pensó en su mujer.

-Oye, Reinhard, ¿tú crees que han merecido la pena tantos años para esto? Nadie lo verá jamás a simple vista,... a no ser que vayan al centro y miren por el VLT... y aun así, tampoco.

El astrónomo miró al profesor Stuck. Demasiadas cervezas de ventaja, pensó. Saludó a todos efusivamente, recibiendo abrazos alcohólicos y cariñosos alientos cerveceros. Ya habría tiempo de organizar la celebración que el éxito merecía. Se marchó a casa. Necesitaba ver a Hanna.

También a partir del artículo publicado ayer por Rosa M. Tristán en El Mundo.
http://www.elmundo.es/elmundo/2008/12/09/ciencia/1228850495.html

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Un logro científico

Todos los días llegaba restregándose los ojos con las manos. Los tenía irritados, llorosos; incluso, iba por días, con marcas alrededor, como si hubiese llevado grandes gafas muy pegadas a la piel de la cara. No le apetecía ponerse a ver la tele. Tanta luminiscencia le hacía daño tras volver del trabajo. Tampoco leía. Demasiado esfuerzo visual. A veces tenía que entornar los párpados para soportar la luz incandescente de las bombillas de la casa.

Su mujer se paró frente a él y, después de darle un beso de bienvenida, volvió a mirarle nuevamente a los ojos. Más acuosos que nunca. Cabeceó.

-Reinhard, no puedes seguir así. ¿Tú te has visto? Llevas más de quince años en ese centro de observación. Cada día tienes la vista más cansada. Ya ni puedes mirarme con esos lagrimones que se te caen en cuanto entras y enciendes la luz. ¿Cuánto te ha aumentado la miopía? Ni siquiera lo sabes.

Se marchó al salón sin obtener respuesta de su marido. Se acomodó en el sofá con su cojín a la espalda y cambió de canal hasta dar con el programa que buscaba. A esa hora le encantaba ver Küstenwache, su serie policíaca preferida de la 2DF.

Reinhard apareció tras unos instantes, se sentó a su lado y, como todas las noches, con la cabeza gacha, evitó que el resplandor de la pantalla le deslumbrase. Siguió sin decir nada. Hanna permanecía atenta a las peripecias del capitán Ehlers, que en este capítulo olfateaba el rastro de unos ladrones de arte. Llegó el corte de publicidad y quitó el sonido del televisor. No soportaba el bombardeo acústico cuando ponían los anuncios.

Se había hecho el silencio en la casa de los Genzel.

Era un respiro habitual, en el que cada uno se centraba en sus propios pensamientos. Durante ese intervalo se pudo oír un leve gemido. Hanna lo advirtió muy de cerca; hubiera dicho que provenía de al lado. Se volvió hacia su marido y éste, sin poder reprimirse más, se puso a llorar abiertamente. A ella el corazón se le encogió.

-Lo siento. Siento haberte dicho todo eso. Sé que, aunque me duela verte así, no tengo derecho a pedirte que lo dejes. Llevas tanto tiempo en ello... Perdona.

Entonces él se repuso por momentos. Negaba con la cabeza, como queriendo decirle que no debía disculparse, mirándola mientras trataba de calmar su llanto. Le lanzó una sonrisa. ¿Sonreía? Era como una explosión inesperada de alegría, sobresaliendo de entre la rojez habitual de los ojos de Reinhard. Ella se quedó parada. No sabía cómo reaccionar ante aquel inexplicable y repentino paso del sollozo a la felicidad. Esperó.

-Cariño, lo hemos conseguido. ¡Por fin tenemos resultados!
-Entonces, lo de hoy... hoy tus lágrimas...

Se echó a sus brazos. Esa noche, durante aquel corte de publicidad, los dos lloraron de verdad. De alegría.

A partir de un artículo publicado por Rosa M. Tristán hoy en El Mundo.

martes, 9 de diciembre de 2008

¡Menuda contada!

El domingo fuimos a ver mi amiga Pilar Casas a la sala Plot Point de la calle Ercilla, en Madrid. Presentaba por primera vez Sexo, mentiras y otras historias, un conjunto de cuentos que, sin duda, va a seguir contando muchas veces más.

Fue una velada deliciosa, llena de pasajes hermosos, escritos con una magnífica intuición literaria, y contados con su espíritu lleno y esa voz que tanto me gustaba escuchar cuando trabajábamos en la radio.

Pilar ha logrado reunir una colección de personajes entrañables, habitantes de un mundo existente hoy entre la nostalgia de otros usos y una cotidianeidad que le pertenece sólo al que observa. Descubrimos entre ellos montones de almas anhelantes, mentiras contadas en pos de algo bueno y positivo, secretos que se descubren... y vuelven a cubrir, o también las gracias infinitas por alguna que otra plegaria atendida en su justo momento.

Nos encantó aplaudir las historias sobre pornógrafos de antaño y sus herederas vallisoletanas, o acerca de monjitas que acaban metidas en el mismo gremio, el del cine erótico. Enternecedor el relato sobre los deseos escritos en castellano que una modistilla franquea con destino a Alemania, recibiendo cartas de respuesta que destilan pasión en alemán. Los amores de un frutero y una cantante de ópera acaban siendo posibles, tangibles, a diferencia de otros flirteos imaginarios junto al estanque del Retiro. Incluso aprendemos que a la pérdida de respiración que sobreviene a un joven se asocia la de equilibrio en la doctora que le atiende.

Son ellas mujeres que suspiran por quereres y giros en sus vidas. Recuerdan algunas a la Emma Bovary emprendedora, la que acaba provocando los cambios que le darán la vida -y también la terrible muerte-. Ellos, hombres dispuestos a romper con las líneas marcadas e incitarlas a ellas a que les sigan en su camino.

Un gusto escuchar a Pilar, sabiendo que sus historias han nacido del cariño hacia las narraciones, creadas siempre para ser leídas, contadas y vistas. Qué bien cuenta. Un placer también el reencuentro con viejos amigos y conocidos, todos encantados igualmente.