domingo, 30 de octubre de 2011

4 gramos

¿Cuánto pesa la salud? Hace años, uno de los temas más frecuentados a raíz del estreno de una película, bastante cruda por cierto, tenía que ver con el peso estimado del alma. 21 gramos, ni uno más. Ese parecía ser el peso que los seres humanos perdemos al morir y, por tanto, el de la sustancia que, vaya usté a saber de qué modo y manera, abandona nuestro cuerpo. Teorías más o menos contrastadas aparte, es posible que la diferencia entre un estado y el anterior sí llegue a notarse en una balanza.

La salud de cualquiera de nosotros tal vez pueda medirse en kilos, unos cuantos en el caso de ser ésta indestructible. La salud es algo que se tiene o no se tiene, así que, dando por hecho que no es del todo inherente a las personas ¿quién sabe?, tal vez pueda tasarse. Quizás sea posible establecer esa cantidad restándole a un cuerpo sano el peso del mismo cuerpo enfermo. O, al contrario, acaso haya que sumarle a una alicaída tara inicial la necesaria para conseguir que recobre la energía perdida.

La semana pasada estuve pachucho y tomé unas cuantas pastillas para tratar de reponerme. Puede que sean conjeturas propias del efecto de las drogas, pero llegué a plantearme que el peso de mi salud posiblemente fuera el de las sustancias que me administraba. Paracetamol, 4 gramos diarios, ya se sabe, el máximo, mejor no pasarse. Gracias a la automedicación conseguí recuperarme -no la recomiendo, pero un inicio de gripe me atrevo a tratarlo por mi cuenta- y así puedo volver a especular, hoy con más discernimiento, sobre todo este asunto.

Conclusión, 4 gramos a los que sumaré el peso de unos litros de zumo de naranja natural, unas cucharadas de miel, leche, sopitas calientes y, cómo no, el de la ropa de cama, que en otoño ya va haciendo falta.

lunes, 17 de octubre de 2011

Las galletas de Ben

Acabo de pasearme por el centro de Oxford. Google Maps, con todo el mundo plegado en su impresionante colección de planos y herramientas visuales, me ha prestado un vuelo instantáneo y los zapatos con que patear por uno de los cascos históricos más hermosos que conozco.

Hacía ya tiempo que no volvía por allí y la sensación ha sido especial. Las mismas piedras, el mismo césped, alguna línea nueva en la calzada y algunos rótulos diferentes sobre ciertas fachadas. Pero el mismo cielo. High Street, el Asmolean Museum, St Mary's Church, el Balliol College, Carfax Tower y, por su puesto, pegado a Turl Street, el Covered Market:  más de doscientos años abierto desde que alguien decidiera reunir muchos puestos callejeros en un recinto cerrado, a salvo de la suciedad y el desorden.

Cuando algo nos gusta solemos hablar de ello y recomendarlo entre amigos y conocidos. Pues bien, no es ningún secreto que en ese mercado se venden unas galletas excepcionales. Las elaboran al estilo americano y las dispensan recién hechas, todavía calientes. Si algún día tuviera que hacer promoción de algo, creo que sería de las Ben's Cookies. De hecho -saliendo del subjuntivo- ya he sido su apóstol decenas de ocasiones desde que las probé por primera vez hace once años.

A menudo, aprovechando un receso en el trabajo, mis compañeros y yo salíamos a comprarlas. Nos las comíamos despacio, oh sí, alargándolas, como cuando uno quiere que algo nunca se acabe y mientras lo está disfrutando está sufriendo lo indecible porque sabe que va a terminarse.

Oxford ya no es el único lugar del mundo en el que pueden encontrarse estas delicias. La empresa ha ido abriendo tiendas en muchos otros lugares de Inglaterra, Arabia Saudí, Dubai e, incluso, Corea del Sur. En fin, debo de parecer tonto al sentirme parcialmente dueño de un goce gastronómico que ya casi se ha globalizado.

Ahora, mientras he caminado por el viejo Oxon me ha saltado a la mente multitud de imágenes y el estómago se me ha llenado de esa especie de rara inquietud que acaba agarrada a la garganta como las grandes emociones, mezclada inevitablemente con el olor de las galletas de Ben.

lunes, 10 de octubre de 2011

El árbol del tedio

Acudo a ver El árbol de la vida sin saber nada sobre ella. Suelo informarme sobre lo que voy a ver, pero en esta ocasión la belleza de su tráiler me anima a comprar una entrada sin buscar referencias. Somos pocos, será porque es la primera sesión de la tarde, temprano aún. La película comienza y, a duras penas, voy ajustando mis códigos de espectador medio a un nivel de discernimiento mucho más exigente. Apenas digerido mi almuerzo, y a falta del café que las prisas me han negado, el esfuerzo que debo hacer para no dormirme empieza a ser titánico.

La lista de cuestiones que me asalta entre cada bostezo y un nuevo movimiento de reacomodo en la butaca parece no tener fin. La naturaleza y su maravilloso espectáculo. La vida. El universo y la evolución de las especies. El bullir continuo, la renovación de cada partícula, la materia en todas sus dimensiones. La relación del Hombre con los elementos y su interacción con lo intangible. El dolor de la pérdida y la relación de dios con ese dolor y esa pérdida. Partiendo de la existencia de dios, no discutida aquí, ¿debo pedirle cuentas sobre lo que ocurre en el mundo? ¿Debe sufrir el inocente? ¿Busco lo eterno en vez de las recompensas efímeras de la vida? ¿Cómo educo a mis hijos?...  Alargaría esta retahíla hasta el aburrimiento.

Un apabullante discurso visual y sonoro se despliega ante mis ojos. Me esfuerzo por traducirlo en clave poética y filosófica. Hacia la mitad del metraje llego a la conclusión de que solo sobreviviré a la hora y pico restante si me pongo algo pedante y trascendental. Y lo consigo, más o menos, aunque en mi cabeza se van entrecruzando algunos hallazgos al respecto con ciertas conclusiones demoledoramente prácticas: Todavía estoy a tiempo de salir a la sala contigua a ver "Larry Crowne"; me da igual que ya esté empezada. Pero decido dar tiempo a que la semilla depositada en mi interior por el arduo planteamiento de la obra germine. O al menos lo intente.

Dentro de su guión discontinuo y de su impresionismo-deconstructivismo, me admira cómo el director aborda la rebeldía de un hijo frente a su padre autoritario. Esta resulta ser la parte más interesante de la película:  la educación basada en la obediencia y en lecciones de vida resumidas en mandatos -haz, no hagas, di, no digas- y el individuo que se rebela cuando consigue ver más allá de lo impuesto. Pero, a pesar de este rayo de luz, sigo tratando de construir el argumento por mi cuenta. ¿Cómo ha muerto un personaje al inicio de la película? ¿A cuál de los hijos del personaje de Brad Pitt encarna Sean Penn en el presente? ¿Por qué Jessica Chastain, la prodigiosa actriz que encarna a la esposa de Pitt, no tiene más texto aparte de sus preguntas existenciales en off?

Yo qué sé... No sé si todo esto es poesía, filosofía, un documento de vanguardia, cine de culto para cultos, un arriesgado y crítico panfleto teológico, cinearte, videocreación musical, una obra maestra o una pretenciosa tomadura de pelo.

Por cierto, valoro tremendamente la osadía de Terrence Malick al introducir un elemento de distorsión en una película que hunde algunas de sus raíces en la Biblia: muchos lo flipamos durante la proyección  -acojonante, esto es acojonante, repite con susurros una chica sentada detrás de mí-  cuando aparecen dinosaurios en un par de secuencias. En fin, por mis narices, la sala ya vacía, me quedo hasta ver pasar la última línea de los créditos finales, no vaya a echarse a perder la semilla sembrada en mí. Y que lo que tenga que florecer, florezca.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Salomé

Acabo de ver una grabación de Salomé, la ópera de Richard Strauss basada en la obra de Oscar Wilde, en la producción de David McVicar bajo la dirección de Philippe Jordan para la Royal Opera House. A mi entender, magnética.

No conocía a Nadja Michael, la soprano alemana que da vida a esta mujer consumida por el deseo carnal que acaba totalmente enloquecida. Aquí te deja sin aliento. Posee una presencia tremenda, le sobra expresión dramática y aguanta el tipo en una pieza tan exigente. Recomiendo ver la Danza de los Siete Velos de este mismo montaje y, por supuesto, la parte final, de la que añado aquí los vídeos. Tiene una voz estupenda que se mantiene a tono frente a la fantástica labor de la orquesta. He leído que parece tener dificultades para llegar a las notas altas con limpieza y que acusa un vibrato que hace difícil su escucha. A mí no me lo parece. Es más, quizás eso añada una verosimilitud forzada en otros casos, con otras cantantes en este mismo papel.



Al mismísimo Strauss, que dirigió personalmente su obra en diversos lugares del mundo, esta interpretación le habría parecido excepcional.



¿Qué más puede decirse?

domingo, 2 de octubre de 2011

Blogs paralelos

Ayer escribí material para otro blog. Muchos días escribo solo para ese blog. Le dedico unos pocos minutos y ahí lo dejo. Durmiendo. Tal vez nunca llegue a sacar de la oscuridad esos párrafos ni los deje siquiera escapar de entre las cosas descartadas, desechadas, abandonadas.

En este blog visible que a ratos sí publico hay al menos dos blogs más. Uno es ese que permanecerá como borrador, un simple apunte oculto, suerte de reservado de puerta recóndita en algún pasillo de este local abierto. Guarda frases que no entrarán, posts que no llegarán a la bandeja de salida y que tendrían otra vida con solo hacer clic sobre el botón virtual de publicación. Pero supongo que está bien arrepentirse un poco, guardarse algo y dejarse un pequeño gajo en el limbo privado del que puede que jamás rescatemos nada.

Y otro blog es el que voy redactando entre líneas dentro de estas mismas afueras. Sus entradas no se corresponden necesariamente con estas que titulo de forma caprichosa, separándolas de las demás mediante fechas. En él hablo de un modo más íntimo, pongo sobre las palabras acentos personales, le doy a cada frase el aire necesario y le presto mis pulmones.

Quienes pasan por aquí pueden empezar leyendo lo primero que encuentren y, lo mismo da, seguir en la dirección que se les antoje. También están invitados a pasearse por el blog de lo sugerido, el de los espacios en blanco, el de las cosas que se soplan. Mientras tecleo imagino ese interlineado y sigo sin ser capaz de concretar lo que dejo escapar entre caracteres.

Y en lo que me reservo, a las puertas del blog de lo relegado, tapado pero tangible, acabo pensando que quizás mañana vuelva a escribir algo que nunca sacaré a la luz.