martes, 31 de diciembre de 2013

¡Feliz 2014!

Un rato cualquiera, en casa, mientras friegas los cacharros del desayuno, haces la cama o pones una lavadora, puede dar para pensar. Digo yo que no está mal pensar y que casi siempre es bueno.

A pocas horas del final del año lo mundano y rutinario se reúne con lo ideal y más deseado. Lo uno estuvo y estará presente en cientos de hechos y acciones; lo otro, proyectado en nuestra mente, nos invitará a concebir nuevos días. Y mucho mejores.

En los próximos doce meses habrá tareas aburridas, anodinas. Muchas, me temo. Espero, de todas formas, que entre ellas estén también otras estimulantes y sorprendentes.

Ojalá que el Nuevo Año nos invite a sacar de entre las ideas y los deseos todo aquello que nos haga felices.

¡Pensemos en un feliz 2014!

viernes, 27 de diciembre de 2013

La San Silvestre

Amor

Aquella mañana invirtió más tiempo que nunca en ponerse las zapatillas. Necesitaba ajustarse los cordones perfectamente, ser consciente de cada lazada, de cada nudo. Sus pies, calzados al fin, revelaban que la energía alcanzaría sus piernas como nacida de un motor de explosión. En su cabeza, el ritmo de una canción imaginada comenzaba a mezclarse con la vislumbrada cadencia de sus zancadas sobre piedras y asfalto.

La carrera no había empezado aún y no sabía si lograría mejorar su marca de la Navidad anterior, aunque sí tenía claro algo: que obtendría un hermoso premio.

La noche previa, cuando su madre le dijo por teléfono “nos vemos en la meta”, sintió en el estómago una dulce punzada que se dilató hasta abrazarlo por completo.

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El año pasado acudí a Vallecas para celebrar el fin de año junto a quienes corrían en la San Silvestre. Pasé mucho frío, pero disfruté del ambiente y del ánimo de todos en torno a la meta. Este relato intenta recoger algo del espíritu de dicha carrera popular, tal vez el de alguien que participó, quizás el de alguien que la correrá este año.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad

Un poco de luz

En muchos hogares era ya tradición poner el árbol o el belén durante el puente de primeros de diciembre, así que los padres de Inma acordaron que esa costumbre tuviera en su casa una mayor razón de ser.

Cada año, cuando llegaba el día de su santo, la niña era la encargada de decorar con bolas y cintas un árbol que, al igual que ella, iba creciendo y cambiando. Todos los adornos le parecían preciosos y los colgaba con mimo. Pero lo que de verdad le gustaba a Inma era colocar las luces entre el frondoso verdor.

Desde que comenzó a distinguir las formas y los colores, le habían fascinado las luces de todo tipo. Las de su árbol de Navidad habían pasado de llamar vivamente su atención cuando contaba sólo unos pocos meses de edad a ser lo más excitante en lo que poder fijarse. Se quedaba larguísimos ratos embobada con aquellos puntos luminosos que saltaban de rama en rama y que, por momentos, se detenían y parecían incendiar con solemnidad su rincón favorito.

A todos les enternecía aquella imagen de la niña, sentada frente a la humilde pero brillante obra que ella misma creaba con tanta ilusión.

Ese año, sin embargo, las cosas no podrían ser como otros. Hacía tiempo que sus padres habían perdido sus trabajos y en casa no se debía hacer ningún gasto de más. Del mismo modo que las preocupaciones no se marchan de la mente, las facturas se apilaban sobre una mesa y tampoco desaparecían de ella. La niña sabía que tenían que prescindir de muchas cosas, incluso del calor de la calefacción.

A pesar de todo, cada tarde sus papás cogían a Inma de la mano y la conducían junto al abeto que también este año ella misma había engalanado. “Vamos, cariño, enciéndelo”. Entonces, la pequeña, tras confirmar en sus gestos ese consentimiento, pulsaba el interruptor y su rostro se iluminaba como un sol.

Era el momento del día en que los mayores se evadían de tanta angustia y, acurrucados bajo una gruesa manta, gozaban al observar aquellos ojos encandilados.

Su hija, tras un momento que a cualquiera le habría parecido muy breve pues, de hecho, lo era, apretaba de nuevo el botón. "Ya está, ¡ha sido increíble!"

Y en la recién recobrada penumbra, Inma se abalanzaba sobre sus padres y los estrujaba en un cálido abrazo.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El Palacio Arzobispal de Alcalá

Es difícil tomar conciencia de todas las maravillas arquitectónicas que se han perdido en nuestro país por la guerra, la desatención y la nada escrupulosa especulación urbanística.

En Alcalá de Henares existió durante unos quinientos años uno de los más grandiosos palacios renacentistas de que se tiene constancia en España. Se trataba del Palacio Arzobispal, que se erigió sobre la construcción ya existente desde el año 1209 de una fortaleza mudéjar. Durante siglos, fue ampliado, fortificado y completado hasta convertirse a mediados del siglo XVI en una obra magnífica.

En el siglo XIX sus muros interiores fueron revestidos de estantes que pasaron a albergar el Archivo General Central, reuniéndose dentro del edificio una ingente cantidad de documentos históricos.

Es triste saber que, aparte de algunos daños, durante la Guerra Civil (1936-1939) el Palacio Arzobispal no sufrió graves destrozos pero que, sin embargo, ya finalizada la contienda, el edificio cayó pasto de las llamas en un tremendo incendio que lo devastó.

Ayer asistí a la presentación de un proyecto de recuperación virtual del Palacio. El trabajo de investigación es magnífico y el de reconstrucción digital, soberbio. Se trata de un sorprendente paseo por sus dependencias y patios en una mañana de primavera que me lleva a envidiar la suerte de quienes pudieron conocerlo antes de su desaparición.

Con el Palacio Arzobispal se perdió un edificio único, pero también se esfumaron miles de legajos de gran valor documental. Nuestro patrimonio, nuestra historia, merecen mucha más atención de la que se les ha prestado durante décadas. Hoy, aunque sea sólo de un modo vicario, podemos visitar una joya que quizás algún día pueda volver a levantarse sobre sus escombros. Aunque tal como están las cosas...




martes, 26 de noviembre de 2013

Trenes

Antes, hace meses ya, los echaba de más. No puedo evitar usar de prestado esa expresión de la canción Echo de menos de Kiko Veneno.

Habían sido muchas horas. Durante muchos años. Un vaivén diario, con cadencia repetida. Hasta la saciedad.

Un par de meses atrás he vuelto a frecuentarlos. Cuatro días a la semana. Trayecto de ida por la tarde. El de vuelta, también.

Un tramo con el mismo destino de siempre. Otro tramo, usado y abusado en el pasado, quedaba eliminado. Ya no era necesario llegar más allá.

Hoy echo de menos la monotonía, las rutinas en su interior, los rincones acostumbrados. También los retrasos.

Hoy vuelvo a añorar subirme a ellos.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Lo que queremos

Una profesora aparece en la tele, en mitad del desarrollo de una clase. Con una pizarra a sus espaldas, se presenta abstraída, esperando, tal vez, la respuesta rezagada de alguno de sus alumnos a una supuesta pregunta. No sería mucho suponer que la maestra estuviera pensando, quizás, que le encantaría estar en otro sitio, puede que dedicándose a otra cosa.

Un policía dirige el tráfico de hora punta en cualquiera de las rotondas de mi barrio. Movimientos mecánicos, repetidos ya con alienación. No es raro que se me pase por la cabeza una cuestión similar: sus sueños no parecen estar ahí.

Al otro lado de un ventanal varios oficinistas teclean frente a unas pantallas de ordenador. Al observarlos mientras paso caminando, intento imaginar cómo sería atrapar todos sus santos, que, sospecho, se elevan veloces en el cielo.

A veces, cuando veo a algunas personas en su entorno profesional, me pregunto si éso que están haciendo es lo que siempre les habría gustado hacer.

Sin duda, es pretencioso por mi parte fantasear sobre los deseos o ambiciones de personas a las que no conozco. Sin embargo, a todos nos ha sobrevenido en ocasiones una sensación de zozobra mientras hacíamos algo pero hubiéramos querido estar ocupados en otra cosa muy distinta.

En fin, sospecho que es un rasgo humano aspirar a descifrar los gestos, las acciones, los semblantes, y hallar en alguna de sus trazas su verdadero significado.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Mi nevera

Tengo una nevera considerada. Y no es que el aparato tenga ese nombre, como podría ser otro del tipo arcón, o de la variedad no frost, o tal vez de la clase energética A+. No. Más bien me estoy refiriendo a la actitud de la susodicha. Mi nevera ha sido  -y, de verdad, no es porque sea mía-  muy considerada, averiándose justo cuando ha llegado el frío. ¿O acaso no es eso ser obsequioso y honrado?

Otros frigoríficos no son tan respetuosos, ¡qué va, para nada! Los muy traidores se paran justo cuando más los necesitas, dejándote tirado precisamente mientras los calores estivales requieren de ingentes cantidades de bebida fría y los alimentos no pueden pasar más de dos minutos fuera de una cámara.

Pero mi nevera ha sido respetuosa, delicada. La pobre ha sufrido su dolencia en silencio hasta que ha sabido que podía desplomarse al fin. Durante su baja, la terraza ha ejercido como excelente aliada, acogiendo a buena parte de sus inquilinos. Y, oye, no hay nada como tener en algún lugar de la casa un espacio que no supere los 10ºC en momentos de crisis orgánica. Nunca había tenido un frigorífico tan grande, ni la terraza había lucido aderezos de tan variados colores, sabores y olores.

Tras la visita del médico, después de ser operada con una buena dosis de gas y de soplete, la convaleciente comienza su recuperación. Parece lenta, aunque firme. Presenta síntomas de mejoría, como el renovado sonido del compresor  -más enérgico que antes, dónde va a parar-  o el fresquito que noto cuando meto las narices en su interior. Digo yo que la cirugía ha dado sus resultados y que el doctor habrá aplicado en ella lo mejor de su ciencia.

Ahora llega un capítulo delicado. Veremos cómo le sienta a la terraza que le robe todo lo que alberga. Y qué tal le viene a la nevera que la atiborre de cosas otra vez.

lunes, 21 de octubre de 2013

La sinfonía


Habían atravesado la capa de nubes y un sol radiante bañaba todo el interior del avión. En el magnetófono, la Heroica había sonado lánguida hasta que la claridad despertó a los metales y, tras ellos, al resto de la orquesta. Aunque a los tripulantes les había gustado la idea de poner música, el comandante sintió cierto reparo al aproximarse al destino marcado justo con el final del primer movimiento. Su copiloto esperaba órdenes. También lo hacían su navegante, su ingeniero y su operador de radio. El sol deshacía el ruido de los motores dentro de la cabina. “¡Adelante, señores!”. Ahora intervendrían los artilleros y el bombardero.

Sobrevolaban Berlín cuando la marcha fúnebre comenzó.

(Relato enviado al I Concurso Internacional de Microrrelatos de Prisa Radio. La primera frase es la que da fin a la novela de Mario Vargas Llosa, El héroe discreto).

viernes, 18 de octubre de 2013

Las niñas y las bicis

Una niña, Wadjda, madura como pocas en Riad, decide que quiere una bicicleta, algo que les está vetado a las mujeres porque algunas mentes retorcidas un día decidieron que no es un juguete apropiado para las niñas. Ante su incomprensión de muchos de los aspectos del entorno islámico en el que vive, Wadjda, de 10 años, se rebelará a su manera y luchará por ser libre.

La primera película dirigida por una mujer en Arabia Saudí se ha atrevido a exponer con valentía que en aquella sociedad fallan muchas cosas. Dar independencia a las mujeres y apartar tantas y tantas trabas es la clave del cambio en muchos países como el suyo. Ayer, viendo La bicicleta verde, de Haifaa Al-Mansour, supe que en lugares donde muchos se empeñan en interpretar el Corán de una forma desfigurada (desgraciadamente, todos en los cuales el islam es la religión mayoritaria), también existen personas que relajan sus ojos sobre la religión y los enfocan en sus ilusiones e intereses. Son espíritus libres, como el de Wadjda, o espíritus que se plantean un cambio, como su madre, a la que su padre ha repudiado porque no podrá tener hijos y, por tanto, nunca estará en condiciones de darle un hijo varón.

Podría decirse que esta niña lleva a cabo una rebelión espontánea contra lo que no entiende, lo que para ella no es ni sensato ni claro. Podría describirlo de muchas formas: normas sociales que hacen infelices a muchas personas o las convierten en zombies sin voluntad, imposiciones impenetrables, ceños arrugados ante una muestra de humanidad o el asomo de un milímetro de singularidad. Todo eso es lo que empobrece al pueblo que queda sometido a la arbitrariedad más trastornada.

En fin, admito que, de niño, no era tan frecuente ver niñas montando en bici como lo era ver a niños. Puede que esta sociedad española en la que vivo tuviera entonces algo que ver con la que me encuentro en esta película. Puede que aquí también fallasen muchas cosas. Antes y ahora.

viernes, 27 de septiembre de 2013

La ronda en el Rijksmuseum


La foto no tiene una calidad excelente, dada la escasa pericia de su autor para mantener exposiciones largas con una cámara compacta. Aun así, me gusta su composición casual y el foco que conduce la mirada hacia el maravilloso fondo del corredor.

Ese foco no es otro que uno de los cuadros más impresionantes del mundo. Uno sabe que va a poder verlo allí, en ese museo, aunque no espera encontrárselo expuesto de esa forma tan brillante. Por eso, estar dentro de esta gran sala es una gran suerte. Tienes una de tus pinturas favoritas a golpe de vista y, sin embargo, prefieres ir deteniéndote en otras fantásticas obras que vas encontrándote de camino. Podrías avanzar hacia ella directamente, pero intuyes que lo bueno es disfrutar de otros cuadros con la promesa a tu alcance de un delicioso maná.

La ronda de noche no es, ni mucho menos, una ronda nocturna, sino una escena que se desarrolla en un interior plasmada por Rembrandt sobre un lienzo. Cuando, tiempo después, fue denominada así, dicho lienzo tenía encima tanta mugre que para cualquier observador era indudable que allí se había hecho de noche.

Ahora los interiores ya no son tan oscuros, salvo que se desee que lo sean, y en esa sala de pintura holandesa la luz es la idónea, aunque a mí me cueste adaptarla a las funciones de mi cámara. El Rijksmuseum siempre ha sido un buen lugar para estar pero, últimamente, después de las obras de renovación, es uno de los mejores lugares para estar.

lunes, 23 de septiembre de 2013

El gusano de la patata

Hoy, de primer plato, puré de verduras. Cebolla, ajo, zanahoria, apio, calabacín, tomate y patata. Le pongo sal, pimienta y mi toque personal: un poco de curri suave. Aparente normalidad en la superficie de la patata que me dispongo a pelar para, después, trocearla y cocerla con todo lo que ya está en la olla. Tan sólo observo unos puntos negruzcos que no parecen síntoma de nada grave.

Comienzo a retirar la piel del tubérculo y ahora, en el amarillento y más jugoso interior, resaltan unos ojos negros que parecen mirarme. Intento apartarlos con una puntilla pero no lo consigo del todo. Entonces corto un pedazo y, ¡oh, sorpresa!, aparece un gusano. Queda totalmente fuera de su guarida y titubea moviéndose de un lado a otro, cabeceando tembloroso, como deseando que, a falta de cerebro, un buen instinto le lleve con rapidez a un nuevo escondite.

No creo que el bicho me vea ni alcance a imaginar que soy el causante de su repentino desamparo. Miro la galería de la que ha salido y la secciono con el filo del cuchillo. Tiene su principio y su final dentro de la patata. No hallo indicios de entrada hasta el túnel-vivienda: es como si el tubérculo hubiera engendrado a su ocupante a partir de su propia materia y se hubiera prestado a ser comido para darle albergue.

Las últimas patatas que compré lucían una pinta similar a la de esta. Desconozco su placa de identidad (tal vez fueran Monalisa, Ágata, Caesar, o vaya usté a saber...), aunque, de llevarla, supongo que la portarían atornillada por medio de ojales negros en los que se alojarían, tal vez, unos cuantos inquilinos más.

Y entonces me pregunto si habré frito o cocido algún gusano de la patata y si, como resultaría evidente, ya lo habré ingerido.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Solo en el mundo

¿Qué decir de Solo en el mundo? Comenzaré diciendo, aunque no esté del todo bien, que me ha gustado. Es una novela única que refleja la vida tal como acaecía hace años en Trípoli, donde sus ciudadanos vivían fervientemente a favor de sus gobernantes, o irremediablemente sometidos, o revueltos clandestinamente contra ellos, reclamando una Libia mejor, una Libia libre.

Solimán, un niño de nueve años, comienza a coexistir con los misterios de la vida adulta y la terrible realidad de su país. Para alguien de su edad, convivir con traiciones, visitas intrigantes, desapariciones anunciadas de vecinos y juicios sumarísimos televisados es algo desconcertante. En casa, su padre, hombre de negocios y opositor del régimen de Gaddafi, se ve acorralado por los agentes del dictador. Por otra parte, su madre, doblemente atrapada en un matrimonio que no eligió y en un mundo del que se abstrae gracias al alcohol, añora una vida libre. Sin darse cuenta, tal vez llevado por la sinrazón que le rodea, los juegos de Solimán alcanzarán un punto siniestro. Sin alcanzar a prever las consecuencias, intervendrá terriblemente en los hechos que cambiarán el destino de su familia.

Me admira, de entrada, la sensibilidad y precisión con que Hisham Matar narra en ésta, su primera novela. Resulta estimulante recorrer junto a su protagonista los rincones de sus juegos, auténticos reinos particulares dentro de la casa de sus padres, aparte de la calle donde él y sus vecinos construyen sus fantasías. Por otra parte, disfruto con la complejidad de voces que en ciertos pasajes puebla los discursos interiores del protagonista y la contradicción que para él es desasosegante aunque no paradójica. Me ha gustado aprender sobre esos años oscuros de la Libia más deplorable y sobre el funcionamiento de los mecanismos del terror en un régimen monstruoso.

Esta historia arranca en un escenario soleado, mediterráneo, heredero en ciertos sentidos de la colonia romana que fue buena parte del territorio libio. Hallaremos en ella, sin embargo, un país herido por el terror y el fanatismo. Gaddafi y sus militares han creado una red que controla cualquier conato de traición a su ‘revolución’, que plaga de espías todos los rincones, agazapados frente a hogares, fábricas y universidades, a la escucha de cualquier voz temible.

jueves, 29 de agosto de 2013

Tomo nota

Me fascina saber cómo cada uno se las apaña para tomar sus notas.

Durante muchos años, aquéllas que no debía correr el riesgo de olvidar iban a parar a mi mano. ¡Sí, a mi piel! Como diestro no ambivalente, algo sin remedio ya, mi tatuaje quedaba localizado sobre la base del pulgar de la zona dorsal de la mano izquierda. Aquéllo era mejor que en la palma, pues no podía permitir que el sudor deshiciera el garabato, a pesar de ser perpetrado con tinta difícil de lavar.

Después, cuando tener una cierta edad empezó a conllevar la vergüenza de lucir la mano pintarrajeada, cualquier papelito pasó a ser de lo más socorrido. Un tícket de la compra, el pedazo de una hoja de calendario ya arrancada, la esquinita de una página del periódico ya leído, la solapa del sobre de una carta del banco que iba directo a la basura, un billete de tren usado, o de avión, o de autobús; una entrada de cine... Era toda una alegría (lo sigue siendo) dar con algo similar cuando aprieta la necesidad de apuntar.
Con el tiempo, dado que los papelitos se los lleva el viento tan ligeros como las palabras, o acaban deshechos dentro del bolsillo no revisado de un pantalón echado a lavar u olvidados vaya usté a saber dónde, he terminado sospechando que las libretas están para algo.

Y aquí llega el dilema: ¿llevar una siempre encima o esperar a llegar a casa para volcar en ella todo lo anotado en esos utilísimos papelitos? Los lomos de las libretas tradicionales son rígidos, a veces incómodos a la hora de guardarlas. Las espirales y canutillos abultan más de la cuenta, se enganchan en las costuras de la ropa y se clavan en el cuerpo. Las que van pegadas en por la parte superior son incómodas a la hora de pasar las páginas: obligan a cuidarse de que éstas se le echen a uno encima mientras escribe.

Llevo tiempo fijándome en cómo cada cual hace lo propio con sus apuntes... ¡Voy tomando
nota de todo!

miércoles, 21 de agosto de 2013

Los apuntes de un viaje

"Me gusta su recibimiento, con ese precioso saludo ritual. Las azafatas son guapísimas y muy elegantes. Tal vez, si les decimos que nos encanta como visten, nos regalen la mantita morada..."

Hoy rescato de entre un montón de papeles el conato de un diario de viaje. Está hilvanado a lápiz sobre la magnífica superficie satinada de un taco de bolsas para vómito (no sé llamarlas de una forma más fina) de la Thai Airways. Ahora leo las palabras que escribí y, con pena, pienso que un diario incompleto es como un pedazo de vida suelto, algo así como una naturaleza errante y errada.


El mencionado intento de bitácora resultó doblemente frustrado. Primero, porque quedó reducido al relato de un trayecto de ida, las notas acerca de uno de los días pasados en Bangkok y unas pocas líneas más, escritas durante el vuelo de vuelta. Y, segundo, el diario se frustró porque ahí sigue, a la eterna espera de ser rescatado del abandono. No dejan de ser unas notas sueltas en un papel adornado con una singular magnolia en sedoso púrpura.

Un buen cuaderno de viaje hubiera requerido, para empezar, ser éso: un cuaderno. Es difícil cohesionar un conjunto de pasajes sin la intervención de un poco de hilo y unas grapas. Además, pasar de tener únicamente un puñado de apuntes a disponer de un buen diario exige la dedicación y el compromiso que yo me dejé en el tintero. Habría sido bonito conservar el recuerdo de templos y ruinas siamesas plasmado en unos bocetos rápidos (y torpes, seguro), aparte de retenido en cientos de archivos digitales que hoy reposan bajo la lápida, también digital, de una carpeta guardada en un disco duro. Por supuesto, habría gozado relatando muchas experiencias, concretándolas en la secuencia numerada de unas cuantas páginas.

Pero nada de eso ocurrió y estas notas enmarcadas en morado, "Thai, smooth as silk", permanecerán así, tal cual se ven, en el limbo insustancial de los proyectos mal improvisados.

sábado, 17 de agosto de 2013

Vergüenza de Europa

Hace dos años, cuando en Egipto Mubarak fue derrocado, los consentidores y valedores de treinta años de dictadura, a saber, Estados Unidos y, cómo no, mi querida Europa, escenificaron algo así como la regresión de una ceguera que les había impedido ver qué clase de amigos habían tenido durante tanto tiempo.

Tras la caída de ese régimen aliado esta Europa sonrojante, menos mal, no se interpuso para que allí llegase a haber un presidente electo. Lo triste, sin embargo, es que desde aquí nadie se aseguró de que nada, como, por ejemplo, un golpe de los militares, truncase la realidad democrática en el país africano.

Hay y habrá muchas críticas contra la victoria de los Hermanos Musulmanes en aquellas elecciones, pero la verdad es que éstas se produjeron y que el pueblo pudo decidir con sus votos. También es cierto que el islamismo ganó terreno en un país que no parecía querer basar su futuro en un modelo de injerencia religiosa en la vida civil. Por si éso fuera poco, la Constitución que se legitimó no dejaba de ser una Carta deficiente que el presidente Morsi se negó a tratar de mejorar.
Cuando Egipto ya se encuentra al borde de la guerra civil  (algo terrible de lo que ningún país acaba de recuperarse nunca...),  con miles de ciudadanos por caer y la sangre de los que ya han muerto corriendo aún, estadounidenses y europeos se echan las manos a la cabeza, denunciando la brutalidad del ejército y la desproporción de su intervención. Y todavía hoy, con Morsi arrestado y el estado de derecho suspendido, esta Europa que ruboriza hasta al más pintado dice que allí no ha habido un golpe de estado y, cómo no, una vez más se sacude de encima la obligación de trabajar para que los egipcios lleguen a vivir en un país libre algún día.

Parece que todo da excusas a Europa para meterse donde no la llaman o desentenderse de lo que no le conviene. En el caso de 2011 fueron las 'revoluciones árabes'. Ahora es la falta de evidencias...

¡Qué lamentable! Me avergüenzo al mirar hacia este tinglado político del que, supuestamente, y según para qué menesteres, España forma parte, aunque eso no me abochorna menos que vivir en un país que da pábulo a tanto cinismo.

viernes, 2 de agosto de 2013

El precio del arte

"Un portal hacia lo sublime". Es la descripción que desde Sotheby's NY se hacía de este cuadro por el que se pagó la desorbitada cifra de 34 millones de euros en subasta.

Hace unos días, visitando la casa museo de Víctor Corral en Baamonde, Lugo, pude mantener una charla con este veterano escultor. Él criticaba la falta de criterio artístico para valorar las obras con las que hoy se mercadea en ferias y galerías. Y no le faltaba razón. No se puede aproximar el arte a los criterios especulativos que rigen, por ejemplo, la bolsa, donde unos pocos gurús deciden que algo podrá pasar de no costar casi nada a ver su precio multiplicado hasta el infinito. Hay, además, una provocación en el hecho de que las revalorizaciones se hagan, curiosamente, sobre obras que acaba de adquirir 'fulanito' o pretende vender 'menganito'. Se desprecia con ello toda la historia del arte y nuestro acervo de seres dotados de sensibilidad. Conversaba con Corral rodeado de sus obras en madera, cargadas de amor, esfuerzo y buen oficio.

A lo que voy es a que en un trabajo que pretende ser considerado artístico, para empezar, no puede hallarse dicha pretensión. Y no quiero decir que el artista deba renunciar a serlo, pues necesariamente tiene que haber en él la intención de hacer arte y de trascender. Sin embargo, su obra nunca deberá resultar pretenciosa, lo cual será siempre una cuestión de esencia, de entrañas. Por otra parte, tendrá que haber en esa obra una interpretación de la realidad, un filtrado de la misma a través de una mirada singular. Sin ese acercamiento al mundo y sin esa voluntad de multiplicarlo y de hacerlo crecer no hay arte. Además, tengo la certeza de que no puede faltar esfuerzo en el hecho artístico y de que su valor radicará necesariamente en él.

Las tasaciones, supongo, tendrían que ser siempre relativas, tomando en consideración los precios de las obras que universalmente se han reconocido y evaluado. Por eso, desorbitada es la suma a la que no se puede dar explicación cuando, tomando las forzosas referencias, sacar conclusiones acerca de su congruencia es una tarea imposible.

Por cierto, el cuadro es de Barnett Newman y se titula Onement VI (1953). Podrá gustar poco o mucho y transmitir más o menos sensaciones..., pero ésa ya es otra cuestión.

jueves, 25 de julio de 2013

Ánimo, Galicia

Me desayuno con la espantosa noticia de un accidente ferroviario en Santiago de Compostela. Pepa Bueno habla con un redactor de la Cadena SER que, en pasado, explica cómo pudo acceder al área donde todo ocurrió. Me alarmo.

Me desconcierta que, aunque no sea un incidente que yo ya conozca, se refieren a él como un siniestro histórico, de los más terribles que hayan ocurrido nunca en España. El reportero sigue dando detalles sobre el número de fallecidos y heridos, algunas señas del lugar del suceso y explica, además, de qué forma burló las medidas de seguridad para poder narrar en directo lo que allí vio. Habla en pretérito perfecto simple, con serenidad, arropado por la réplica templada de la directora de ‘Hoy por Hoy’.

Algo me choca, y es la falta del pulso que se les imprime a los hechos de actualidad, en especial a las tragedias que ponen a un país patas arriba. Por eso decido relajar mi recién despertada alarma. Pienso que, quizás, hoy, día de la fiesta grande de Galicia, estén recordando en la radio un accidente ocurrido allí tiempo atrás. Y me justifico: “Total, es pleno verano, hay mucha gente de vacaciones y la información del estío se nutre en ocasiones de las fuentes de archivo”.

Pero, seguidamente, Pepa Bueno recibe por teléfono la intervención de alguien ligado al sindicato de maquinistas de Renfe. Es entonces cuando el presente más tajante se hace un hueco junto a mi café. Este señor describe someramente el mecanismo de seguridad de los trenes de alta velocidad, aprovecha para enviar a los familiares de las víctimas un mensaje de solidaridad y añade que aún es pronto para conocer la causa del accidente.

Entonces me queda claro que ha ocurrido. Pasó ayer mismo, sí.

Hace diez días volví de Santiago a Madrid en un Alvia, el mismo modelo de tren que ha descarrilado y en la misma ruta que pasa por Angrois, el lugar en el que aún siguen todos esos vagones diseminados, amontonados, despachurrados; el mismo sitio en el que tanta gente trabaja todavía para salvar vidas. Al pensar en ello el horror me aguijonea y mi mente se vacía, se queda en blanco, como la noche que han pasado cientos de personas en el lugar del siniestro y sus cercanías.

A estas alturas del día he visto ya muchas imágenes espeluznantes, hecho y deshecho nudos en garganta y estómago, además de haber enjugado algunas lágrimas. En este momento sólo puedo esperar que el número de fallecidos no crezca más y querer algo tan dificil como confortar el ánimo devastado de tantos gallegos, viajeros, familiares y amigos de las víctimas.

martes, 23 de julio de 2013

Diccionarios

Te muestras,
me dejas ver,
te dejas ver.

Tus ojos hablan quedos.
Las pupilas dicen,
pestañas que escriben,
tus párpados,
luces discontinuas.

Ambos nos desciframos:
es el lenguaje
y nuestros diccionarios.

Millares de notas,
valores a cientos,
puntos, datos, tildes, censuras.

Hallas una acepción
y yo te aplaudo.
Quien traduzca
atrapará su laurel.

Sin lenguas francas.
Cada cual la suya
definiendo al otro.

jueves, 4 de julio de 2013

¡Guerra a las moscas!

Siete moscas dan vueltas endemoniadas en el aire. Algunas se entrechocan, como si volaran a ciegas. Su espacio aéreo es el de mi dormitorio. Con la ventana abierta de par en par, ignoran la amplitud de su vano. Alguna se empeña en golpear el vidrio y su marco, aunque finalmente acaba saliendo.

Desde la puerta de la habitación hacia adelante, a mi derecha los pies de la cama, llego cerca de la ventana. Hasta lograr expulsarlas he tenido que agitar los brazos como el que calienta para soltar músculos y articulaciones antes de hacer ejercicio. Al mullirlas, aprovecho las almohadas como arma amenazante, cual péndulos o columpios que desafían con llegar a girarse del todo.

Triunfante al fin, me pregunto si las mismas moscas que acabo echando un día tras otro de mi 'comarca' vuelven a invadirla cada mañana cuando decido ventilar. Entonces me acuerdo del abuelo Victoriano y de los utensilios que él mismo fabricaba a partir de unos trozos de malla de plástico y un poco de cinta aislante adhesiva. Eran los matamoscas con mayor eficacia exterminadora que nunca he conocido, aparte de la clave de uno de los pasatiempos más absorbentes que un niño haya probado jamás. Doy fe.

Solo al fin, me dispongo a cerrar ventana y contraventana. Clic, clac. Entonces, advierto que un individuo sobrevuela mi cama. La más lista de las siete ha logrado burlar mi carta de expulsión. La observo: como atraída por una libertad que más bien podría estar fuera (o tal vez dentro), la última mosca acaba posada en el cristal. Quisiera echarla como a las demás pero, me digo, ¡me niego a abrir otra vez! Y decido correr las cortinas.

Ahora está atrapada entre la ventana y una larga caída de tela. Zffgff... ¡Ahí te quedas!, le digo.

jueves, 20 de junio de 2013

El otro Gatsby

Quienes busquen reencontrarse con la maravilla escrita que es la novela de Scott Fitzgerald puede que queden decepcionados con esta película. Quienes acudan al cine para divertirse con este nuevo 'evento' del barroco Luhrman, ahí le van a encontrar, en su más puro estado.

El creador de este Gatsby no es el que nos dejó Australia sino exactamente el mismo de Romeo+Julieta y de Moulin Rouge. Personalmente prefiero a este último, contando a su manera la historia de un advenedizo que logra amasar una fortuna de la nada, rebelándose decidido a recuperar a la chica a la que ama después de cinco años separados. Supongo que para conseguir la creatividad perseguida a partir de una grandísima novela sin deshacerse de uno mismo a la hora de dirigir hay que despegarse de muchas cosas. Y Luhrmann hace básicamente espectáculo, con un punto transgresor e infractor que va aplicando en cada creación.

Fijémonos en las escenas más festivas. He disfrutado hallando paralelismos entre las tres películas del Luhrmann al que prefiero. Todas se parecen muchísimo, aunque cada una de ellas se desarrolle en una época diferente, dentro de su contexto concreto. Hay una secuencia en un piso al que Buchanan lleva a Carraway para reunirle con algunas ‘amigas’ en la que encuentro un toque de bohemia ya visto en otra secuencia del inicio de Moulin Rouge. La imaginería e iconografía en cualquier caso son comunes: los grandes carteles publicitarios en las calles, esas vallas que casi se convierten en un personaje más de la narración, el pulso frenético y alocado que se mezcla con el onírico e hipnótico, la potente amalgama de música y vídeo en un latido que seduce y engatusa...

Supongo que es mejor ver la película en versión original si se quiere oír las voces de los personajes a través de las de sus actores. La de Daisy decepciona en versión doblada al castellano. No decepciona, sin embargo, el resto de los sonidos del film. Brillantísimo el uso de la música, tanto la de los cantantes y grupos recopilados como la de la partitura de Craig Armstrong, que toma de esas canciones algunos leitmotivs y los declina con acierto. Inolvidable la intervención de Lana del Rey con una canción (Young and Beautiful) que aparece repetidas veces como un canto celestial. También sobresaliente la elección de Gotye y su Heart's a Mess, o de una vieja canción de U2, Love is Blindness.

Animo a los amantes de la novela a que vean la peli. Seguro que algo de ella les gustará.

jueves, 13 de junio de 2013

Gatsby

Tengo por aquí The Great Gatsby en la edición de Penguin que compré por sólo 99 peniques en ‘The Works’, una librería enmoquetada que había hace trece años en Oxford. Ignoro si la tienda sigue donde estaba (tecleo en Google... pues parece que sí... en Cornmarket St... ha cambiado su aspecto... también su logo... en fin; son los años). También ignoro si estos libritos de clásicos populares de Penguin siguen vendiéndose a tan buen precio como solían (vuelvo a teclear en Google y... bueno... digamos que han subido... más o menos al doble).

He rescatado de una estantería mi Gran Gatsby porque me picaba la curiosidad de saber si su portada se parecía en algo a la estética desplegada por Baz Luhrmann en su película. En ella me encuentro con la reproducción de un detalle de The Evening, una atractiva pintura de Delphin Enjolras. Gracias a su magia, estamos en los años veinte. No cabe duda por los peinados y los vestidos de las dos damas que aparecen en primer término. Junto a una mesa llena de elegantes copas, tazas y platos, ambas observan relajadas lo que acontece más allá de las enormes puertas acristaladas que dan paso a un jardín, donde otras muchas jóvenes disfrutan de una fiesta en torno a un estanque. Se trata de una reunión a la cálida luz de unas lámparas que dan un toque íntimo a la situación, algo habitual en las obras de este pintor francés.

Leí el libro unos años antes de comprármelo, en una traducción que tenían en mi biblioteca. Recuerdo que me gustó mucho, aunque no me acordaba bien del tono empleado por Fitzgerald en su narración a través del personaje de Nick Carraway. Hojeándolo, parece más analítico e introspectivo de lo que se presenta en la obra de Luhrmann. Aunque creo que no es sensato ponerse a comparar... Esta novela es uno de los grandes clásicos norteamericanos sobre la vacuidad del lujo, los sueños y el desencanto. Sin más.

De la película ya hablaremos.

miércoles, 5 de junio de 2013

Más momentuitos

Decía que, a pesar de verme enfrascado en algunas de ellas, no me gustan las redes sociales y que de todas Twitter me parece la más provechosa hasta ahora.

Y, en cuanto a lo de ir por la red dejándose retazos de uno... en fin, el jurado no tendrá en cuenta este blog para su veredicto. Aquí todo es voluntario y consciente (... a veces semiconsciente) y conste que si uno escribe por aquí es porque le gusta que le lean, al margen de los datos e identidades. Me temo que eso dice mucho acerca de lo sociable que uno pretende ser.

Aunque el blog pueda utilizarse también como plataforma de relaciones y sea halagador tener seguidores que toman parte activa en esta representación, lo cierto es que no está bien diseñado para la interacción en tiempo real.

Twitter, sin embargo, es puro intercambio. Dentro de la concisión, tiene la temperatura ideal para la complicidad y la reciprocidad. Es una fuente fugaz de información cuya nada desdeñable inmediatez es a veces pasmosa. Resulta ser tan rápido como caduco, paradigma quizás del periodismo más expeditivo. Es fuente de fuentes, puerta de acceso a infinidad de sitios, revelador de novedades, rescatador de archivos, catapulta para más de una buena y pesada bola, sonda de las querencias y quereres de muchos...

Y, por supuesto, la única restricción a la libertad que uno encuentra para ir soltando en Twitter sus brevedades son sus 140 caracteres.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Momentuitos

Hace pocos meses me creé un perfil en Twitter. Tiene gracia que reniegue de las redes sociales por antisociales pero vaya cayendo poco a poco en ellas.

Por supuesto, más allá de las redes sociales, voy soltando información personal por acá y por allá, confiado de ser sólo un minúsculo sujeto perdido en la inmensidad digital. Me descuido, pues espero que el cálculo de probabilidades se ponga de mi parte en cuanto a los riesgos de ser escogido para ejercicios poco leales.

En Google+ estoy porque parece que el señor de la lupa lo va abduciendo a uno, llevándole hacia todos los mecanismos de descarrío que su emporio ha creado. Apenas le hago caso, supongo, aunque de vez en cuando muerdo de su melaza sin entender aún hasta dónde extiende sus hilos.

Del Facebook no quiero conocer ni la portada. Lo siento por quienes me invitan a formar parte de la sociedad de sociedades a través de mensajes que me prometen todo un mundo feliz... cuando algo me da mala espina, ay, prefiero no correr el riesgo de pincharme.

Y, volviendo a Twitter, éso sí es otra cosa. Será cuestión de colores, como de gustos, pero el caso es que a mí me ha hecho tilín. Llevaba tiempo queriendo insertar una columna en este blog en la que poder ir soltando laconismos sin tener que abrir un post para ello y no encontraba la mejor manera de hacerlo. Por razones ajenas a mi bitácora, cercanas a mi arrebatado entorno laboral, decidí asomarme a un medio en el que se hacen accesibles informaciones relativas a ese asunto. Y, oh, una vez abierta la ventana el baño de luz ha sido muy generoso.

Dedicaré otro post al pajarito y, mientras llega, seguiré dejando fugacidades a través de su trino, llámense tweets, twits, tuits...

martes, 21 de mayo de 2013

Lo nuevo de Dan Smith

Hace poco he conocido a un autor inglés (vive en Newcastle) que me gusta especialmente. Ha viajado por medio mundo, lo que impregna sus novelas de experiencias que difícilmente podría plasmar sin ese bagaje a sus espaldas. Dan Smith consiguió que se fijasen en él con Dry Season, su primera novela, cuya acción se sitúa en el Mato Grosso brasileño, país en el que vivió durante cuatro años. Con ella logra que vivamos una experiencia oscura y cargada de suspense.

Smith tiene la capacidad de alimentar la tensión y recrear sus atmósferas con maestría, como ocurre en su segunda novela. Dark Horizons está ambientada en Sumatra, donde también el autor estuvo siete años. En ella hace un ejercicio de emotividad que se une a la exuberancia de sus paisajes, siempre dada a esconder secretos.

En junio saldrá la edición para Estados Unidos de su tercera obra, The Child Thief, una historia enclavada en la Ucrania occidental rural de los años 30, y para julio llegará el lanzamiento de Red Winter. Desde que firmase en 2008 su primer contrato con una editorial, Smith no para y sigue sumando lectores día tras día.

He tenido la suerte de leer su próxima novela, esta vez juvenil, My Friend The Enemy, que saldrá en julio también. Me han pedido que escriba una reseña para sus lectores, que, de momento, sólo pueden serlo en lengua inglesa (sorry for the mistakes!). Quien esté interesado podrá leerla en el siguiente post.

jueves, 9 de mayo de 2013

Haneke, premiado

Fantástica sorpresa, sí. Hace unos minutos se ha concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2013 a Michael Haneke. El jurado destaca en esta ocasión que "Haneke ilumina y disecciona con deslumbrante maestría aspectos sombríos de la existencia como la violencia, la opresión y la enfermedad, que afronta con extraordinaria sobriedad formal a la vez que abre espacios a la persistencia consoladora del amor, la confianza y el compromiso".


Lo primero suyo que vi, cuando era universitario, fue Funny Games. Me conmocionó y con ella descubrí que había alguien haciendo un cine de horror  'diferente'. Posteriormente, con La pianista, supe que había muchas formas de desasosegar al espectador, y que ese austríaco lo hacía de maravilla. Y con La cinta blanca supe que el mundo de la mentira, de la rabia y de los monstruos de la infancia podía presentarse con serenidad y una belleza casi hipnótica en una pantalla.

Sobre la maravillosa Amor hablé en el post anterior. ¿Qué más decir...?

Hoy se ha premiado a un cineasta que sabe explorar como nadie en las miserias humanas y en la corrupción, que saca de lo cotidiano lo más perverso y nos muestra como somos... o podríamos llegar a ser.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Amor

O, mejor, AMOR. Así, con mayúsculas, como queda sobreimpresionado el título en la película de Michael Haneke.

Se ha escrito y hablado tanto de esta obra que supongo que no tengo nada nuevo que decir sobre ella. Acabo de verla y diré, sin embargo, que estoy, aparte de muy tocado, admirado de la dignidad de sus personajes. La vejez nos conduce, como también la vida misma (aunque no lo haga tan a las claras), hacia la segura muerte. Y si se ha vivido plena y dignamente, sería deseable morir de la misma forma.

De dignidad, de respeto, de emociones desnudas, de desesperanza, de humanidad en casi todos los sentidos de la palabra. De todo ello nos habla esta película honesta que en ningún momento decae, a pesar de lo difícil de mantenerla arriba. Para lograrlo, el director la dota de tensión y de alma, aparte de añadir su plausible intención de evitar hacer un folletín social ligado a todo lo que la vejez y la enfermedad conllevan.

Pero Haneke sí quiere que nos fijemos en la soledad y en la compañía del otro dentro de un espacio que acaba convirtiéndose en el único. Un espacio que podría ser el nuestro y unas rutinas en las que todos nos reconocemos. Tal vez ésa sea la clave de nuestra perturbadora identificación con quienes llenan la pantalla. Anne y Georges nos conmueven porque asistimos a su desnudez y a su perdurable compromiso.

Aunque sigo aún con el espíritu golpeado, puedo estar seguro de que esta película me ha enseñado algo más sobre el AMOR. Así, con mayúsculas.

martes, 23 de abril de 2013

En el Premio Cervantes

Acudo, ahora que tengo tiempo, a la cita anual que Alcalá brinda a los premiados con el Cervantes. La entrega, como siempre, se celebra a puerta cerrada en el Paraninfo de la Universidad Cisneriana. Los ciudadanos, desde la calle, tan sólo podemos acercarnos a unas vallas que rodean la Plaza de San Diego y, parapetados a nuestro pesar, bien custodiados por ejército y policía, ver pasar a los asistentes.

Llego con la intención de revivir el ambiente que hace unos cuantos años resultaba más cercano y distendido. Pero me temo que hoy todo es tenso y lejano. Muy muy lejano. Dado que no comparto la táctica con que los organizadores alejan al pueblo de este acto y que, por desgracia, debo aceptarlo, decido expresarme acerca de lo que ocurre, aparte de los motivos por los que ocurre. Si las palabras son testimonio de la realidad, pronunciaré realidad.

Recibo como se merece a la comitiva de políticos que va apareciendo, en especial al Presidente de la Comunidad de Madrid, quien se merece toda mi admiración y cariño. Desde el lugar en el que me encuentro no me es posible oír los saludos, también afectuosos, de un grupo de jóvenes que ha logrado llegar cerca de la puerta de la Universidad. Eso les ha costado darse más prisa que yo y tener que dejarse identificar por los policías. Lo que sí puedo escuchar son los comentarios de quienes me rodean, representación creo que fiel de gran parte de los presentes.

"Ahora se quejan estos, pero, anda, que los añitos que hemos pasado nosotros"..., "que grite, que grite, si, total, no le van a oír"..., "éstos son los profesionales del insulto"..., "vosotros, siempre contra el rey y la Iglesia"... A un fotógrafo que, de acá para allá, trata de hacer su trabajo, también le llueve: "por aquí no se puede pasar, ¡haber madrugado si querías estar en primera fila!".

Después de este entrañabilísimo rato, cuando entiendo que ya no puedo sumarme al recibimiento de más asistentes, me retiro y me acerco a la Plaza de Cervantes, donde aprovecho para comprar un libro en la Feria que hoy se ha abierto. Lo leeré, por supuesto, como también leeré a Caballero Bonald, el agasajado.

Una pena que el premiado haya llegado muy temprano a la Universidad y no haber podido verle. Ésa era la imagen que quería traerme a casa. Y una pena también que muchos de los que concurrían ni siquiera se hayan enterado aún de su nombre.