miércoles, 20 de noviembre de 2013

Mi nevera

Tengo una nevera considerada. Y no es que el aparato tenga ese nombre, como podría ser otro del tipo arcón, o de la variedad no frost, o tal vez de la clase energética A+. No. Más bien me estoy refiriendo a la actitud de la susodicha. Mi nevera ha sido  -y, de verdad, no es porque sea mía-  muy considerada, averiándose justo cuando ha llegado el frío. ¿O acaso no es eso ser obsequioso y honrado?

Otros frigoríficos no son tan respetuosos, ¡qué va, para nada! Los muy traidores se paran justo cuando más los necesitas, dejándote tirado precisamente mientras los calores estivales requieren de ingentes cantidades de bebida fría y los alimentos no pueden pasar más de dos minutos fuera de una cámara.

Pero mi nevera ha sido respetuosa, delicada. La pobre ha sufrido su dolencia en silencio hasta que ha sabido que podía desplomarse al fin. Durante su baja, la terraza ha ejercido como excelente aliada, acogiendo a buena parte de sus inquilinos. Y, oye, no hay nada como tener en algún lugar de la casa un espacio que no supere los 10ºC en momentos de crisis orgánica. Nunca había tenido un frigorífico tan grande, ni la terraza había lucido aderezos de tan variados colores, sabores y olores.

Tras la visita del médico, después de ser operada con una buena dosis de gas y de soplete, la convaleciente comienza su recuperación. Parece lenta, aunque firme. Presenta síntomas de mejoría, como el renovado sonido del compresor  -más enérgico que antes, dónde va a parar-  o el fresquito que noto cuando meto las narices en su interior. Digo yo que la cirugía ha dado sus resultados y que el doctor habrá aplicado en ella lo mejor de su ciencia.

Ahora llega un capítulo delicado. Veremos cómo le sienta a la terraza que le robe todo lo que alberga. Y qué tal le viene a la nevera que la atiborre de cosas otra vez.

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