lunes, 30 de agosto de 2010

Vacilar

¿Te irás si no respondo?

Es mi camino de pasos torpes,
huellas dudosas,
ademanes de tacto blando
e impronta invisible.

Acciones de mantequilla
e intención borrosa
que llegan tarde,
fuera de fecha.

Mi fuego enfría la leña.
No, no arderá.
Ni la reservaré
junto a los palos verdes.

Tu fruto espera mi sol.
Mas no conocerá el suelo.
Hoy no.
Mañana quizás.

Tal vez
sea posible,
acaso,
ni idea.

Pero algo sé,
de mis pocas certezas:
cuando quiera decidirme
te habrás marchado.

martes, 17 de agosto de 2010

Luz de velas

Leo  "Historia de la Noche", el último reportaje de Antonio Muñoz Molina en su semanal  Ida y Vuelta  de Babelia. Éste se pregunta cómo podía ser la luz que iluminaba las escenas cotidianas descritas en novelas, por ejemplo, del siglo XIX. A partir de su descripción empezamos a imaginar ambientes sumidos en una oscuridad casi completa, escasamente iluminados por la llama de las velas o de otro tipo de luminarias propias de épocas anteriores incluso. Muy recomendable el texto, como todo lo que escribe Muñoz Molina.

Cuando era niño y en casa se iba la luz lo primero que los presentes nos planteábamos era si ya habíamos cenado o no. En caso afirmativo, tal vez diera la casualidad de que estuviésemos en verano y pudiéramos aprovechar para salir a la terraza a tomar el fresco o incluso a la calle, a conocer un lado diferente de la ciudad, el más opaco. En cambio, si la alternativa callejera no era factible, sólo cabía ir pensando en marcharse a la cama. Sin tele no había mucho que hacer y ponerse a leer con linternas habría sido forzar demasiado las cosas.

Cuando el apagón nos pillaba con el estómago vacío y suponíamos que el asunto no iba a solucionarse en un tiempo razonable, entonces la cosa prometía:  como en la mejor de las citas románticas, nos veríamos las caras a la luz de las velas. Era habitual que las bombillas hicieran algunos guiños antes de perder por completo la alimentación. Aquella era una pista clara que llevaba a mi padre a prever que el apagón sería inminente. Así que era sólo cuestión de minutos que mi madre nos mandase a mi hermana o a mí a buscar velas. Las encontrábamos invariablemente en el cajón inferior de un mueble de la cocina, envueltas en papel marrón de estraza.

Un apagón no es algo deseado. Suele tener efectos secundarios desagradables en muchos casos. Pero también otros curiosos:  la oscuridad nos conduce a generar luz de otras maneras. Y una llama fluctuante hace que las cosas no sólo se vean diferentes. También saben, huelen y se oyen de otra forma. El olor a cera o a parafina se mezcla con los sabores, el humo proyecta su sombra huidiza sobre manteles y platos, el soniquete de los cubiertos contra la loza parece más hueco y misterioso. Es la ausencia de luz, propiciando la presencia de otra clase de luz que lo transforma todo.

viernes, 13 de agosto de 2010

Ardiente paciencia

Sugestiva y tierna. Llena de lirismo y de apego a la tierra y sus gentes, así es esta novela,  El cartero de Neruda.  Hace unos quince años  (¡tantos ya!)  veíamos esta historia en el cine, dirigida por Michael Radford. Hoy, con lógica temporal alterada tal vez, he querido revivirla en las páginas de este librito delicioso.

Y encuentro en él la intimidad de una vida como algo único e irrepetible. La necesidad de expresarse utilizando otros medios, de trascender aquello que la rutina y el uso han hecho insustancial a simple vista. El empleo de las metáforas como arma de seducción y como prisma a través del cual entender lo que nos rodea, el mundo que habitamos.

También encuentro aquí poesía y a Antonio Skármeta, autor de la novela. El escritor que se acerca al poeta. A Pablo Neruda retratado, reflejado en la vida de Mario Jiménez, prolongado en sus propios versos. El mar y su luz, la costa y sus sonidos. El encanto, la atracción de la belleza y de la carne. El erotismo y la pasión.

Y además, una pregunta en el aire:  ¿la poesía es de quien la escribe o de quien la lee?

jueves, 5 de agosto de 2010

El lado salvaje

Hace un par de meses un compañero me enseñó una escena que me dejó completamente impresionado. Me sorprendió además que, después de tres años colgada en internet, aún no se me hubiera cruzado ni por casualidad. Eso me lleva a confirmar que nunca es tarde para casi nada y que siempre hay tesoros  (ocultos o no tanto)  por descubrir.

Ahora que los del canal National Geographic se están pasando a temáticas algo más sociales y tecnológicas, digo yo que habrá que complementarles asalvajándose un poco. Por eso dejo por ahí este auténtico cortometraje, intrigante y emocionante como pocos, filmado por un turista en el Parque Nacional de Kruger, en Sudáfrica. La escena se da en una localización de habitual abrevadero de varias especies, en un día tranquilo de esos que no anuncian ningún acontecimiento excepcional.

Sin desvelar nada, sólo prevengo a quienes puedan pensar  "esta es otra más de leones cazando, lo he visto mil veces en La 2".  Cualquier realizador de documentales de naturaleza soñaría con captar algo así en un solo plano. Ocho minutos de impresión.


martes, 3 de agosto de 2010

Cuando llega el amor

Necesita lavarse la cara. Encuentra paz en el agua. Buscada tranquilidad. Sale del aseo procurándose silencio.

¡Shhh!

Sus compañeros del taller de neumáticos siguen a lo suyo. Para ellos no hay novedad. Pero el amor ha irrumpido y golpea con trompetas. Llega una explosión de locura.

Vueltas y vueltas de puerta giratoria y...  ¡shhh!

Instantes de soledad otra vez, que no durará. Entonces sale a la calle y baila con un hombre de hojalata, sobre un coche, con los transeúntes. ¡Se ha enamorado!

¡Shhh!  Recuerda el silencio con una tonada dulce, como una preciosa nana. Camina y se acurruca consigo misma. ¡Pero todo da igual: el amor ha tocado su timbre!

Cajas de música, bailes de musical de Broadway, sombrillas multicolores, coreografías de la felicidad completa.

El momento es otra vez fugaz:  it's nice and quiet, ¡shhh!

Y vuelve una vez más. Entonces danza con una máquina expendedora de periódicos, y con las columnas de una fachada. La ciudad se paraliza con todo dispuesto para ella. Hasta que llega el gran final y, subida a una grúa, vuela hacia lo más alto.

¡Shhh!
Björk. It's oh so quiet

domingo, 1 de agosto de 2010

Café de máquina

Ausente el camarero,
nadie al pie de una cafetera
mide la dosis,
la dispone en taza.

Rasco mi bolsillo.
Ruido de calderilla,
notas en clave de promesa.

Luces sello de marca,
a mi alcance botones:
pulso colores
que invitan, incitan.

La máquina muele monedas.
Tras la ranura
les arranca gruñidos,
fluidos.

A una señal, un vaso.
Crema sobre la mezcla.
Cobre, níquel, zinc,
fusión del aroma
sucio y viciado.
Tragos de azúcar,
espuma y calor.