miércoles, 27 de febrero de 2013

Los Miserables

Con ese título este post podría ser tan extenso como todas las páginas de la novela de Victor Hugo sumadas a las del guión de la película de Tom Hooper, las de la partitura del musical de Schönberg y Boublil, y todo lo escrito sobre Les Misérables.

Pero no me complicaré, ni osaré tratar de llegar a la suela del zapato de la altura intelectual de todos los nombrados. Tras escuchar innumerables veces el disco de los momentos musicales destacados de la peli y ver la actuación de sus intérpretes en los Oscar, sólo me centro en esta obra de nuevo para señalar un corte. 

El musical está lleno de grandes canciones, pero One day more es una pieza que reúne todas las mayúsculas del alfabeto. Y cuando llega, la emoción acaba por trascender la pantalla para anudársenos a la garganta. En la película ésta es una secuencia en paralelo que presenta a todos los personajes principales en las diversas acciones previas a la explosión de guerrillas y barricadas, preámbulo del gran final. El montaje, algo más convencional que en el resto de la cinta, adquiere aquí más sentido y acompaña a la música a la perfección, que alcanza una mayor profundidad gracias a recurrir a melodías básicas de la obra. Aparte de otras, volvemos a escuchar el I dreamed a dream de Fantine (anteriormente cantada en un mar de lágrimas por la enorme Anne Hathaway, en su mejor momento). Puesto que la intención del director era hacer la mejor película musical posible, poner a cantar a los actores en directo ha logrado dar más intensidad a esa historia hiperromántica, pasional y épica.

One day more es una pieza coral inolvidable. He encontrado este vídeo en el que aparece la letra y diversos carteles de la película.


viernes, 22 de febrero de 2013

Goya en el fondo del mar

He vuelto a ver El piano, la película de Jane Campion cuya sensibilidad me dejó aturdido, allá por 1993. Cuando la vi era un recién estrenado universitario al que le gustaba el cine y empezaba a querer encontrarles un cauce a sus inquietudes. Hoy ha pasado la friolera de veinte años y sigo encandilado con la poética desplegada por Campion, embelesado por el magnetismo de la música de Nyman y pasmado ante la fuerza dramática de su actriz protagonista, Holly Hunter.

Supongo que muchos vagamos en busca de emociones y, agraciados de vez en cuando, las vamos hallando. El lunes pasado escuché algo que me conmovió: el Goya concedido a J. A. Ballona por su dirección de Lo imposible acabará reposando en el fondo del mar. María Belón, cuya historia real ha servido para apoyar el guión de esta película, ha decidido que no merece ser la depositaria definitiva del galardón al mejor director del año. La propia Belón lo anunciaba durante una entrevista en la radio, y eso resultaba ser de lo más conmovedor que había oído recientemente. Un día más algo me traía otra emoción que echarme al corazón.

"La tentación de quedarme con este Goya es tan grande... es tan bonito, significa tanto... Esto no es mío, se va a ir al fondo del mar, que es donde pertenece, a las 230.000 personas que nos han inspirado. Por primera vez en mi vida he entendido la tentación de quedarte con algo que no es tuyo, pero no puede ser."


En este instante, tal vez, el busto del gran pintor esté viajando hacia las profundidades de un mar que no tendrá que ser necesariamente el Índico. Podría ser otro cualquiera, pues todos los mares son uno solo. Y quizás se cruce en su descenso con el piano de Ada, dirigiéndose también solitario al abismo. Y puede que lo mire, se extrañe, pero después se sonría. Entonces seguramente pensará que nada tiene más sentido en ese mundo que ahora habita que un piano al que le faltan algunas teclas yaciendo en un lugar sin resonancias ni ecos... junto a un viejo sordo.

"Qué muerte, qué suerte, qué sorpresa, ¿mi voluntad ha elegido la vida? Por las noches pienso en mi piano, en su tumba del océano y a veces en mí misma flotando sobre él. Allí abajo todo está tan inmóvil y silencioso que me arrulla y me adormece. Es una extraña canción de cuna, así es, y es mía. Hay un silencio donde no ha habido sonido, hay un silencio donde no puede haber sonido, en la fría tumba, bajo el profundo... profundo mar." (Del guión de El piano, de Jane Campion)

domingo, 3 de febrero de 2013

Pi y la fe

Acabo de ver una película necesaria, gustosa, esperanzada. Más allá de sus méritos en la competición por los Oscar, de su vistosidad y atractivos, merece la pena ver La vida de Pi. Sobre todo porque hay que verla terminar, pues al final viene lo bueno. Es fantástico poder salir del cine pensando, dándole vueltas a lo que uno ha visto, sacando conclusiones.


El Pi adulto nos habla del Pi niño, del adolescente, del enamorado, del desesperado, del superviviente. Todo ello va a ser un juego desde el inicio del film, desde el comienzo de la narración que su protagonista comparte con un escritor que busca una buena historia para convertirla en novela. Sin embargo, tardaremos en saber que hemos estado jugando, en comprender por qué ciertas cosas se han presentado de una forma fabulada o alegórica.

Ang Lee, que resuelve casi todas sus películas impecablemente, consigue aquí volver a firmar triunfante. Toda la parte marina de la cinta está compuesta con destreza, gracias a una cámara que llega a ser el mismísimo espíritu del protagonista, trasladándonos sus emociones de manera efectiva. Y gracias también a la interpretación de Suraj Sharma, pilar central de esta película. De los buenos actores conviene no olvidarse y éste lo es. Lástima no haber podido verla en 3D, pues en ese tercer plano debe de estar en muchos momentos el refuerzo a la imaginación de Pi y todas sus vivencias.

La vida de Pi tiene interés también por su planteamiento filosófico acerca de las religiones. Hay en ella positividad ante las creencias, una revelación de la fe como tabla de salvación sin forma concreta, sin etiqueta alguna, sin liturgias marcadas. Espero que a nadie pueda echarle atrás la carga religiosa de la que hablo a la hora de acudir a ver esta obra. Para bien y para mal la religión está aquí presente, pero siempre desde la reflexión, desde la libertad; al fin y al cabo la fe es lo único que cuenta, no tanto los variados credos que se han estipulado en torno a ella.