sábado, 27 de junio de 2009

Bajo el león de San Marcos

Volver a Venecia siempre es un placer. Caminar junto a sus canales, dejarse deslumbrar por la luz y sus destellos infinitos que saltan entre campos, palacios y puentes, entregarse al hechizo y saber perderse. No importa no encontrarse si el extravío es ansiado.

Leer la nueva novela de Ana Alcolea tiene algo de ese anhelo. Que ha sido el mío y también el de Ángela, la escritora que la protagoniza. Ella desea perderse en esta ciudad con la intención de darles vida a sus personajes y darse vida a sí misma. Por los canales de su Venecia irán fluyendo reflexiones acerca de muchos aspectos de su vida, además de la peripecia de los personajes que habitarán su creación.

Bajo el león de San Marcos es el juego de espejos y reflejos que su autora encuentra en la propia Venecia y en la vida misma. Para su Ángela traspasar el espejo parece posible cuando lo real da alas a la ficción, y de ésta vuelven los objetos para integrarse en el lugar del que salieron tal vez. La pintura. Los pintores. La realidad de algunos retratos remite a ciertos personajes o inspira otros tantos.

De la tinta de Ángela veremos surgir a la Angélica niña, junto a quien maduraremos dentro de una suerte de fábula llena de sueños y aprendizaje. Interviene ahí la habilidad de Ana para recrearse en ese juego de espejos y reflejos del que tanto disfruta. Así, cada paso de Ángela por la Venecia actual es un paso de Angélica en busca de su vida. Cuando Angélica descubre con caricias de jabón perfumado cada palmo de su piel receptiva, Ángela busca en la suya la memoria de otras pieles. Y la sensualidad del deseo irreprimible de aquélla es para ésta pasión ocasional e inevitable, por consentida.

En Bajo el león de San Marcos la Venecia actual nos devuelve a la del siglo XV, permitiéndonos conocer a Caterina Cornaro, quien fuera reina de Chipre, Armenia y Jerusalén. Interesantísimo personaje y magnífica figura. Su Serenísima fue hogar dorado de patricios, seno alimentador de mecenazgos y escenario de los sueños de muchos. Pero fue al tiempo la terrible fiera que codició el Mediterráneo, ejecutora implacable, cloaca para el rebose de las desdichas.

Como escribió Fernando Marías, los sueños son de agua. Perseguirlos y encontrarlos en la ciudad flotante tal vez sea posible para Angélica. Asistiremos a su búsqueda y acabaremos entrando en terreno pantanoso. Llegaremos donde la tierra deja de ser firme y las aguas de la laguna pueden envolver oscuros misterios y alimentar intrigas, meciéndolas con olas que traen el pasado al presente, azotan la costa y se retiran arrastrando algo del hoy hacia el ayer.

Ana Alcolea ha conseguido dar a sus historias la agilidad que requiere el desarrollo de una novela así. Me alegra encontrármela en su propia narración, perteneciente a ninguno y a muchos géneros a la vez y, sobre todo, disfrutar de tantos y tan gozosos momentos de lectura.

martes, 23 de junio de 2009

Adiós, Kodachrome

Erre que erre. Ahí sigo, en mis trece. No me lograrán quitar la idea de que somos analógicos. Por eso, cada paso triunfal que damos hacia la digitalización completa me parece un triste retroceso en nuestra evolución. Hay en él algo de deshumanización.

Kodak deja de fabricar su mejor película de diapositiva. Un golpe más a la fotografía analógica: Kodachrome pasa a ser historia.

Es el momento de recordar las sesiones de proyección de diapositivas que todos hemos disfrutado en muchas ocasiones. Filminas, las llamaba alguno de mis profesores del instituto. ¿Qué habría sido de las clases de anatomía sin ellas? ¿Y de las clases de arte? Cuántas imágenes maravillosas pudimos ver proyectadas gracias a esos marquitos portadores de tanta belleza. Grecia, el Gótico, el Renacimiento, los impresionistas,... Todos conservamos en las retinas alguna de aquellas estampas, desaparecida ya de la pared del aula, persistiendo en nuestro fondo de ojo cada vez que cerramos los párpados.

En mi caso, aunque me gustaba ver diapositivas, a la hora de manipular fotografías prefería trabajar en blanco y negro. El proceso de revelado era más sencillo y uno podía montar su humilde laboratorio en cualquier habitación de la casa.

Merecía la pena encerrarse a oscuras, a salvo de la luz, y vampirizarse para vivir auténticos instantes de magia. Aquellos momentos en los que, bajo la única luz de la bombilla roja, surgía sobre el papel la misma escena ya elegida y encuadrada con anterioridad.

Voluntaria pero desgraciadamente, el revelado manual cedió su sitio a la informática. Literalmente. No es que de la noche al día pasase de disparar películas con mi réflex y revelarlas yo mismo, a la cámara digital y a su socio el ordenador. No, eso llegaría mucho después. Lo que ocurrió fue que la entrada de un PC en casa requería de espacio. Todo el paquete tecnológico pasó a ocupar la mesa sobre la que estaba instalada la ampliadora, acompañada de sus filtros, las cubetas, los químicos y demás achiperres imprescindibles para convertir lo latente en visible.

Por propia experiencia, parafraseando a aquel grupo del pop de los 80, debería preguntarme si the computer killed Kodachrome.

miércoles, 17 de junio de 2009

@rroba

La arroba siempre ha tenido su peso. Concretando un poco, unos once kilos y medio.

Hace ya muchos años participé en un campo de trabajo. Se celebraba en un pueblo de Palencia y durante veinte días nos dedicaríamos a excavar lo que se suponía eran los restos de un castillo del siglo X, más o menos. En torno a aquel proyecto arqueológico nos reunimos unos cuantos españoles a los que se sumaron extranjeros procedentes de Francia, Dinamarca, Inglaterra, Canadá y Eslovaquia. Fueron días maravillosos, llenos de experiencias inolvidables, imborrables.

Pasaron los días y llegó el momento de las despedidas. Todos buscábamos llenar unas páginas de direcciones, teléfonos y dedicatorias divertidas. Yo también me hice con las mías y entre ellas encontré algo muy raro. Uno de los eslovacos, Rastislav, aparte de su dirección postal apuntaba en una línea unas cuantas letras entre las que había un símbolo desconocido. Rasto me decía que era su dirección de la universidad, que ahí podía localizarle en horas lectivas, y que sólo hacía falta sentarse frente a un ordenador conectado no sé de qué extraña manera a no sé qué red singular.

Aquello no me sonaba de nada. Ignoraba si en mi Facultad existía algo similar y descarté por completo utilizar aquel canal de comunicación. Con Rasto, como con los demás, la comunicación fue epistolar.

Años después todos comenzamos a tener alguna cuenta de correo electrónico. Casi nadie tenía internet en casa y la mayoría aprovechábamos las conexiones de bibliotecas y centros de trabajo.

Aquellas arrobas medio olvidadas como unidad de medida ganaban peso nuevamente. Mucho, muchísimo, más que los once kilos y medio tradicionales. Hoy el padre del correo electrónico, Ray Tomlinson, ha sido premiado con un Príncipe de Asturias. Nunca sospechó que su invento llegaría a tener tanta importancia.

domingo, 14 de junio de 2009

A la sombra de un león

Esta mañana los árboles del Retiro se guardaban la sombra. A primera hora las nubes les ahorraban el esfuerzo. Ayer las tormentas pactaron con el sol una esperada tregua, o eso nos hicieron creer.

Nos las prometíamos felices. Pasearíamos entre autores, editores, lectores y, por supuesto, libros. Éstos resguardados por toldos y nosotros descuidados del calor.

Éramos reincidentes, así que nuestra segunda visita de este año a la Feria tenía una prevención: la de caer en la tentación. Sobra decir que ha sido imposible. Comprábamos la semana pasada y también hoy.

En realidad llegábamos para ver a Ana Alcolea, amiga escritora zaragozana que acaba de publicar su novela Bajo el león de San Marcos en la editorial Algaida. Le llevábamos nuestro ejemplar, ávidos por tener su dedicatoria en él y también su cariño.

Debimos perdernos el momento en que la megafonía de la Feria anunciaba la presencia del sol. No oímos cuál era su caseta ni su horario. El caso es que se sacudía de repente las nubes y, sin miramientos, se disponía a estampar su firma de tinta bochornosa. Esa tinta que engulle el aire.

Salvia y yo acabábamos persiguiendo un respiro, un refugio a salvo del fuego despedido desde la caseta incendiada. Y lo encontrábamos en compañía de Ana. La sombra fresca que su león proyecta y el regalo de su compañía eran suficientes para olvidar tanto calor.

viernes, 12 de junio de 2009

Ur

Ur Teatro. Míticos ya. Tuve la gran suerte de conocer su trabajo allá por el 98. Su Romeo y Julieta me dejó asombrado. Era una adaptación de la obra de Shakespeare, llevada a un tiempo en el que no habríamos reconocido ni el nuestro ni el de su autor. Ni siquiera habríamos sido capaces de situarlo en una época concreta.

Era sorprendente su dominio escénico: caja negra, cuatro paneles y elementos escenográficos, diseño de luces muy trabajado y fabulosa ambientación sonora. Pero lo realmente espectacular era el trabajo de los actores. Eso sí era teatro. Admirable su dominio de voz y cuerpo, combinando el texto con la expresión gestual entre acrobacias y otros efectos físicos.

Ahora Ur ha reestrenado su montaje de El sueño de una noche de verano. Hace una década me quedé con ganas de verlo y ahora lo han recuperado algo actualizado, poniendo al día algunos de sus aspectos. Helena Pimenta sigue al frente de este espectáculo, logrando de nuevo sacarnos de la realidad a lo largo de esa noche en la que los sueños no lo son.

Los espectadores quedamos hechizados también, embrujados, enredados en su juego imaginativo, divertidos con su espontaneidad, satisfechos por tantos aciertos, agradecidos por tanto esfuerzo y honestidad.

Difícil saber si el bueno de William habría aprobado en el siglo XVI esta versión. Fácil darles hoy un diez.

martes, 9 de junio de 2009

Para qué hablar

Que no me hablen de los fichajes del fútbol, ni de los mil euros que va a cobrar Kaká cada hora de su vida, ni de los seis goles del Barça, ni de todos los trofeos que han venido después. Tampoco me hablen de la crisis, ni de quienes dicen lograr empleos para sus conciudadanos, por precarios que éstos sean de principio a fin. No me hablen de la pasada campaña de Elecciones Europeas, durante la que todos rogábamos por alguna mención a Europa, acaso unas pocas palabras alusivas a ese Parlamento hacia el que acabamos de facturar a cerca de ochocientos representantes. Que no me hablen de la incomprensible y repentina fiebre de este Ayuntamiento por excavarlo todo, ni de las zanjas rodeadas de tubos, máquinas, escombros y gases que, circundadas por vallas, me obligan a recorrer distancias mayores de lo habitual. Mejor no mentar la porción de mis impuestos que se escapa por el sumidero de las decisiones inútiles y caprichosas de quienes no deberían estar tomando decisiones. No me hablen de los cientos de parásitos que ocupan esos puestos y se acomodan en sus mullidos asientos desde los que justifican cualquier gilipollez que sus cerebros defecan. Para qué hablar de los defenestrados, de los apartados, de los desplazados por esa ralea de mediocres con enchufe. Mejor no hablar de los encantos de lo vacuo, de lo creado para idiotizar, de todo lo que nos aparta del objetivo, de lo que nos eterniza en la búsqueda. ¡Bah! Para qué.

lunes, 8 de junio de 2009

Chufi

Había que ponerle nombre. Bautizarlo de algún modo. Aquella tarde de celebración, entre aperitivos, refrescos y tarta, un nuevo miembro se hacía su hueco. No era sólo el regalo de una abuela para su nieta. Pasaría a formar parte de una familia y tendría su espacio, sus rutinas, sus atenciones y, por supuesto, un nombre.

Al fondo de la tienda, los habitantes de una de las jaulas formaban una algarabía mayor que todo el conjunto de voces del resto de mascotas. Dar con la ubicación de los periquitos era fácil. Difícil elegir uno.

Verdes con parte del plumaje amarillo, azules con un toque más claro bajo el pico y manchas negras... El colorido podía ser un criterio, sí. Unos dormitaban acurrucados junto a otros. Algunos empleaban a fondo sus gargantas, incitando a sus vecinos también al alboroto. Y otros revoloteaban de extremo a extremo haciendo de tanto desorden algo más logrado. Desde luego, la actitud era otro criterio para tratar de decidirse.

La cosa estuvo clara al ver cómo uno de ellos combinaba las artes sociales con las circenses. No sólo se relacionaba con sus compañeros de la forma más vital, sino que además se encaramaba a lugares inverosímiles para ejecutar toda clase de piruetas y vuelos. Parecía el más divertido, alegre, resuelto y cantor.

Y algo lo diferenciaba de los demás. Era blanco.

Esa blancura fue determinante para darle un nombre y en familia resultó ser tan divertido, alegre y resuelto como prometía. Era todo un acróbata y, a pesar de sus caídas simpáticas, se mostraba incansable en sus juegos. Así era: jugaba a todo. De eso deberíamos aprender los humanos.

Desconozco si hay un cielo para las personas, aunque sospecho que no sería nuestro medio natural. Sí es, en cambio, el medio de las aves. Por eso no dudo que exista un cielo de los pájaros. Un cielo al que vuelan una sola vez.

Chufi ha querido volar hacia él.

Era blanco. Como la horchata.

miércoles, 3 de junio de 2009

Fundido encadenado

En teatro no quedaría más remedio que cambiar de decorado. Dos escenas distintas, diferente decorado. Telón abajo para realizar las variaciones precisas o, tal vez, cambio de luces y algunos movimientos ajustados a las necesidades.

Pero en este caso es el encadenado lo que da a la realidad matices más fieles. La jerga cinematográfica se me antoja más apropiada. La última imagen de un plano se disuelve mientras, poco a poco, podemos ver la primera imagen del plano siguiente.

Plano 1. Salón vacío con cristalera que da a una terraza con maceteros. En ellos crecen claveles de color rosa, aliso de flor blanca, tallos de tulipanes de pétalos marchitos, uña de gato, y algún cactus reseco sospechoso de seguir con vida. A través de los cristales pueden verse los tejados rojos de las casas de enfrente. Casas bajas de dos plantas a lo sumo. Vecindario de dimensiones humanas. La torre-campanario de una catedral se alza imponente al fondo. Y palomas.

Fundido encadenado.

Plano 2. Dormitorio pintado de verde poblado por el desorden, con ventana a la calle. Vista picada de edificios altos con terrazas, chimeneas y antenas. Hay muchas ventanas cuadriculando, compartimentando. Recuerda a algún plano de Wim Wenders en El cielo sobre Berlín. Al fondo a la derecha, vistas de la capital de la provincia contigua. Al frente, la sierra se dibuja tras la bruma. Al fondo a la izquierda, visión neblinosa de la gran ciudad. Y palomas.