Erre que erre. Ahí sigo, en mis trece. No me lograrán quitar la idea de que somos analógicos. Por eso, cada paso triunfal que damos hacia la digitalización completa me parece un triste retroceso en nuestra evolución. Hay en él algo de deshumanización.
Kodak deja de fabricar su mejor película de diapositiva. Un golpe más a la fotografía analógica: Kodachrome pasa a ser historia.
Es el momento de recordar las sesiones de proyección de diapositivas que todos hemos disfrutado en muchas ocasiones. Filminas, las llamaba alguno de mis profesores del instituto. ¿Qué habría sido de las clases de anatomía sin ellas? ¿Y de las clases de arte? Cuántas imágenes maravillosas pudimos ver proyectadas gracias a esos marquitos portadores de tanta belleza. Grecia, el Gótico, el Renacimiento, los impresionistas,... Todos conservamos en las retinas alguna de aquellas estampas, desaparecida ya de la pared del aula, persistiendo en nuestro fondo de ojo cada vez que cerramos los párpados.
En mi caso, aunque me gustaba ver diapositivas, a la hora de manipular fotografías prefería trabajar en blanco y negro. El proceso de revelado era más sencillo y uno podía montar su humilde laboratorio en cualquier habitación de la casa.
Merecía la pena encerrarse a oscuras, a salvo de la luz, y vampirizarse para vivir auténticos instantes de magia. Aquellos momentos en los que, bajo la única luz de la bombilla roja, surgía sobre el papel la misma escena ya elegida y encuadrada con anterioridad.
Voluntaria pero desgraciadamente, el revelado manual cedió su sitio a la informática. Literalmente. No es que de la noche al día pasase de disparar películas con mi réflex y revelarlas yo mismo, a la cámara digital y a su socio el ordenador. No, eso llegaría mucho después. Lo que ocurrió fue que la entrada de un PC en casa requería de espacio. Todo el paquete tecnológico pasó a ocupar la mesa sobre la que estaba instalada la ampliadora, acompañada de sus filtros, las cubetas, los químicos y demás achiperres imprescindibles para convertir lo latente en visible.
Por propia experiencia, parafraseando a aquel grupo del pop de los 80, debería preguntarme si the computer killed Kodachrome.
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