miércoles, 26 de agosto de 2009

Un guión propio

Veo en vallas publicitarias el mensaje de una marca de whisky. Negro, blanco y, sobre todo, mucho rojo. En este caso Quentin Tarantino es quien pone su rostro y su voz: Escribo mi propio guión.

Grandes letras mayúsculas, manuscritas quizás. Afirmación rotunda acompañada de actitud afirmativa también. No parece una pose sino un hecho. "Vivo mi propia película, la que yo me escribo". Si él puede, cualquiera sería capaz también: vivir de acuerdo a lo que uno ha previsto.

Una vez vi una animación en la que, partiendo de un punto sobre fondo blanco, era el propio dibujo quien se creaba a sí mismo. Él solito iba trazando con el grafito las líneas de su contorno. Cuando se había dado forma por completo y se había reconocido como un ser terminado, miraba a su alrededor y se situaba en aquel vacío. Un blanco sin ecos, abierto e infinito. Entonces se daba cuenta de que poseía el lápiz del creador. Tenía entre los dedos el utensilio más valioso de todos. Con él se dispondría a hacerse un mundo.

Qué bueno sería poder hacernos el mundo y escribirnos una existencia en él. Decidir donde nos encontramos y lo que vamos a iniciar. Esbozar nuestra historia, emprenderla y si algo no nos convence, poder corregirlo. Un lápiz... y una goma de borrar para darnos una segunda oportunidad.

El otro día leí en un dominical una entrevista a Paulo Coelho. En la portada, su rostro y sus manos sobre negro. Soy el ejemplo de todo lo que puedes lograr si te lo propones. Grandes letras mayúsculas. Otra afirmación rotunda y actitud que defiende el mensaje. En el interior, entre preguntas y respuestas, la constatación de que alguien más compone su historia: Disfruto de mi tiempo como quiero. En la misma revista, dentro de un relato con moraleja, el mismo autor concluye con un siempre hay una segunda oportunidad.

Las segundas oportunidades pueden llegar por su propio pie, o procurárselas uno mismo. Démonos segundas oportunidades. Y terceras.

domingo, 16 de agosto de 2009

Muerte de una cucaracha

¡Crac! Así murió el otro día nuestra prima: bajo una pesada suela. Dicen que sólo salvó las antenas, aunque de poco le servían ya. No quise mirar. No pude, la verdad, tan ocupada como estaba echando a correr cual centella. Mira que se lo advertí. Que en aquella cocina no había más que rascar. Pero nada. Se empeñó en salir de aquel desagüe a la pila y desde allí a la encimera. Yo iba detrás, intentando trepar torpemente hasta el borde. Pero, cuando por fin llegué, ¡zas!, algo la barrió de sopetón. Cayó al suelo y lo único que oí después fue aquel crujido espantoso. Aún me falta el resuello. No pude correr más deprisa. El eco rugoso de aquel estallido se realimentó en mi cabeza y se mezcló con el rumor de la tubería.

Nos pasamos la vida dándonos todos esos avisos y alertas. Otra prima me dijo que no fuese tonta, que no saliera de mi rendija a cualquier hora. Y tenía razón. Pero ella fue la primera en abandonar su escondrijo en cuanto le dio el olor de unas migas de queso y... ¡flissssss! Sufrió los efectos de un spray sobre el dorso. No alcanzó su agujero a tiempo y pereció bajo los efectos de la muerte dulce. Dicen que no duele, pero mejor no llegar a probarla.

Estamos condenadas, primas. A pesar de que los cebos sólo son sacacuartos, de que las lacas permanentes carecen de tal permanencia -yo me paseo por encima como si nada-, del breve efecto de los insecticidas, plaguicidas y todos los cidas de las empresas exterminadoras,... a pesar de todo ello tenemos los días contados. Si hasta lo llevamos en el nombre: ¡cucaracha! Suena como... parece que roncha como cuando nos... en fin, nuestro nombre es nuestra más negra profecía.

¡Que ni el peor holocausto cucarachil podría con nosotras, primas! Que sobreviviríamos incluso a un ataque nuclear. Eso decían. ¡Malditas leyendas urbanas!

jueves, 13 de agosto de 2009

De lo casual... o no

Me ha vuelto a pasar. Es uno de esos fenómenos recurrentes ante los que no paso de una ligera perplejidad. Suelo quedarme un poco extrañado y al instante vuelvo a lo mío.

Hoy escribía algo insustancial empleando, a falta de otras mejores, las mismas palabras de siempre -palabras idénticas sirven para dos fines: o contar bien las cosas, o garrapatear sinsentidos-. En ese texto introducía el término "hambre" cuando, al mismo tiempo, alguien en la radio lo utilizaba también. No me ha sorprendido, pero algo en mi cabeza ha hecho corto. Un pequeño chispazo. Se ha producido un cruce de hambres, como si se hubieran juntado el hambre y las ganas de comer. Resultado: al poco me ha invadido una gazuza incontenible a la que he tenido que dar remedio.

Me ocurre con frecuencia, sobre todo lo de la gula, aunque ese es otro asunto. Digo "tifón" y al momento aparece esa palabra materializada entre los textos de las entradas resultantes de una búsqueda en Google. Pienso en algo que incluye el vocablo "polilla" y no tardo en ver una revoloteando, buscando el resquicio idóneo para meterse en mi armario a comer -éstas también pasan hambre-. Alguien a mi lado pronuncia "viña" y... ¡ahí está!, la misma voz de trazos sarmentosos subida a la página del libro que leo en ese preciso momento. "Viña", con la rayita de la eñe encaramada a las ramas de la ene, agarrada a ella con sus zarcillos rizados.

Puede que sean casualidades, carambolas sin ningún fundamento a las que no merece la pena hacer caso.

O no. Tal vez las palabras atraen a sus homólogas. Voces que invocan textos. Líneas que motivan hechos. Ideas que llaman a los seres y a las cosas.

martes, 11 de agosto de 2009

Para Da Vinci, sin teína

La Gioconda goza de un espacio en exclusiva dentro de la sala de los Estados del Museo del Louvre. Éso, que yo sepa, fue cosa de los japoneses: una televisión nipona hizo posible que Lisa Gherardini pudiese reinar en la sala donde también se exponen otras obras de maestros venecianos. Y todo por obra y arte de los yenes, al igual que la restauración de la Capilla Sixtina.

La esposa de Del Giocondo quedó dentro de una urna de cristal blindado, protegida incluso de posibles heridas de bala y a muchos metros de distancia de otra de las joyas de la sala, Las Bodas de Caná, de Veronese. Frente a frente, una mujer sola, aislada, y toda una multitud en plena celebración.

Así pues, parece que la Mona Lisa nunca está sola. Durante las horas de visita, además de los personajes de todos los cuadros de la sala, tiene la compañía de miles y miles de visitantes. Todo el que llega al museo acaba pasando a contemplarla. Aunque cierto es que muchos de quienes se plantan ante ella no tienen demasiado interés por desentrañar el misterio de sus pinceladas.

Creedme, he visto a La Gioconda literalmente achicharrada a flashazos. Por momentos, me parecía verla abandonar su "mano sobre mano" para poderse tapar los ojos y evitar así una ceguera irreversible. Ninguno de los empleados del museo decía ni pío. Y si pió, nadie le oyó. Casi todos disparaban sobre la dama a bocajarro. Sin piedad. Sin plantearse lo práctico de emplear el tiempo ante el cuadro para admirarlo. Sin más. Después, es sencillo hacerse con una postal, una lámina, un catálogo, cualquier impresión. Éstos nos muestran la pintura infinitamente mejor que la foto que podamos hacer.

Pero existen otras maneras de aprehender una obra tan valiosa. Incluso hay quien le lanza objetos. Hace unos días una turista rusa arrojó una taza de té contra la pintura. Supongo que quería comprobar la dureza del cristal que la escuda. El blindaje quedó fuera de toda duda. La porcelana no contenía ningún líquido. Ni té ni nada que pudiera dejar mancha. ¿Cuál fue su intención? Quizás quería conseguir una impresión de la obra, como en una de esas tazas serigrafiadas que compramos de recuerdo cuando viajamos. Tal vez creyese que podría obtener una estampa por contacto.

No lo sé. El caso es que la dama florentina, al igual que su parapeto nipón, ni se inmutó. O puede que sí.

domingo, 9 de agosto de 2009

Se caga en sus viejos

Este año me reencuentro o, más bien, nos reencontramos -pues creo que somos legión- con los textos del misterioso Carlos Cay en El País. Me entretuvo y divirtió todo el pasado agosto con sus cosas de chaval condenado a galeras para volver a intentar aprobar la selectividad en septiembre. Su verano transcurrió lejos de Madrid, lejos de sus deseos, obligado por sus padres a trasladarse a un pueblo con playa, a la que no podría ir pues debería encerrarse a empollar.

Pero cada día dedicó un buen rato a escribir. Y no precisamente los esquemas o resúmenes que le podrían haber servido para alcanzar un aprobado. Lo que escribió fue un diario cuyo único propósito era el de cagarse en sus viejos y contarnos todo lo que hacía dentro y fuera de su cuarto.

Este verano vuelve a la carga, como está mandado para seguir con la serie. No tenía por qué, pero parece que gustó. Sus compañeros del instituto ya están en la universidad. Y él no pasó. No era probable, viendo el panorama y las ganas.

Estos días nos ha estado contando algo de lo que ha hecho a lo largo del año. Tras su cantado fracaso en los exámenes no lo ha pasado muy bien y nos relata algunas de las cosas que se le cruzan por la mente, con o sin la ayuda de los porros.

Simplemente me gusta, me atrae la forma que tiene este chico de contarnos sus chácharas, por triviales que puedan parecer. Que no me lo parecen. Seguiré leyéndolo a sol y a sombra, esperando a ver por dónde nos quiere llevar esta vez.

jueves, 6 de agosto de 2009

Dulces sueños

El cuerpo hecho un lío. Sí, señor. Parecerá extraño, pero se puede tener el cuerpo hecho un auténtico lío sin que ello implique ningún retorcimiento ni torsión. ¡Menuda confusión!, desconcierto de lumbares, paletillas, espinazo y curcusilla.

Buscar colchón requiere de vista, olfato, una sensibilidad especial y tremenda concentración. Como en una cata, se trata de ir probando, saboreando, dando alas al paladar dorsal. Con cuidado, sin saturarlo. Y sin tragar, que no es cuestión de emborracharse de comodidad. Con vinos y licores hará falta blindarse el hígado, pero aquí no será éste el caso: bastará con unos buenos riñones.

Sumiller de colchones, especialista en bienestar... biendormir... -estar y dormir tal vez sean dos estados de la conciencia, diferentes, complementarios incluso-. Comparar grados de firmeza en superficies mullidas lleva a confusión. Por eso hay que espabilar, ser capaz de diferenciar tactos y materiales: viscoleches merengadas, nosequelátex salvaje, espumación sobre lecho de muelles al jerez... ¡Pura gastronomía!

En el fondo, podríamos estar hablando de postres. Lo que yo quiero comprarle a esta señorita que me atiende con tantos tecnicismos de nombres irrepetibles son siestas azucaradas. Pagaré por los sueños más dulces. Quiero llevarme a casa la fuente de todos los placeres. No se lleve usté a engaño. Nada que ver con Casanova o Don Juan. Éstos preparaban el terreno a su manera, aunque seguro que eran grandes entendidos en camas, camastros, jergones... cada uno en su línea, no vayamos a ponerlos a dormir juntos. Eso no.

El caso es que, con este embrollo de físico y las sensaciones en pleno desbarajuste, uno ha de tomar la decisión. Y resulta complicado, después de encamarse a ratitos de acá para allá sin poder echar una cabezadita. Dicen que sólo se debe elegir colchón cuando se está descansado, para evitar que la fatiga decida por ti. De una buena elección dependerán en parte las mejores noches, las de caramelo.

Que sean sueños garrapiñados.