Veo en vallas publicitarias el mensaje de una marca de whisky. Negro, blanco y, sobre todo, mucho rojo. En este caso Quentin Tarantino es quien pone su rostro y su voz: Escribo mi propio guión.
Grandes letras mayúsculas, manuscritas quizás. Afirmación rotunda acompañada de actitud afirmativa también. No parece una pose sino un hecho. "Vivo mi propia película, la que yo me escribo". Si él puede, cualquiera sería capaz también: vivir de acuerdo a lo que uno ha previsto.
Una vez vi una animación en la que, partiendo de un punto sobre fondo blanco, era el propio dibujo quien se creaba a sí mismo. Él solito iba trazando con el grafito las líneas de su contorno. Cuando se había dado forma por completo y se había reconocido como un ser terminado, miraba a su alrededor y se situaba en aquel vacío. Un blanco sin ecos, abierto e infinito. Entonces se daba cuenta de que poseía el lápiz del creador. Tenía entre los dedos el utensilio más valioso de todos. Con él se dispondría a hacerse un mundo.
Qué bueno sería poder hacernos el mundo y escribirnos una existencia en él. Decidir donde nos encontramos y lo que vamos a iniciar. Esbozar nuestra historia, emprenderla y si algo no nos convence, poder corregirlo. Un lápiz... y una goma de borrar para darnos una segunda oportunidad.
El otro día leí en un dominical una entrevista a Paulo Coelho. En la portada, su rostro y sus manos sobre negro. Soy el ejemplo de todo lo que puedes lograr si te lo propones. Grandes letras mayúsculas. Otra afirmación rotunda y actitud que defiende el mensaje. En el interior, entre preguntas y respuestas, la constatación de que alguien más compone su historia: Disfruto de mi tiempo como quiero. En la misma revista, dentro de un relato con moraleja, el mismo autor concluye con un siempre hay una segunda oportunidad.
Las segundas oportunidades pueden llegar por su propio pie, o procurárselas uno mismo. Démonos segundas oportunidades. Y terceras.
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