martes, 11 de agosto de 2009

Para Da Vinci, sin teína

La Gioconda goza de un espacio en exclusiva dentro de la sala de los Estados del Museo del Louvre. Éso, que yo sepa, fue cosa de los japoneses: una televisión nipona hizo posible que Lisa Gherardini pudiese reinar en la sala donde también se exponen otras obras de maestros venecianos. Y todo por obra y arte de los yenes, al igual que la restauración de la Capilla Sixtina.

La esposa de Del Giocondo quedó dentro de una urna de cristal blindado, protegida incluso de posibles heridas de bala y a muchos metros de distancia de otra de las joyas de la sala, Las Bodas de Caná, de Veronese. Frente a frente, una mujer sola, aislada, y toda una multitud en plena celebración.

Así pues, parece que la Mona Lisa nunca está sola. Durante las horas de visita, además de los personajes de todos los cuadros de la sala, tiene la compañía de miles y miles de visitantes. Todo el que llega al museo acaba pasando a contemplarla. Aunque cierto es que muchos de quienes se plantan ante ella no tienen demasiado interés por desentrañar el misterio de sus pinceladas.

Creedme, he visto a La Gioconda literalmente achicharrada a flashazos. Por momentos, me parecía verla abandonar su "mano sobre mano" para poderse tapar los ojos y evitar así una ceguera irreversible. Ninguno de los empleados del museo decía ni pío. Y si pió, nadie le oyó. Casi todos disparaban sobre la dama a bocajarro. Sin piedad. Sin plantearse lo práctico de emplear el tiempo ante el cuadro para admirarlo. Sin más. Después, es sencillo hacerse con una postal, una lámina, un catálogo, cualquier impresión. Éstos nos muestran la pintura infinitamente mejor que la foto que podamos hacer.

Pero existen otras maneras de aprehender una obra tan valiosa. Incluso hay quien le lanza objetos. Hace unos días una turista rusa arrojó una taza de té contra la pintura. Supongo que quería comprobar la dureza del cristal que la escuda. El blindaje quedó fuera de toda duda. La porcelana no contenía ningún líquido. Ni té ni nada que pudiera dejar mancha. ¿Cuál fue su intención? Quizás quería conseguir una impresión de la obra, como en una de esas tazas serigrafiadas que compramos de recuerdo cuando viajamos. Tal vez creyese que podría obtener una estampa por contacto.

No lo sé. El caso es que la dama florentina, al igual que su parapeto nipón, ni se inmutó. O puede que sí.

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