miércoles, 27 de junio de 2012

El joven Joel

Henning Mankell, aparte de habitar este mundo para hacer de él algo mucho mejor, no deja de ser un magnífico escritor, ¡y prolífico! Entre mis planes está ir leyendo toda la serie Wallander, cuyos volúmenes ocupan buena parte de un estante de casa, y de los que ya ha caído Los perros de Riga. Mientras eso se va cumpliendo -me tomaré mi tiempo-, descubro también otras de sus obras.

En los noventa se dedicó, aparte de a sus creaciones policíacas, a los 'lectores jóvenes'. Estos días estoy con las dos piezas que me restaban para completar su tetralogía de Joel, dentro de la piel de este preadolescente que vive en una aldea de crudos inviernos entre bosques suecos. Junto a su padre, un leñador que antes fue marinero, sueña con hacerse algún día de nuevo a la mar y se pregunta qué habrá sido de su madre, de la que apenas conoce cuatro detalles. Entretanto, se marca objetivos, explota su imaginación haciéndose cientos de preguntas sobre la vida cotidiana, choca contra el mundo de los adultos y se mete en más de un problema.

Las novelas son un magnífico acercamiento a la psicología juvenil, partiendo desde los once años de Joel hasta que éste llega a los dieciséis. Me gusta el estilo de Mankell, aquí conciso, como es habitual, nada artificial, transmitiendo con humor e ingenuidad todo lo que al chaval se le cruza por la mente. El perro que corría hacia una estrella, Las sombras crecen al atardecer, El niño que dormía con nieve en la cama y Viaje al fin del mundo, títulos todos traducidos al castellano en la Editorial Siruela. Últimamente los cuatro se han recogido en un volumen de DeBolsillo llamado como el último de ellos, Viaje al fin del mundo.

domingo, 24 de junio de 2012

Los duendes del café

Horarios nocturnos. Este mes ha tocado. A falta de un termo casero cargado de café con leche, una máquina de las apodadas 'de vending' es bienvenida siempre. Aún hoy, después de haber sido usuario de unas cuantas en distintos lugares, sigo sin saber cómo funcionan exactamente. Puede que alguno de los programas de Discovery Channel haya desvelado ya el secreto de los duendes cafeteros que se dedican a moler el grano y a preparar la rica infusión dentro de esa especie de armario con luz.

Ese proceso de alquimia mediante el que una moneda precipitada a través de una ranura se transforma en líquido con espuma caliente contenido en un vasito de plástico sigue siendo todo un enigma para mí. Hace unos cuantos años, en el centro donde tuve mi primer trabajo había una máquina de bebidas que, aparte de café, té y chocolate, ofrecía sopas. Más de una vez alguien me sorprendió agachado, arrodillado incluso, colocando la mirada a la altura de la ventanilla de salida de los brebajes. ¿Era posible que mi café saliera por el mismo tubo del que acababa de brotar una sopa de verduras?

La máquina de hoy no ofrece caldos como aquellos, lo cual me libra de doblarme inevitablemente para vigilar de cerca el conducto del que manan los enjuagues. Eso, sin embargo, no mata del todo mi curiosidad: ¿será el enanito que vive en su interior el que deje caer la cucharilla plana dentro del vaso?

sábado, 16 de junio de 2012

Pequeñas mentiras sin importancia

Se estrenó el año pasado, aunque este verano puede tener su hueco si se lo dáis. Un grupo de amigos decide que no va a renunciar a sus vacaciones en la playa por acompañar a otro de ellos que ha sufrido un accidente y está postrado en la cama de un hospital. Esa decisión será el lastre que les impedirá disfrutar plenamente de esos días. Aunque todo está dispuesto para el relax y la diversión, no tardarán en salir a relucir ciertos comportamientos que les convierten en personas egoístas y mezquinas.

El comienzo engancha por su virtuosismo y el admirable planteamiento que ofrece su director-guionista, Guillaume Canet. Los personajes están bien perfilados, resultan completos, matizados, creados para encontrar la identificación con el espectador. Todos los actores brillan sin excepción y cada una de sus historias va encontrando su sitio sin falta.

La película, para lo bueno y lo malo, acaba siendo una mezcla de comedia pura y drama con dosis de moralina y lágrimas. Pero, a pesar de ello, no deja de funcionar como una buena cinta que ahonda en los aspectos que nos hacen humanos.

Gran ocasión para ver buen cine francés que deja un magnífico sabor de boca y el poso de las historias con alma.

domingo, 10 de junio de 2012

Dorsal 137

Se cuela por la estrecha rendija que aún separa las puertas al cerrarse. ¡Por poco! Sudoroso y rojo por el esfuerzo, toma resuello. Lleva pantalón corto, zapatillas deportivas y una camiseta sin mangas guarnecida con grandes números. Busca asiento y lo encuentra junto al mío. Lo ocupa mientras mira al exterior del vagón. Acompaña su tensión con respiraciones afanosas. Reparo en el reloj que le ciñe la muñeca: pulsómetro y podómetro incorporados. Ambos marcan sendas cifras en avance constante. Se da cuenta de que lo he fichado y lo oculta con un nervioso cruce de brazos.

Dos estaciones más. A la tercera, se baja y echa a correr.

Por la noche, en la tele, veo al tipo del tren. Los mismos grandes números sobre su dorsal. Está cruzando una meta con los puños alzados.

lunes, 4 de junio de 2012

Juegos a la sombra

La calle de mi infancia tenía soportales. La manzana completa estaba rodeada de ellos y en verano se podía salir de casa y jugar a cubierto. Si las patadas al balón se pasaban de largo, lo recuperábamos rápidamente del sol cruel y lo devolvíamos al claustro para seguir con el partidillo.

Mi portal, como los del resto de las viviendas, tenía una escalera amplia en cuyos peldaños se desarrollaban también los juegos, las charlas y las riñas. Cuando nos cansábamos de correr bajo los soportales, acudíamos al asiento fresco de los escalones. No recuerdo cuanto tiempo transcurría hasta que volvíamos a lanzarnos a las sudorosas carreras o a otros tejemanejes entre los pilares que sustentaban el edificio.

En esas columnas también se jugaba. Las niñas ponían una goma sujeta a dos de ellas, evitando así tener que figurar ellas mismas como postes. Algunas conseguían hacer y deshacer con éxito el lío tremendo que armaban entre el elástico y sus piernas. Y los niños nos dedicábamos a subirlo tan alto que, después, ni ellas ni tampoco nosotros éramos capaces de hacerlo descender para recogerlo.

Los gritos, los lloros, los éxitos... todo sucedía bajo techo. Sabíamos que salir de la sombra no convenía.