viernes, 26 de septiembre de 2008

Pisando la uva... con torpeza

Enciendo el televisor y me despierta cierta curiosidad ver cómo en un magazine de la mañana la presentadora y un redactor se disponen a pisar la uva. Pienso que debe ser una especie de guiño, una ilustración, ahora que es tiempo de vendimia.

Se meten de pie dentro de un pequeño y redondo lagar lleno de uva. Se apoyan el uno sobre los hombros del otro y comienzan a pisar, desplazándose en movimiento circular, con pasos firmes y cortos dentro del recipiente de madera. Se divierten y comentan su sensación de frescor a medida que notan la humedad en sus pies.

Un plano corto nos muestra que por un orificio comienza a salir el mosto resultante de la operación. Éste es recogido en una jarra de agua, de las de vidrio de litro, que empieza a llenarse con gran rapidez. Sospecho, supongo, que alguien está preparado al pie del chorro para sustituir esa jarra, que va a llenarse en breve, por otra vacía.

Pero no es así. De repente aparece en la pantalla ¡un cubo de fregar! ¡Con su escurridor y todo! Ignoro si con agua de lejía también. No me lo puedo creer: vacían en él el contenido de la jarra para volver a situarla bajo el flujo de mosto.

Los presentadores siguen pisando, disfrutando, ignorando el sacrilegio que se ha producido junto a sus pies. ¡Qué más da! Supongo que ha habido un error de cálculo y nadie preveía que el volumen de mosto superaría la capacidad del recipiente dispuesto para recogerlo. Ya, ¿y qué? Cuando se improvisa tanto y no se cuidan determinados detalles, a muchos nos parece que se nos falta al respeto. Sobre todo a quienes ven, vemos, en el vino algo más que un simple líquido. Y no entiendo nada de vinos, pero los valoro.

Esa ceremonia en el lagar se ha convertido en una chufla irrespetuosa.

El vino

Es ahora, con la vendimia, cuando se fija un punto y seguido en el ciclo del vino. La uva ha madurado bajo el sol y ha adquirido el volumen y grado aceptables, como dicta la tradición, así que será recogida para extraer de ella lo que la hace tan valiosa. El resultado será ese vino que marca el movimiento de los pueblos y las etapas de sus vidas.

Pero, antes, el mosto precisará de un trato conveniente y cuidadoso tras el que dormirá bajo el silencio del tiempo.

Reposará para llenarse de alma.

Sólo un susurro continuado le narrará su historia milenaria y le desvelará ese secreto que deberá guardar para siempre. El secreto que cada pueblo rescata de cuando en cuando para recuperar alguno de sus caldos más delicados.

Y por fin, un buen día, sus hacedores lo sacarán de la bodega acompañado de celebraciones. Desde ese momento habrá vino. Tendrá ya no sólo memoria, sino también espíritu.

jueves, 25 de septiembre de 2008

A vueltas con la magdalena

Es esta misma mañana cuando, ante mis recipientes de reciclaje, me pregunto, como cualquier otra, si el papel de la magdalena pertenece a la familia del papel o al reino de lo orgánico.

Se nos pide que lo separemos todo y destinemos cada cosa al lugar que le corresponda. Y ahí andamos, trabajando por la causa. Pero es que, a pesar de estar concienciado, hay cosas indisociables. Lo siento, pero no podría dedicarle todo mi amor a despegar del papel con un cuchillito esos restos de bizcocho con el único fin de tirarlos a un lugar apropiado.

Abro las puertas bajo el fregadero y, al detenerme frente a los distintos receptáculos, me asalta la misma duda de siempre. Es papel, pero tiene restos de bollo. Aunque... en realidad... ahí queda más pastelillo de lo que parece, ergo va a ser orgánico. Sí, pero, pensándolo bien, si por definición lo que hago es quitarle el papel a la magdalena, será evidente que sus restos deberían ir junto al papel. Ya, pero… ¿qué papel de magdalena, sobao pasiego o bizcocho borracho sería apto para reciclarse junto al resto del cartón? Yo creo que ninguno. ¡Si hasta el perro de mi padre se los comía, y le sabían tan ricos! Eso es que ahí debe quedar todavía mucha chicha. Bastante dudoso que de ahí pueda llegar a sacarse un paquete de folios.

Pero sigo con la indecisión a flor de piel. Sostengo en mi mano el objeto que me trae tantos quebraderos de cabeza. Siento que mis dedos juegan a dos bandas. Se sitúan en dos bandos. Por un lado, tocan la parte del papel, suave en su superficie hecha de celulosa y otras sustancias porosas, ahora algo grasientas. Por otro lado, algún dedo disfruta de la zona más mullida: la de los restos de miga que siguen pegados al material que los contenía; podrían haberse ido con la magdalena pero, al pelarla, optaron por seguir agarrados a la pared, como lapas sobre una roca. Inseparables, ya se ve.

Habrá opiniones para todos los gustos. Es decir, o uno u otro. O blanco, o negro. En mi caso, ante la obligación de acabar esto con rapidez en beneficio del resto de cosas que tengo pendientes, decido no mirar. Que caiga donde le toque esta vez. Hasta que se escriba un libro de estilo del reciclado que establezca qué hacer con estos elementos fronterizos, yo juego a cara o cruz.

martes, 23 de septiembre de 2008

MEME

Pues, Ana, mira por donde me va a gustar esto de participar en un MEME, que no sabía lo que era y que ahora me suena al nombre con que un niño pequeñito, con su media lengua, llamaría a su tía Remedios.

Doy por hecho que, del lado positivo, a todos nos gusta querer y sentirnos queridos y que, del lado malo, a nadie le gusta sentirse mal ni estar enfermo -que ha sido mi caso estos dos últimos días gracias a las malas artes de un virus que habría preferido que fuera informático-, así que voy con otras cosillas que, a medida que se me ocurren, me estimulan.

Uno- Desayunar prontito en una cafetería, preferiblemente en un lugar bañado por la luz de la mañana, leyendo el periódico mientras oigo el sonido de la máquina de café y el cacharreo de tazas, platos y cucharillas.

Dos- Una caminata junto a algún riachuelo de montaña. Alejado de domingueros, por favor.

Tres- Estrenar un libro después de desearlo mucho, respirando el olor que desprende el papel impreso y comprobar que me gusta.

Cuatro- Descubrir por casualidad un nuevo rincón en algún lugar del mundo. De esos lugares que uno tiene la sensación de haber hecho suyos, extrañado de que alguien más haya ido a ellos.

Cinco- Salir del cine o del teatro con la sensación de haber visto algo bueno. Si las imágenes y los sonidos persisten en algún lugar de la mente y quiero recurrir a ellas para recrearme en mi sobrecogimiento, en mi emoción o en mi deleite, es que algo así ha ocurrido.

Seis- Escribir algo que me satisface porque encuentro que en ello hay algún hallazgo o que está bien desarrollado y rematado. ¡Qué gusto!

Por otra parte, y el orden que les he dado no da importancia a unas sobre otras, ahí van algunas de las cosas que no soporto.

Uno- Esperar. Las esperas largas he aprendido a llevarlas con paciencia, o eso creo. Las cortas... en esas no puedo dejar de mirar el reloj.

Dos- Los listos, los sobraos, los maleducaos y los aprovechaos.

Tres- Que se me malinterprete. Tener que dar explicaciones y hacer cabriolas para salir de un lío en el que algún obtuso me ha metido.

Cuatro- Los atascos. Son la razón por la que evito coger el coche muy a menudo.

Cinco- Los ruidos en general. Los gritos en particular. No entiendo cómo dos personas que se sientan juntas pueden hablar a gritos sin que ninguna de las dos esté sorda.

Seis- La pasividad. La propia y la ajena.

Hala, ya he cumplido.

Por ahora mi círculo bloguero es muy reducido, así que no voy a poder cumplir con una de las partes contratantes. Lo que sí se me ocurre es que, si os apetece, cualquiera de los que entráis a leer este blog, hagáis vuestro MEME, por ejemplo, dejándolo como comentario. No obligo a nadie, pero ya es hora de que algunos de quienes sé que me visitáis y no dejáis comentarios se estrenen contando alguna cosita de sí mismos (...)

Por cierto, si queréis saber de dónde viene todo esto del MEME, pasad por el blog de Ana Alcolea (a la izquierda tenéis el enlace) y remontad el curso del río.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Infiel

Falto por estos lares por causa justificada. Tengo en mi poder documentos que aportar en caso de duda administrativa. Mi justificante, como el que nos firma el médico para presentar en el trabajo, es una escapada entre adriática y alpina. Aunque tengo coartada, siento que le he sido infiel a este blog durante unos días. Y es que todo compromiso exige fidelidad por parte de quien lo contrae. Esa es la regla.

Cuando se corta con la cotidianeidad por unos días, tendemos a fallarles a los compromisos. Y abandono el libro que estaba leyendo y lo sustituyo por guías y folletos turísticos. Me alejo de la actualidad de mi ciudad, de mi país. Dejo mis programas de radio y televisión -muy pocos a mi pesar- y flirteo con otros de otros lugares -no doy con ninguno bueno tampoco-. Cambio mis trenes diarios por otros -nocturnos en algún caso, pero esa es otra historia que reservo para otro post-. Sustituyo mi lado en el colchón por otro lado en otro colchón, o por uno para mí solo. Cambio mi gesto impertérrito ante algunas cosas que me rodean habitualmente por otro encantado ante otras igual de corrientes, pero situadas en otras coordenadas.

Mi lealtad a esta página ha sufrido el vacío de unos días alejado de internet y de todo lo demás. Sí, se me ha presentado la oportunidad de conectarme a ratos perdidos, pero he preferido evitarlo. Por breves, claro. Y porque serle infiel a mi propia infidelidad, tan deseada como era, no debía ser buen síntoma.

Ahora vuelvo a abrir este cuaderno, repaso brevemente mis notas, viejas ya, y caliento el grafito de este lápiz virtual. Le cuesta un poco deshacerse sobre el papel, dejarse a sí mismo formando este rastro de letras en lazo discontinuo. Pero vuelve a funcionar como antes. A su ritmo, no sé si bien o mal.

Y antes que nada, antes de lo siguiente, se presta a servirme como medio de disculpa.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Deseada evasión

Quiero poner distancia. Lo suficientemente larga como para sentir que he viajado. Sumar horas a la esfera de mi reloj y verlas pasar con el freno pisado.

Quiero dejar por unos días de zapatear el mismo rodal y que las hierbas se adueñen de él.

Quiero que lleguen a mis oídos otros acentos, que el mío llegue a sonar exótico cuando lo escuche desde dentro.

Quiero desconocerlo todo de mi entorno, mirar otros cielos, que el viento me sople su nombre por saberse extraño.

Quiero coserme a la nariz nuevos aromas, que otros sabores me asalten el paladar y lo conquisten. Que algún día un olor nada frecuente me los evoque con remite claro.

Quiero que el horizonte se recorte siguiendo una línea desconocida y repasarla con ojos extrañados.

Quiero que el sol diario salga en otro lugar y proyecte sombras de otras calidades.

Quiero que la novedad me borre de la memoria lo cotidiano. El reencuentro forzoso con ello se producirá sin remedio.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Las burbujas de la suerte

Esta misma mañana ha sido la señalada por la fortuna. La burbuja de aire que todo tubo de pasta de dientes contiene ha estallado. Ha sido la del mío, claro, porque cada uno, o cada dos, o incluso más, tenemos el nuestro. Y es algo que ocurre una sola vez por tubo. Más o menos como con los eclipses, aunque con matices. El caso es que todos los tubos esconden la suya, agazapada mientras aguarda a salir por sorpresa empujada por la presión de unos dedos que nunca esperan que surja.

Hoy ha sido el día pero, en vez de sentirme estafado cuando el tubo ha expelido su traicionero pedo de flúor, he preferido pensar que se trataba del aire fresco de la buena suerte, que hoy ha querido soplar sólo para mí.

El caso es que algunas veces he sentido que ese vacío surgido del envase se transformaba en mi propio vacío. Una oquedad que se abría bajo el desencanto de la expectativa frustrada. Al verme defraudado, podría haberme lanzado a la búsqueda de pistas concluyentes. Habría forzado la vista para leer la minúscula leyenda impresa en el plástico serigrafiado hasta hacerme con la dirección de la empresa que envasa mi dentífrico. Podría después haberme dirigido a ellos exigiendo una explicación: el porqué de esa bolsa de gas acción “blanqueante” estratégicamente situada en mitad de mi elixir. Y así, como en algunas películas americanas que van de abogados y juicios, solicitar una reparación que me compensase por tantas ilusiones de cepillado deshechas cada vez que la pompa revienta.

Pero opto por felicitarme y pensar que esta vez me ha tocado a mí y sólo a mí. Es una vez por cada tubo y si a uno le toca, será buena señal. Ese frescor del polo podría haber sido respirado por la que duerme a mi lado -Mecano dixit-, pero esta vez ha sido la mía.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Somos analógicos

Inmersos en la era digital, sumergidos en este fango fluido de ceros y unos, encuentro que el mundo de lo analógico tiene algo más de vida.

Todo en analógico tiene consistencia. Una hostia analógica no sólo es dolorosa, sino humillante además. No seré quien defienda las peleas entre colegiales, pero ahora los niños pegan con los pulgares. Viven amarrados a las consolas de videojuegos y todo, pies y puños, se activa mediante un botón. Aquel “te espero a la salida” ya no se da tanto, imagino. La razón estará en que hay que salir de clase corriendo, sin permitirse un minuto para achuchones rabiosos. En casa espera lo bueno, agarrados a un mando frente a una pantalla. Y digo yo que la ira se descargará a través de los cables del artefacto, aunque a lo mejor me equivoco: veo muchos gestos de odio y rencor en jóvenes y no tan jóvenes. Rencores siempre analógicos, claro. De los tangibles. Contenidos y realimentados en vaya usté a saber qué entornos digitales. Esa rabia antes se descargaba en escenarios reales. Algo a evitar, desde luego, pero tenía menos efectos secundarios.

Parece que las sorpresas analógicas le pellizcan más a uno. Hace años, cuando revelé por primera vez una fotografía, aquello me produjo una admiración de la que no lograba salir posteriormente, cada vez que volvía a la sala oscura. ¡Ver un papel bañándose en una cubeta y comprobar que algo iba naciendo en su superficie, como elevándose entre blancos y negros… eso era asombroso! Y lo sigue siendo. Ahora miro las fotografías que hice siguiendo todos aquellos pasos cuidadosos y todavía las veo emerger, subir hasta mostrarse como son. Parecen seguir luchando por abandonar su estado latente, aunque hace mucho tiempo que se hicieron visibles. La fotografía digital tiene otras ventajas que todos conocemos. Muchas, sí. Pero nunca me brindará el pellizco de la imagen que se “hace” en un delicioso proceso de alquimia.

Y nuestro flujo neuronal, que es lo más parecido a esa transmisión digital de ceros y unos, se transforma en sensaciones para nuestra piel, sonidos ante los que poder hacer oídos sordos, visiones no sé si lúcidas, sabores –ojalá siempre fueran dulces–, y olores que remiten a todo lo demás y activan en el cerebro ese vaivén de mensajes en Morse.