miércoles, 31 de diciembre de 2014

Llega 2015

2015 ... El nombre no está nada mal, ¿eh?

Dentro de unas horas lo estrenaremos. Espero que lo recibáis bien envuelto. Y que disfrutéis mucho quitándole su gran lazo y su brillante papel. 

Aunque, sobre todo, deseo que su contenido sea tan bonito como podáis imaginar. 

Para todos los que seguís pasándoos por por aquí, un cálido abrazo y  ¡FELIZ AÑO NUEVO!

jueves, 18 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad


Un árbol lleno de vida 

Algo lo despertó. No fueron las luces, pues quedaron apagadas a medianoche. Tampoco pudo ser el ruido del tráfico, ya que en la plaza apenas sí se sentía. Fue más bien algo similar a un llanto.

Trató de volver a dormirse, pero aquel sonido regresó a sus oídos. Necesitaba hacer algo para callar el lloriqueo que provenía de más abajo. Así pues, se descolgó de su rama y comenzó a descender dando saltos. Procuró no molestar a los demás, intentando que las bolas no se bamboleasen a su paso. Sorteó los enormes lazos rojos, esquivó los cables de las luces y evitó enredarse con las finas guirnaldas que ese año eran novedad. Las acículas le pinchaban los pies y maldijo el momento en que aquel operario se encaprichó de sus botitas.

El sollozo quedaba ahora más cerca, aunque aún debería abrirse paso entre la frondosidad. La luz de la ciudad apenas llegaba allá adentro, donde las ramas eran leñosas y el olor a resina le invadía la nariz. Cuando alcanzó el tronco, se detuvo a escuchar. ¡Sí, ya casi lo tenía! Tanteó la gruesa corteza hasta hallar una oquedad y se asomó a ella con mucho sigilo.

Era sorprendente encontrar en diciembre crías de ardilla, pero allí estaba: una ardillita que chillaba sin parar. En todos los años que llevaba de servicio, nunca le había ocurrido nada parecido. En el bosque alguien tenía que haberse asegurado de que aquel abeto no tenía moradores. Y, sin embargo, lo habían traído hasta allí con una pequeñina que ahora llamaba a su madre desesperada.

¿Qué podía hacer? Trató de calmarla sin éxito, así que decidió buscar ayuda. Regresó al exterior del árbol, donde ya no le importó agitar, sacudir y remover con tal de despertarlos a todos. Tras contarles lo sucedido, no tardó en contar con un buen grupo dispuesto a ocuparse del bebé de ardilla. Los renos le darían pelo para abrigarla y leche para alimentarla. Los angelitos le cantarían para dormirla. Un conjunto de campanitas sería su sonajero y unos cuantos duendes jugarían con ella.

Cuando volvió al tronco, supo al fin que el llanto surgido del pequeño hueco no tardaría en cesar. Y también tuvo la certeza de que aquella Navidad sería especial.


viernes, 4 de julio de 2014

Cuando las armas callaron

Se conmemora un siglo desde que comenzase la Primera Gran Guerra. Es momento de recordar, repasar, interpretar, tratar de entender. En televisión, algunos documentales y programas especiales intentan desenmarañar las fibras de una madeja que ya sólo los historiadores pueden desanudar.

Para mí, como para la mayoría, aparte de una inmensa laguna de conocimiento que nunca llenaré, la I Guerra Mundial es una bandada de textos e imágenes. Muchos leímos en los libros y vimos en las fotos y en las películas que fue entonces cuando la crueldad se hizo con instrumentos potentísimos para exacerbar sus consecuencias: millones de muertos entre el fango, el gas, las minas y los alambres de espino.

Estos días ha sido bonito leer una novela que habla de confraternizar en tiempos de guerra, When the guns fall silent, de James Riordan. Cierto es que no ahorra detalles de los momentos más cruentos y encarnizados que pueden darse en una guerra como la IGM. Pero -siempre desde la mirada del joven Jack, de 17 años, quien pasa por la más atroz prueba de madurez que cualquiera pudiera tener que afrontar-  también aborda uno de los pasajes más hermosos acaecidos entonces.

Entre los soldados alemanes y los aliados (aquí, concretamente, los ingleses) se pactó una tregua para celebrar la Navidad de 1914. Fue un alto el fuego espontáneo y provisional durante el cual los combatientes se mezclaron para cantar villancicos, jugar al fútbol e intercambiar bizcocho, licores y cigarrillos. Ese mismo episodio se cuenta en la película Feliz Navidad (Joyeux Nöel), del francés Christian Carion, producida hace una década y dedicada a quienes quieren salvar cualquier gota de humanidad que pueda haber en un hombre en mitad de una guerra.

Me gustó la película y me ha gustado este breve libro, repleto de cartas intercambiadas entre el soldado y su familia, haciendo siempre lúcidas observaciones acerca de lo que está ocurriendo. Es destacable, además, que todos los capítulos comiencen con fragmentos de poemas que aportan otros puntos de reflexión.

Hoy, simplificando todo lo interesadamente que puedo, me quedo con los aspectos más emotivos de una Cruzada que no condujo al mundo precisamente hacia la paz.

viernes, 27 de junio de 2014

El sueldo de Nescafé

Aunque decidamos no encomendarnos a ella permanentemente, es probable que todos creamos en la suerte. Por eso la tentamos de vez en cuando, por si acaso. Un billete de lotería para Navidad, una apuesta semanal de la Primitiva, la papeleta para la rifa de un jamón..., todos hemos puesto unos euros de confianza en la ínfima probabilidad de verlos devueltos en nuestro bolsillo felizmente multiplicados por n.

De vez en cuando sonrío al recordar el comentario de un antiguo compañero de trabajo que mencionaba a otro como "el del sueldo Nescafé". Éste, joven militar en la reserva, disfrutaba de un sueldo del Ejército aunque ya no prestase servicio activo en su correspondiente cuerpo. A esa remuneración se refería aquél con tanta sorna y acierto.

Más allá de los "extras" que algunos reciben más o menos merecidamente, están los que llegan con un golpe de suerte. De la misma manera que los "pluses" derivan del empeño y el tesón que se ha puesto en atraerlos, se debe cautivar a la fortuna con una dosis cierta de esfuerzo.

Por mi parte, siendo todo lo prosaico que puedo, voy a intentar atraparla en forma de sueldo Nescafé puro y duro. Ahora tengo al lado unos cuantos sobrecitos de café instantáneo que he ido guardando cada vez que me he tomado un descafeinado por acá y por allá. Unos sobre otros, conservan una franja superior rasgada, justo sobre las letras blancas de la conocida marca. La clásica taza roja humea sugerentemente, siempre invitando a tomarla.

Me ahorro reproducir el mensaje que informa de la retribución mensual que uno puede ganar si participa en la promoción. Sin más, será cuestión de introducir unos códigos en la web de la marca y, ¡oh, diosa de las dichas!, ya veremos.

miércoles, 18 de junio de 2014

Alcalá y Bulgaria

Lo que refleja con claridad el patente quiero-y-no-puedo de esa descuidada Noche en Blanco es el acto con el que se invita a la comunidad búlgara de Alcalá a compartir su cultura y tradiciones. En un recinto diminuto aunque agradable, varios bailarines y cantantes hacen gala de sus habilidades y trajes típicos.

Hasta aquí todo correcto, dado que el coro de voces búlgaras suena delicioso y que las danzas pueden seguirse con claridad, a pesar de toda la gravilla removida a cada pisada.

En un momento dado, vemos llegar al embajador de Bulgaria, acompañado de algunos de los archiconocidos rostros de la política local. Entiendo que su presencia quiere aportar un toque oficial a la inauguración de una exposición sobre el alfabeto búlgaro.

Con abundancia de palabras grandilocuentes, el alcalde y el embajador, entre continuos elogios mutuos, hacen una presentación de la exposición que se abrirá acto seguido en una sala contigua. Se trata de la recreación artística de todas las letras del albabeto búlgaro por medio de carteles creados por artistas de todo el mundo. Atractivo, ¿no?

Pero mis sospechas de que tanta pompa y boato son preámbulo de una exposición importante acaban desinfladas cuando en la sala que alberga los carteles no encuentro más que láminas de cartón pluma colgadas de cadenitas, sin una explicación clara de qué representa ninguna de ellas. Tampoco veo que la muestra se complete con información sobre el alfabeto cirílico, uno de los tres que utilizamos en Europa, aparte del latino y el griego.

Los inauguradores parecen muy satisfechos con el producto hasta que uno de los carteles se desprende de su cadena, va a dar contra el suelo y queda dañado en una de sus esquinas. El embajador mira alrededor, y su alrededor mira a su vez hacia más allá, en busca, tal vez, de alguien competente, capaz de arreglar el desastre.

En fin, ése es el instante en que, inundado de vergüenza ajena, uno debe abandonar el lugar, en busca de otros actos que ya han quedado marcados desde su inicio por la impronta de lo torpe y desmañado.

martes, 10 de junio de 2014

¿Noche en Blanco?

La Noche en Blanco de Alcalá de Henares suele ser un modesto remedo de la que se celebra bianualmente en la vecina Madrid. La cosa no tiene otra intención que "pasar unas horas en vela, hasta que la madrugada lo devuelva a uno a la realidad tras el disfrute de una noche divertida e hipnótica". Ésa podría ser la declaración de principios.

Dadas las dimensiones culturales de la ciudad complutense y los espacios que pueden utilizarse para el evento, cabe esperar de él resultados más que dignos. Sin embargo, éstos terminan sin alcanzar ese nivel de excelencia.

Pongamos un ejemplo de mediocridad: incluir en La Noche en Blanco al Museo Arqueológico Regional, cuyas puertas están siempre abiertas de forma gratuita, no parece que añada nada extraordinario al programa. Tampoco ocurre así con otros tantos monumentos, donde lo único insólito es que posterguen su hora de cierre hasta la media noche.

Este año, aparte de los conciertos que se han celebrado en varias plazas, muchos de ellos meritorios (fantástico el talento y calidad de los músicos de Boys of the Hills, acompañados del mítico integrante de los Chieftains, Kevin Conneff: música celta cien por cien), ha habido otros actos reducidos a una cata de aceites para cuatro personas, o a otra de vinos para un número similar de participantes; o qué decir de las dos chicas que han decorado manos con henna.

Con esto (y algo más) ha sido imposible que la madrugada le diese a uno en las narices con el primer rayo de sol, ya que la Noche pasa del Blanco al Negro no más allá de las tres de la noche. ¿Y qué queda? Pues poco más que los garitos de todos los fines de semana, donde creo que se habla poco de cultura.

miércoles, 4 de junio de 2014

Corazón en cuartos

El corazón se compartimenta.

Mi puño de vitalidad
tiene una sola puerta.
Cuartos, espacios para todo.

En un cajón guardo un tenedor.
Los recuerdos tiernos se mascan mejor.
La cazuela en la repisa
no sabe de pedazos.
Ni tampoco del fuego,
ahora frío.

Un grano de sal muerde
la cámara de las risas.
Cerrada algarabía con ventanas.
Habitación salada de mareas y de brisas.

Cuando niño,
latía mi centro
como una lata de tomate.

Armario ropero
cuya piel elástica
abre y cierra, abre y cierra,
se marcha y viene.

El que da la vida
también la debe.
Bomba de placeres y angustias.

La celda que encierra
los cuadernos del alma,
donde la condena se escribe
cada día, cada hora, cada instante.

viernes, 11 de abril de 2014

Nadador

El cuerpo quiebra
con burbujas
la piel del agua

Aire antes
del profundo trueno

Tras la explosión:
aire

El calor del fuego
hierve y envuelve
materias
aliento

Ebullición de manos y pies
secretas esencias
ingredientes nuevos
saltan
se rompen

Sudar sin sudor
lluvia pasmada
líquida distancia

El esfuerzo
escurre
por la espalda
sereno.

martes, 25 de marzo de 2014

Presidente

En televisión, las imágenes de la despedida al ex-presidente Suárez, acto solemne que discurre por las calles del centro de Madrid.

En este país tan escaso de consensos, hoy parece existir el relativo a la importancia de la figura de Adolfo Suárez. Todos coinciden en la relevancia de la labor de un presidente como él durante los inicios de la maltratada y ahora casi desaparecida democracia española.

He podido ver entre los asistentes algunas pancartas que dicen "Gracias, Presidente". Sospecho que, además de un reconocimiento, expresan un deseo claro, concreto, intenso. Me atrevo a traducir ese deseo como el sueño de muchos ciudadanos de llegar a contar con un jefe del gobierno para todos, como intuyo que Suárez intentó ser.

Ojalá nuestros presidentes gobernasen para todo el pueblo. Espero que el actual, los anteriores y los futuros tomen nota de este anhelo: un presidente para todos.

viernes, 14 de marzo de 2014

De padres e hijos

Recientemente he visto dos películas que hablan de la relación entre padres e hijos. Concretamente, niños de seis años. Ambas tocan lo tratado con absoluta delicadeza, maestría y buen gusto. Las dos son capaces de enganchar y conseguir que empaticemos con sus personajes, o con parte de ellos. Ambas son intensas y, a la vez, equilibradas. Películas, en fin, muy recomendables.

¿Qué hacemos con Maisie? es, sorprendentemente, la adaptación de una novela de Henry James, quien, ya a finales del siglo XIX, se atrevió con la historia de un divorcio en el que la hija única de sus protagonistas se convierte en el objeto que va y viene cual moneda de cambio.

De tal padre, tal hijo plantea el caso de dos parejas que, tras años criando a sus respectivos hijos, conocen que éstos fueron intercambiados en el hospital nada más nacer. Aquí tenemos el retrato de todos sus personajes, complejo y bien dibujado. Acaba haciéndonos pensar y conmovernos.

Encontrarse en el cine con la vida misma es, a veces, aterrador. Sin embargo, siempre es estupendo hallar buenas narraciones, ya sea sobre el papel, en un escenario o en la pantalla.

viernes, 31 de enero de 2014

En blanco

Al comienzo de cada mes uno se plantea no dejar a esta página huérfana de letras. Tal vez algo iluso, suelo confiar en que una cantidad adecuada de palabras narrará los hechos de una vida plagada de anécdotas, describiendo ideas, hechos afortunados y no tanto, plasmando invenciones y mentiras.

Pero un blog no puede ser testimonio de vida como si fuera un diario al que uno nunca se atreve a escamotear ningún detalle. Hay un ligero matiz delineado y coloreado por la privacidad que diferencia lo uno de lo otro.

Hoy repaso esta bitácora y encuentro en ella casi un mes en blanco. Si no viviera conmigo mismo podría pensar que aquí no ha pasado nada, que mis días no han tenido el más mínimo interés ni merecían ser contados. Pero sospecho que hay cosas que no llegan jamás a convivir con su trasunto virtual.

Podría haber llenado este espacio con una pequeña ficción, el relato de lo que les sucede a unos seres creados para un simple post. Pero enero no ha sido el mes de las historias de personajes que habitan un apartamento mental para terminar mudándose a unas páginas bajo fechas que nunca se repetirán.

Veremos qué ocurre en febrero.

jueves, 16 de enero de 2014

Dos puerros y cuatro pimientos

Casi todas las fruterías que me rodean son de la modalidad de "sírvase usted mismo". Llegas, te pones un nada práctico guante de plástico y te paseas por el lugar con una bolsa que también te has procurado tú mismo.

Hoy mi frutero tenía malas pulgas y, a mi entender, todo tenía que ver con sus cestas. En el suelo del pasillo, entre gavetas repletas de fruta, un señor había dejado una cesta mientras se servía, pongamos, unos tomates. El encargado ha pasado por su lado refunfuñando y apartando la cesta con el pie. El dueño de la misma se ha limitado a poner un gesto de extrañeza.

Y yo, que había entrado a la tienda a por sólo dos cositas, he recibido una regañina por dejar mis bolsas sobre unas manzanas rojas al tiempo que llenaba otra con unas amarillas. "A la entrada tiene cestas, no ponga sus cosas sobre la fruta", me ha dicho sin muy buenos modos.

Comprendo que la fruta es delicada y que no conviene cargar mucho peso sobre ella, pero creo que a esas manzanas no les iba a pasar nada por dejar encima de ellas la ligera tara de dos puerros y cuatro pimientos. "Mire, no he cogido una cesta porque no tenía previsto comprar mucho. ¿Le parece que vaya a por una para guardar los puerros y pimientos, la dejo en el suelo y, mientras escojo mis manzanas, espero a que usted le dé una patada?"

Podría haberle dicho eso, pero sólo me ha salido poner una cara de extrañeza similar a la que aún mantenía el otro cliente.

martes, 31 de diciembre de 2013

¡Feliz 2014!

Un rato cualquiera, en casa, mientras friegas los cacharros del desayuno, haces la cama o pones una lavadora, puede dar para pensar. Digo yo que no está mal pensar y que casi siempre es bueno.

A pocas horas del final del año lo mundano y rutinario se reúne con lo ideal y más deseado. Lo uno estuvo y estará presente en cientos de hechos y acciones; lo otro, proyectado en nuestra mente, nos invitará a concebir nuevos días. Y mucho mejores.

En los próximos doce meses habrá tareas aburridas, anodinas. Muchas, me temo. Espero, de todas formas, que entre ellas estén también otras estimulantes y sorprendentes.

Ojalá que el Nuevo Año nos invite a sacar de entre las ideas y los deseos todo aquello que nos haga felices.

¡Pensemos en un feliz 2014!

viernes, 27 de diciembre de 2013

La San Silvestre

Amor

Aquella mañana invirtió más tiempo que nunca en ponerse las zapatillas. Necesitaba ajustarse los cordones perfectamente, ser consciente de cada lazada, de cada nudo. Sus pies, calzados al fin, revelaban que la energía alcanzaría sus piernas como nacida de un motor de explosión. En su cabeza, el ritmo de una canción imaginada comenzaba a mezclarse con la vislumbrada cadencia de sus zancadas sobre piedras y asfalto.

La carrera no había empezado aún y no sabía si lograría mejorar su marca de la Navidad anterior, aunque sí tenía claro algo: que obtendría un hermoso premio.

La noche previa, cuando su madre le dijo por teléfono “nos vemos en la meta”, sintió en el estómago una dulce punzada que se dilató hasta abrazarlo por completo.

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El año pasado acudí a Vallecas para celebrar el fin de año junto a quienes corrían en la San Silvestre. Pasé mucho frío, pero disfruté del ambiente y del ánimo de todos en torno a la meta. Este relato intenta recoger algo del espíritu de dicha carrera popular, tal vez el de alguien que participó, quizás el de alguien que la correrá este año.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad

Un poco de luz

En muchos hogares era ya tradición poner el árbol o el belén durante el puente de primeros de diciembre, así que los padres de Inma acordaron que esa costumbre tuviera en su casa una mayor razón de ser.

Cada año, cuando llegaba el día de su santo, la niña era la encargada de decorar con bolas y cintas un árbol que, al igual que ella, iba creciendo y cambiando. Todos los adornos le parecían preciosos y los colgaba con mimo. Pero lo que de verdad le gustaba a Inma era colocar las luces entre el frondoso verdor.

Desde que comenzó a distinguir las formas y los colores, le habían fascinado las luces de todo tipo. Las de su árbol de Navidad habían pasado de llamar vivamente su atención cuando contaba sólo unos pocos meses de edad a ser lo más excitante en lo que poder fijarse. Se quedaba larguísimos ratos embobada con aquellos puntos luminosos que saltaban de rama en rama y que, por momentos, se detenían y parecían incendiar con solemnidad su rincón favorito.

A todos les enternecía aquella imagen de la niña, sentada frente a la humilde pero brillante obra que ella misma creaba con tanta ilusión.

Ese año, sin embargo, las cosas no podrían ser como otros. Hacía tiempo que sus padres habían perdido sus trabajos y en casa no se debía hacer ningún gasto de más. Del mismo modo que las preocupaciones no se marchan de la mente, las facturas se apilaban sobre una mesa y tampoco desaparecían de ella. La niña sabía que tenían que prescindir de muchas cosas, incluso del calor de la calefacción.

A pesar de todo, cada tarde sus papás cogían a Inma de la mano y la conducían junto al abeto que también este año ella misma había engalanado. “Vamos, cariño, enciéndelo”. Entonces, la pequeña, tras confirmar en sus gestos ese consentimiento, pulsaba el interruptor y su rostro se iluminaba como un sol.

Era el momento del día en que los mayores se evadían de tanta angustia y, acurrucados bajo una gruesa manta, gozaban al observar aquellos ojos encandilados.

Su hija, tras un momento que a cualquiera le habría parecido muy breve pues, de hecho, lo era, apretaba de nuevo el botón. "Ya está, ¡ha sido increíble!"

Y en la recién recobrada penumbra, Inma se abalanzaba sobre sus padres y los estrujaba en un cálido abrazo.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El Palacio Arzobispal de Alcalá

Es difícil tomar conciencia de todas las maravillas arquitectónicas que se han perdido en nuestro país por la guerra, la desatención y la nada escrupulosa especulación urbanística.

En Alcalá de Henares existió durante unos quinientos años uno de los más grandiosos palacios renacentistas de que se tiene constancia en España. Se trataba del Palacio Arzobispal, que se erigió sobre la construcción ya existente desde el año 1209 de una fortaleza mudéjar. Durante siglos, fue ampliado, fortificado y completado hasta convertirse a mediados del siglo XVI en una obra magnífica.

En el siglo XIX sus muros interiores fueron revestidos de estantes que pasaron a albergar el Archivo General Central, reuniéndose dentro del edificio una ingente cantidad de documentos históricos.

Es triste saber que, aparte de algunos daños, durante la Guerra Civil (1936-1939) el Palacio Arzobispal no sufrió graves destrozos pero que, sin embargo, ya finalizada la contienda, el edificio cayó pasto de las llamas en un tremendo incendio que lo devastó.

Ayer asistí a la presentación de un proyecto de recuperación virtual del Palacio. El trabajo de investigación es magnífico y el de reconstrucción digital, soberbio. Se trata de un sorprendente paseo por sus dependencias y patios en una mañana de primavera que me lleva a envidiar la suerte de quienes pudieron conocerlo antes de su desaparición.

Con el Palacio Arzobispal se perdió un edificio único, pero también se esfumaron miles de legajos de gran valor documental. Nuestro patrimonio, nuestra historia, merecen mucha más atención de la que se les ha prestado durante décadas. Hoy, aunque sea sólo de un modo vicario, podemos visitar una joya que quizás algún día pueda volver a levantarse sobre sus escombros. Aunque tal como están las cosas...




martes, 26 de noviembre de 2013

Trenes

Antes, hace meses ya, los echaba de más. No puedo evitar usar de prestado esa expresión de la canción Echo de menos de Kiko Veneno.

Habían sido muchas horas. Durante muchos años. Un vaivén diario, con cadencia repetida. Hasta la saciedad.

Un par de meses atrás he vuelto a frecuentarlos. Cuatro días a la semana. Trayecto de ida por la tarde. El de vuelta, también.

Un tramo con el mismo destino de siempre. Otro tramo, usado y abusado en el pasado, quedaba eliminado. Ya no era necesario llegar más allá.

Hoy echo de menos la monotonía, las rutinas en su interior, los rincones acostumbrados. También los retrasos.

Hoy vuelvo a añorar subirme a ellos.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Lo que queremos

Una profesora aparece en la tele, en mitad del desarrollo de una clase. Con una pizarra a sus espaldas, se presenta abstraída, esperando, tal vez, la respuesta rezagada de alguno de sus alumnos a una supuesta pregunta. No sería mucho suponer que la maestra estuviera pensando, quizás, que le encantaría estar en otro sitio, puede que dedicándose a otra cosa.

Un policía dirige el tráfico de hora punta en cualquiera de las rotondas de mi barrio. Movimientos mecánicos, repetidos ya con alienación. No es raro que se me pase por la cabeza una cuestión similar: sus sueños no parecen estar ahí.

Al otro lado de un ventanal varios oficinistas teclean frente a unas pantallas de ordenador. Al observarlos mientras paso caminando, intento imaginar cómo sería atrapar todos sus santos, que, sospecho, se elevan veloces en el cielo.

A veces, cuando veo a algunas personas en su entorno profesional, me pregunto si éso que están haciendo es lo que siempre les habría gustado hacer.

Sin duda, es pretencioso por mi parte fantasear sobre los deseos o ambiciones de personas a las que no conozco. Sin embargo, a todos nos ha sobrevenido en ocasiones una sensación de zozobra mientras hacíamos algo pero hubiéramos querido estar ocupados en otra cosa muy distinta.

En fin, sospecho que es un rasgo humano aspirar a descifrar los gestos, las acciones, los semblantes, y hallar en alguna de sus trazas su verdadero significado.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Mi nevera

Tengo una nevera considerada. Y no es que el aparato tenga ese nombre, como podría ser otro del tipo arcón, o de la variedad no frost, o tal vez de la clase energética A+. No. Más bien me estoy refiriendo a la actitud de la susodicha. Mi nevera ha sido  -y, de verdad, no es porque sea mía-  muy considerada, averiándose justo cuando ha llegado el frío. ¿O acaso no es eso ser obsequioso y honrado?

Otros frigoríficos no son tan respetuosos, ¡qué va, para nada! Los muy traidores se paran justo cuando más los necesitas, dejándote tirado precisamente mientras los calores estivales requieren de ingentes cantidades de bebida fría y los alimentos no pueden pasar más de dos minutos fuera de una cámara.

Pero mi nevera ha sido respetuosa, delicada. La pobre ha sufrido su dolencia en silencio hasta que ha sabido que podía desplomarse al fin. Durante su baja, la terraza ha ejercido como excelente aliada, acogiendo a buena parte de sus inquilinos. Y, oye, no hay nada como tener en algún lugar de la casa un espacio que no supere los 10ºC en momentos de crisis orgánica. Nunca había tenido un frigorífico tan grande, ni la terraza había lucido aderezos de tan variados colores, sabores y olores.

Tras la visita del médico, después de ser operada con una buena dosis de gas y de soplete, la convaleciente comienza su recuperación. Parece lenta, aunque firme. Presenta síntomas de mejoría, como el renovado sonido del compresor  -más enérgico que antes, dónde va a parar-  o el fresquito que noto cuando meto las narices en su interior. Digo yo que la cirugía ha dado sus resultados y que el doctor habrá aplicado en ella lo mejor de su ciencia.

Ahora llega un capítulo delicado. Veremos cómo le sienta a la terraza que le robe todo lo que alberga. Y qué tal le viene a la nevera que la atiborre de cosas otra vez.

lunes, 21 de octubre de 2013

La sinfonía


Habían atravesado la capa de nubes y un sol radiante bañaba todo el interior del avión. En el magnetófono, la Heroica había sonado lánguida hasta que la claridad despertó a los metales y, tras ellos, al resto de la orquesta. Aunque a los tripulantes les había gustado la idea de poner música, el comandante sintió cierto reparo al aproximarse al destino marcado justo con el final del primer movimiento. Su copiloto esperaba órdenes. También lo hacían su navegante, su ingeniero y su operador de radio. El sol deshacía el ruido de los motores dentro de la cabina. “¡Adelante, señores!”. Ahora intervendrían los artilleros y el bombardero.

Sobrevolaban Berlín cuando la marcha fúnebre comenzó.

(Relato enviado al I Concurso Internacional de Microrrelatos de Prisa Radio. La primera frase es la que da fin a la novela de Mario Vargas Llosa, El héroe discreto).

viernes, 18 de octubre de 2013

Las niñas y las bicis

Una niña, Wadjda, madura como pocas en Riad, decide que quiere una bicicleta, algo que les está vetado a las mujeres porque algunas mentes retorcidas un día decidieron que no es un juguete apropiado para las niñas. Ante su incomprensión de muchos de los aspectos del entorno islámico en el que vive, Wadjda, de 10 años, se rebelará a su manera y luchará por ser libre.

La primera película dirigida por una mujer en Arabia Saudí se ha atrevido a exponer con valentía que en aquella sociedad fallan muchas cosas. Dar independencia a las mujeres y apartar tantas y tantas trabas es la clave del cambio en muchos países como el suyo. Ayer, viendo La bicicleta verde, de Haifaa Al-Mansour, supe que en lugares donde muchos se empeñan en interpretar el Corán de una forma desfigurada (desgraciadamente, todos en los cuales el islam es la religión mayoritaria), también existen personas que relajan sus ojos sobre la religión y los enfocan en sus ilusiones e intereses. Son espíritus libres, como el de Wadjda, o espíritus que se plantean un cambio, como su madre, a la que su padre ha repudiado porque no podrá tener hijos y, por tanto, nunca estará en condiciones de darle un hijo varón.

Podría decirse que esta niña lleva a cabo una rebelión espontánea contra lo que no entiende, lo que para ella no es ni sensato ni claro. Podría describirlo de muchas formas: normas sociales que hacen infelices a muchas personas o las convierten en zombies sin voluntad, imposiciones impenetrables, ceños arrugados ante una muestra de humanidad o el asomo de un milímetro de singularidad. Todo eso es lo que empobrece al pueblo que queda sometido a la arbitrariedad más trastornada.

En fin, admito que, de niño, no era tan frecuente ver niñas montando en bici como lo era ver a niños. Puede que esta sociedad española en la que vivo tuviera entonces algo que ver con la que me encuentro en esta película. Puede que aquí también fallasen muchas cosas. Antes y ahora.

viernes, 27 de septiembre de 2013

La ronda en el Rijksmuseum


La foto no tiene una calidad excelente, dada la escasa pericia de su autor para mantener exposiciones largas con una cámara compacta. Aun así, me gusta su composición casual y el foco que conduce la mirada hacia el maravilloso fondo del corredor.

Ese foco no es otro que uno de los cuadros más impresionantes del mundo. Uno sabe que va a poder verlo allí, en ese museo, aunque no espera encontrárselo expuesto de esa forma tan brillante. Por eso, estar dentro de esta gran sala es una gran suerte. Tienes una de tus pinturas favoritas a golpe de vista y, sin embargo, prefieres ir deteniéndote en otras fantásticas obras que vas encontrándote de camino. Podrías avanzar hacia ella directamente, pero intuyes que lo bueno es disfrutar de otros cuadros con la promesa a tu alcance de un delicioso maná.

La ronda de noche no es, ni mucho menos, una ronda nocturna, sino una escena que se desarrolla en un interior plasmada por Rembrandt sobre un lienzo. Cuando, tiempo después, fue denominada así, dicho lienzo tenía encima tanta mugre que para cualquier observador era indudable que allí se había hecho de noche.

Ahora los interiores ya no son tan oscuros, salvo que se desee que lo sean, y en esa sala de pintura holandesa la luz es la idónea, aunque a mí me cueste adaptarla a las funciones de mi cámara. El Rijksmuseum siempre ha sido un buen lugar para estar pero, últimamente, después de las obras de renovación, es uno de los mejores lugares para estar.

lunes, 23 de septiembre de 2013

El gusano de la patata

Hoy, de primer plato, puré de verduras. Cebolla, ajo, zanahoria, apio, calabacín, tomate y patata. Le pongo sal, pimienta y mi toque personal: un poco de curri suave. Aparente normalidad en la superficie de la patata que me dispongo a pelar para, después, trocearla y cocerla con todo lo que ya está en la olla. Tan sólo observo unos puntos negruzcos que no parecen síntoma de nada grave.

Comienzo a retirar la piel del tubérculo y ahora, en el amarillento y más jugoso interior, resaltan unos ojos negros que parecen mirarme. Intento apartarlos con una puntilla pero no lo consigo del todo. Entonces corto un pedazo y, ¡oh, sorpresa!, aparece un gusano. Queda totalmente fuera de su guarida y titubea moviéndose de un lado a otro, cabeceando tembloroso, como deseando que, a falta de cerebro, un buen instinto le lleve con rapidez a un nuevo escondite.

No creo que el bicho me vea ni alcance a imaginar que soy el causante de su repentino desamparo. Miro la galería de la que ha salido y la secciono con el filo del cuchillo. Tiene su principio y su final dentro de la patata. No hallo indicios de entrada hasta el túnel-vivienda: es como si el tubérculo hubiera engendrado a su ocupante a partir de su propia materia y se hubiera prestado a ser comido para darle albergue.

Las últimas patatas que compré lucían una pinta similar a la de esta. Desconozco su placa de identidad (tal vez fueran Monalisa, Ágata, Caesar, o vaya usté a saber...), aunque, de llevarla, supongo que la portarían atornillada por medio de ojales negros en los que se alojarían, tal vez, unos cuantos inquilinos más.

Y entonces me pregunto si habré frito o cocido algún gusano de la patata y si, como resultaría evidente, ya lo habré ingerido.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Solo en el mundo

¿Qué decir de Solo en el mundo? Comenzaré diciendo, aunque no esté del todo bien, que me ha gustado. Es una novela única que refleja la vida tal como acaecía hace años en Trípoli, donde sus ciudadanos vivían fervientemente a favor de sus gobernantes, o irremediablemente sometidos, o revueltos clandestinamente contra ellos, reclamando una Libia mejor, una Libia libre.

Solimán, un niño de nueve años, comienza a coexistir con los misterios de la vida adulta y la terrible realidad de su país. Para alguien de su edad, convivir con traiciones, visitas intrigantes, desapariciones anunciadas de vecinos y juicios sumarísimos televisados es algo desconcertante. En casa, su padre, hombre de negocios y opositor del régimen de Gaddafi, se ve acorralado por los agentes del dictador. Por otra parte, su madre, doblemente atrapada en un matrimonio que no eligió y en un mundo del que se abstrae gracias al alcohol, añora una vida libre. Sin darse cuenta, tal vez llevado por la sinrazón que le rodea, los juegos de Solimán alcanzarán un punto siniestro. Sin alcanzar a prever las consecuencias, intervendrá terriblemente en los hechos que cambiarán el destino de su familia.

Me admira, de entrada, la sensibilidad y precisión con que Hisham Matar narra en ésta, su primera novela. Resulta estimulante recorrer junto a su protagonista los rincones de sus juegos, auténticos reinos particulares dentro de la casa de sus padres, aparte de la calle donde él y sus vecinos construyen sus fantasías. Por otra parte, disfruto con la complejidad de voces que en ciertos pasajes puebla los discursos interiores del protagonista y la contradicción que para él es desasosegante aunque no paradójica. Me ha gustado aprender sobre esos años oscuros de la Libia más deplorable y sobre el funcionamiento de los mecanismos del terror en un régimen monstruoso.

Esta historia arranca en un escenario soleado, mediterráneo, heredero en ciertos sentidos de la colonia romana que fue buena parte del territorio libio. Hallaremos en ella, sin embargo, un país herido por el terror y el fanatismo. Gaddafi y sus militares han creado una red que controla cualquier conato de traición a su ‘revolución’, que plaga de espías todos los rincones, agazapados frente a hogares, fábricas y universidades, a la escucha de cualquier voz temible.