jueves, 29 de julio de 2010

Un viajero anclado

Un viajero recala en una ciudad alemana cuyo nombre, Wandernburgo, dice mucho sobre su rareza y mutabilidad. Alojado en una posada desde la que se ocupa de ocasionales trabajos de traducción, irá retrasando su partida por misteriosas razones que poco a poco se irán concretando. Conocerá a un organillero con el que entablará una preciosa amistad y entrará en sociedad, comenzando a frecuentar las tertulias que organiza la joven Sophie Gottlieb. Ésta, feminista, alejada de las convenciones establecidas para una mujer de su posición en la primera mitad del diecinueve, mantendrá un vínculo creciente con Hans, el protagonista. Sólo existirá un gran problema: está prometida con un hombre de familia noble y rica.

¿Un amor imposible? Me temo que sí, aunque progresivo a medida que se van sucediendo los encuentros culturales entre Hans y Sophie en las veladas de los viernes y también en la fonda donde él vive. Por medio de estas reuniones Andrés Neuman va ilustrando las páginas de esta novela con infinidad de referencias a la literatura, la historia, filosofía y política de la Europa post-napoleónica. Logra retratarla con fidelidad, tanto desde el corsé impuesto por la  'intelectualidad'  como desde la informalidad del tono de conversaciones más o menos mundanas.

Sorprende la fusión perfecta entre lo que podría ser una novela del realismo francés, de Flaubert quizás (por su modernidad), y una obra experimental en la que Neuman tantea con tremenda destreza y eficacia el pasado con técnicas del presente. Consigue administrar el tiempo, dosificar los eventos, interesar con los motivos y hacer de su obra un lugar del que nadie querría salir, curiosamente, como de la ciudad en la que todo ocurre. Esa es una de las constantes de la novela, irse o permanecer, ser extranjero en cualquier lugar de esa Europa donde las fronteras cambian cada día.

Poesía en su prosa y en la propia poesía, imágenes de fuerza extraordinaria, personajes de hondura paulatina, toques de ironía y humor por todas partes...  y otros toques que saltean de magia cada pasaje del libro. Se disfrutan especialmente los encuentros en la cueva del vital organillero, alejados de todo protocolo, y también las charlas que Hans mantiene con Álvaro, su amigo exiliado de una España insufrible.

Sin haber terminado aún de leer El viajero del siglo (Alfaguara, 2009) puedo decir que ya es mi libro de este verano. ¿Soy poco optimista? Creo que no, realista más bien:  en breve será difícil superarlo.

martes, 20 de julio de 2010

Aguirresarobe eclipsa

En estos tiempos quien no siga la serie completa de películas de Harry Potter o se esté perdiendo la saga Crepúsculo podría decirse que está fuera de órbita. Completamente out, vaya.

En casa seguimos a los  'crepusculares'  en organizado desorden:  primero vemos la película, que es la que va grabando ineludibles marcas anuales en el calendario, y después, con religiosidad cuestionable, vamos leyendo cada una de las novelas  -lecturas rápidas y ligeras, por cierto, aunque con el grado suficiente de introspección y análisis de la naturaleza del deseo, o del amor y la muerte-.  Este año tocaba Eclipse y hemos ido al cine con la misma vampírica avidez del verano pasado. Ha sido lo que esperábamos, un largo preámbulo hacia el último episodio de la saga, sin cambios sustanciales sobre la situación que dejábamos al final de Luna Nueva y con algunos episodios laterales que desembocan en una magnífica lucha entre neófitos, vampiros y lobos. Por lo demás, lo de la protagonista, Bella, es para echarse a llorar, no sólo por su inminente porvenir, que adivino frío como el hielo, sino también por esos movimientos desconcertantes que tanto despistan a su pretendiente lobuno.

Llegados hasta aquí, y esperando que Amanecer  -prevista en dos entregas-  no maree mucho la perdiz, puede sorprendernos encontrar a Javier Aguirresarobe metido en este berenjenal. Ya fue una gratísima sorpresa verle en los créditos de la entrega anterior y comprobar que la saga había madurado y obtenido empaque gracias a su luz. A la vista de su sobresaliente trabajo en la fotografía de esta película no queda más que desear reencontrarlo otra vez en esto, o en lo que sea.

¿Qué decir de él? Pues que es todo un lujo tenerle al frente de la foto de cualquier película. El cine español ha gozado de su magia desde los años 70, aunque es en los 90 cuando comienza a deslumbrar en sus trabajos con Pilar Miró (dificilísima y delicada profundidad de campo en El perro del hortelano), Julio Medem (qué sutilidad en los filtros de su extraterrestre Tierra) o Imanol Uribe (frialdad de lujo en Días contados). Después llegarían la magistral Los Otros, de Amenábar (nunca Nicole Kidman tendrá una  'otra vida'  más hermosa), o Hable con ella, de Almodóvar (grandes ideas y prodigioso el blanco y negro del corto 'El amante menguante'). Su carrera internacional ya estaba lanzada y sería inevitable que se fijasen en él Milos Forman, o James Ivory, o Woody Allen.

Ahora todos quieren trabajar con él. Ya sea en The Road, en la futura The Gardener, o en esta presente Eclipse, leer Aguirresarobe en los títulos de crédito es disponerse a disfrutar.

domingo, 18 de julio de 2010

El destino de la bandera

Ni por asomo habría imaginado que la bandera acabaría viajando hacia algún lugar de California.

La dejó durmiendo en el hotel durante dos días. Aunque recuperarla tras la subida a la Torre Eiffel fue sencillo, no quería arriesgarse a tener que perder ni un solo segundo ingeniándoselas para dejarla a buen recaudo mientras hacía sus visitas.

La tarde de la gran final uno de sus familiares dio una sorpresa al resto del grupo reservando sitio en una terraza del Boulevard du Temple. Cenarían al aire libre, frente a una gran pantalla que los propietarios del bistro habían dispuesto fuera del local. La emisión de la TF1 sirvió de eficaz imán que atrajo a mucha clientela, buena parte de la cual estaba con  'la roja'.  ¡Viva España!, gritaba una efusiva italiana con gran sonrisa y camiseta a tono. ¡Vamos!, repetía una pareja de americanos a quienes no les faltó cerveza en ningún momento. De los dos la chica parecía hablar algo de español, lo cual podía ser causa, o tal vez consecuencia, de su afinidad por la Selección.

La bandera ondeó, vibró, flotó con empeño, marcando un territorio al que la mayoría de los presentes habría querido afiliarse. Sólo unos pocos eran de presumible inclinación holandesa, aparte del camarero. Cuidado con Robben, murmuraba éste asintiendo, como queriendo subir al marcador los goles que el delantero estuvo a punto de marcar.

Y llegó el de Iniesta. Parecía como si todo París lo celebrase. O casi todo. Al poco, cuando las repeticiones del tanto ya se habían sucedido y el entusiasmo esperaba al final del partido para volver a exaltarse, la chica americana volvió apresurada a su mesa. ¡Lo sabía, sabía que no podía marcharme!, le decía a su novio bastante disgustada. Era la anécdota del momento y todos lo comentaban.

Cuando el árbitro dio fin a la prórroga el delirio estalló y la bandera siguió agitándose en una fiesta que llegaba de forma natural. Cerveza en mano, el chico americano se acercó al grupo. Somos de California, dijo. El otro día, el del partido contra Alemania, mi novia quiso comprar una bandera pero no la encontró. Hemos seguido a España durante todo el Mundial y hoy, la pobre, justo cuando se va al servicio se pierde el gol y... I wondered if... your flag... me preguntaba, no sé... si pudieras darle tu bandera...

No supo negarse. Buscó la aprobación en los ojos de su gente, pero ya había decidido regalarla gustosa. La chica americana saltó y gritó de pura alegría. ¡Muchas gracias!, repetía con verdadera ilusión. Se hicieron una foto en la que retendrían aquella cesión. La bandera tendría un destino imprevisto y una historia que su nueva propietaria quizás algún día llegaría a conocer.

jueves, 15 de julio de 2010

La bandera

Jamás pensó que tendría un capricho como aquel, aunque a medida que el Mundial avanzaba el antojo crecía. El día de la semifinal contra Alemania al fin decidió comprar una bandera, pero a escasos minutos del comienzo del partido no encontró ninguna tienda abierta. Le bastó entonces con unos toques de pintura sobre sus mejillas, aunque la euforia nacida del resultado final le hizo prometerse que los días posteriores se haría con la enseña como fuera. Sabía, sin embargo, que no sería fácil.

Le sorprendió que París no fuese tan ajeno a sus colores. A menudo se cruzó con referencias a  'la roja', camisetas, gorras y banderas... al pie de Notre-Dame, en los bateaux del Sena, a la sombra de las columnas del Panthéon, en los jardines de Luxemburgo. Mantuvo así la esperanza de llegar a ver la final con bandera. Paseando por la plaza del Trocadéro se presentó una posibilidad, así que regateó hasta llegar a un precio razonable. Ya era suya. Dos días después la llevaría consigo y animaría a la Selección como nunca antes lo había hecho.

Aguardó su turno en la cola de espera para subir a la Torre Eiffel. Había decidido que le anocheciera contemplando las vistas de la ciudad desde uno de los miradores de aquel gigantesco andamio de hierro. Sería otra hermosa vivencia, inolvidable como tantas aquel día.

Open your bags, please!  Uno de los vigilantes se anticipaba al control de seguridad previo a la entrada. Ella le mostró el contenido de su mochila. El guarda revolvió en el interior hasta dar con algo. Lo siento, no puede subir con la bandera, dijo en su inglés afrancesado. Ella le rió la gracia. Era evidente que estaba de guasa. La bandera no pasa, insistió él forzando una seriedad poco convincente. ¿O sea que no es una broma?, dedujo ella al fin. Ni banderas ni otros símbolos, recalcó el centinela. Descuide, no voy a desplegarla ahí arriba, le aclaró. Son las normas, le lanzó otra negativa. ¿Y qué hago con ella? ¿La tiro? Acabo de comprarla, se explicó tratando de obtener una pizca de comprensión. Haga lo que quiera con ella y a la vuelta podrá pasar, última palabra.

No se lo podía creer. Salió de la cola totalmente anonadada. Nadie iba a darle crédito cuando lo contase. Buscó un escondrijo bajo la pata norte de la Torre. Llevaba la bandera doblada y todavía precintada. Un hueco en el pavimento de un escalón sirvió para arrebujarla y unas piedrecitas y un pedazo de corteza de árbol acabaron de ocultarla. Al volver a la cola y demostrar al controlador que el trapo ya había desaparecido no pudo resistirse a hacerle una breve consulta: ¿Y si la bandera hubiera sido la de Francia?

Decidió dejarlo así para no discutir. Quería recrearse en el ascenso, en el aire, en las vistas. Y lo consiguió. Al cabo de un rato las luces de la Torre comenzaron a destellar en el encendido más espectacular que había vivido nunca.

viernes, 9 de julio de 2010

En el nido

Este año las palomas han vuelto a criar en mi jardinera. La vida se ha reproducido en el mismo lugar y casi a la misma hora.

El año pasado nos sorprendieron dos masas negruzcas y palpitantes de cuya existencia latente no habíamos tenido noticias, hasta que su salida del cascarón las hizo patentes. Este año, sin embargo, hemos podido ver los huevos y a su ponedora incubándolos. Las criaturas han tenido, creo, más mérito que sus antecesoras pues el último mes ha sido muy cambiante; las pobres han tenido que aguantar toda clase de inclemencias. Digo yo que de haberlo sabido se habrían quedado dentro del huevo tan ricamente.

Esta semana, asomándome a curiosear, tratando de saber si todavía seguían ahí o, ley de vida, ya habían echado a volar, asisto a una inquietante escena. Después de oír píos agónicos compruebo que uno de los pichones ya no está donde solía encontrarse. ¿Qué habrá pasado? Sospecho entonces de un ejemplar adulto que anda bastante cerca del nido. Éste alza el vuelo en cuanto me ve. Me aparto y regreso a mis cosas. Al rato oigo piar de nuevo. Vuelvo a asomarme y esta vez sorprendo al adulto del que desconfiaba picando con saña a la única cría que queda. Me ataca la urgencia de tener que hacer algo. Sacudo la barandilla de la terraza, golpeo los hierros, pateo incluso. Consigo así echar al agresor, que deja al infante acurrucado en el rincón donde lo tenía acosado. Lo observo un momento. Respira. Pienso en su desgraciado hermano e imagino su triste destino en caída libre. Unos treinta metros más abajo no alcanzo a ver nada que se le pueda parecer.

A la mañana siguiente visito al pequeño superviviente. Ahí está, solo, lánguido.

Llega la tarde y, cuando acudo a verle, lo encuentro acompañado. ¡Su hermano! ¡Está vivo! Me alegro por el reaparecido, que me mira sin inmutarse, como si nada fuera con él. Me paro a pensar si el ataque del adulto fue o no lo que supuse. Tal vez el supuesto progenitor sólo pretendía forzarlo a volar como en un rito de iniciación, lanzarlo por la fuerza para hacerle probar el aire.

lunes, 5 de julio de 2010

Triunfos en bruto

Me alegra este nuevo triunfo de "la roja". Llegar a semifinales de un mundial de fútbol no es nada común  (al menos no para la selección española), así que puede considerarse todo un logro. También me gusta que la gente celebre estas cosas si ese es su deseo. Lo único que les pido es que sus festejos no vayan acompañados de vandalismo.

Con la celebración anterior  (el paso a cuartos)  hubo quien quiso desatar su adrenalina un poco más de la cuenta. Pregúntenle a mi humilde coche, anciano veinteañero, que ya ha sufrido en chapa propia diversas muestras de violencia. Abolladuras, aperturas forzadas y, en este último caso, rotura de espejos y limpiaparabrisas.

¿Debo culpar al fútbol? Creo que no, sino más bien a los que se dedican a descargar ilegalmente. Y no me refiero a los archivos que podemos encontrar y bajar mediante programas p2p, sino a otro tipo de descargas ilegales. Han visto el partido, han saltado, han gritado, incluso se han abrazado, demostrándose así todo el cariño que les arranca cada gol marcado por los suyos o fallado por los adversarios. Parecen felices, sí, pero algo ocurre en su interior. Aún necesitan deshacerse de algo:  sus descargas están incompletas. Por eso salen a la calle a desatarse.

Lo demás ya es redundar en lo dicho. Sólo espero que ni yo ni nadie más tenga que pagar estos días las consecuencias de la fuerza bruta que esta gentuza saca con cada éxito o fracaso futbolero.

sábado, 3 de julio de 2010

La desconocida

Cafetería en traslación. Sorbos con vistas a cosas que se escapan. Cada día suelo llegar al trabajo en tren aunque eso, pienso, no es viajar. Sólo es transportarse.

Hoy, sin embargo, voy en otra clase de tren, uno que me brinda el lujo de poder tomar el desayuno en marcha. Mientras lo disfruto una mujer se aposta a mi lado.

'Le conozco', dice, 'usted y yo hemos ido juntos a todas partes'.

Aparto la taza de mis labios, la miro algo desconcertado y trago con cierta prevención. A estas horas y totalmente despierto ya debería reconocer a alguien con quien, al parecer, tengo tanta familiaridad.

'Cada mañana', se explica, 'los dos subimos al mismo vagón. Todos los días, mientras le observo cabecear, me invento un destino nuevo. Es maravilloso, en tan sólo un rato, y sin equipaje, nos plantamos en cualquier lugar del mundo'.

Permanezco pensativo, como queriendo prolongar mi café, privilegio que raras veces puedo permitirme. '¿Y hoy?', acabo preguntando tras un silencio.

'Hoy es distinto', responde con una sonrisa de satisfacción: 'hoy llevamos maletas'.