Me ha vuelto a pasar. Es uno de esos fenómenos recurrentes ante los que no paso de una ligera perplejidad. Suelo quedarme un poco extrañado y al instante vuelvo a lo mío.
Hoy escribía algo insustancial empleando, a falta de otras mejores, las mismas palabras de siempre -palabras idénticas sirven para dos fines: o contar bien las cosas, o garrapatear sinsentidos-. En ese texto introducía el término "hambre" cuando, al mismo tiempo, alguien en la radio lo utilizaba también. No me ha sorprendido, pero algo en mi cabeza ha hecho corto. Un pequeño chispazo. Se ha producido un cruce de hambres, como si se hubieran juntado el hambre y las ganas de comer. Resultado: al poco me ha invadido una gazuza incontenible a la que he tenido que dar remedio.
Me ocurre con frecuencia, sobre todo lo de la gula, aunque ese es otro asunto. Digo "tifón" y al momento aparece esa palabra materializada entre los textos de las entradas resultantes de una búsqueda en Google. Pienso en algo que incluye el vocablo "polilla" y no tardo en ver una revoloteando, buscando el resquicio idóneo para meterse en mi armario a comer -éstas también pasan hambre-. Alguien a mi lado pronuncia "viña" y... ¡ahí está!, la misma voz de trazos sarmentosos subida a la página del libro que leo en ese preciso momento. "Viña", con la rayita de la eñe encaramada a las ramas de la ene, agarrada a ella con sus zarcillos rizados.
Puede que sean casualidades, carambolas sin ningún fundamento a las que no merece la pena hacer caso.
O no. Tal vez las palabras atraen a sus homólogas. Voces que invocan textos. Líneas que motivan hechos. Ideas que llaman a los seres y a las cosas.
Hoy escribía algo insustancial empleando, a falta de otras mejores, las mismas palabras de siempre -palabras idénticas sirven para dos fines: o contar bien las cosas, o garrapatear sinsentidos-. En ese texto introducía el término "hambre" cuando, al mismo tiempo, alguien en la radio lo utilizaba también. No me ha sorprendido, pero algo en mi cabeza ha hecho corto. Un pequeño chispazo. Se ha producido un cruce de hambres, como si se hubieran juntado el hambre y las ganas de comer. Resultado: al poco me ha invadido una gazuza incontenible a la que he tenido que dar remedio.
Me ocurre con frecuencia, sobre todo lo de la gula, aunque ese es otro asunto. Digo "tifón" y al momento aparece esa palabra materializada entre los textos de las entradas resultantes de una búsqueda en Google. Pienso en algo que incluye el vocablo "polilla" y no tardo en ver una revoloteando, buscando el resquicio idóneo para meterse en mi armario a comer -éstas también pasan hambre-. Alguien a mi lado pronuncia "viña" y... ¡ahí está!, la misma voz de trazos sarmentosos subida a la página del libro que leo en ese preciso momento. "Viña", con la rayita de la eñe encaramada a las ramas de la ene, agarrada a ella con sus zarcillos rizados.
Puede que sean casualidades, carambolas sin ningún fundamento a las que no merece la pena hacer caso.
O no. Tal vez las palabras atraen a sus homólogas. Voces que invocan textos. Líneas que motivan hechos. Ideas que llaman a los seres y a las cosas.
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