En teatro no quedaría más remedio que cambiar de decorado. Dos escenas distintas, diferente decorado. Telón abajo para realizar las variaciones precisas o, tal vez, cambio de luces y algunos movimientos ajustados a las necesidades.
Pero en este caso es el encadenado lo que da a la realidad matices más fieles. La jerga cinematográfica se me antoja más apropiada. La última imagen de un plano se disuelve mientras, poco a poco, podemos ver la primera imagen del plano siguiente.
Plano 1. Salón vacío con cristalera que da a una terraza con maceteros. En ellos crecen claveles de color rosa, aliso de flor blanca, tallos de tulipanes de pétalos marchitos, uña de gato, y algún cactus reseco sospechoso de seguir con vida. A través de los cristales pueden verse los tejados rojos de las casas de enfrente. Casas bajas de dos plantas a lo sumo. Vecindario de dimensiones humanas. La torre-campanario de una catedral se alza imponente al fondo. Y palomas.
Fundido encadenado.
Plano 2. Dormitorio pintado de verde poblado por el desorden, con ventana a la calle. Vista picada de edificios altos con terrazas, chimeneas y antenas. Hay muchas ventanas cuadriculando, compartimentando. Recuerda a algún plano de Wim Wenders en El cielo sobre Berlín. Al fondo a la derecha, vistas de la capital de la provincia contigua. Al frente, la sierra se dibuja tras la bruma. Al fondo a la izquierda, visión neblinosa de la gran ciudad. Y palomas.
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