miércoles, 27 de mayo de 2009

El tejo

Me gustan por muchas razones. La lebaniega Braña de los Tejos me dejó marcado, con ese halo misterioso y la energía perpetua de sus moradores. Y también aquel enorme ejemplar de Sotiello, pegado a la ermita, con sus frutos maduros, apetecibles. O un solitario habitante de la selva de Irati, resistente por los siglos entre otros árboles ajenos a su estirpe milenaria.

Me atraen las historias sobre estos seres longevos y, sobre todo, aquellas de las que han sido mudos espectadores. Tan larga vida sirve para mucho. Para ver pasar la Historia, por ejemplo. Para lo sagrado y también para lo pagano. Para lo cotidiano y para lo trascendente. Y para todo ello el árbol se agarra a la tierra, capaz de sacarle vida e irrigar su viejo tronco.

Es la tenacidad dilatada por los siglos. La severidad del que envenena. La resistencia y la fuerza a pesar de todo. El tejo es testigo de tantas cosas que, junto a él, uno tiene la sensación de abrazarse a la eternidad.

Hoy observo mi pequeño ejemplar de siete años, al que presumo las mismas artes de sus hermanos. Lo tenemos otra vez con nosotros, en casa, y aunque ayer parecía algo triste hoy se yergue otra vez con fuerza. Le hacían falta más riegos. Tal vez más cuidados. No sé. Compañía quizás.

Hoy luce su cara feliz.

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