Es evidente que casi todo está cambiando -en muchos casos para mal- y la situación nos conduce a hacer las cosas de forma distinta, de acuerdo con las nuevas reglas del juego. Hay que desmontar las estructuras, desechar lo inservible, recomponer las cosas y organizarlas con orden nuevo.
Como en una mudanza. El cambio es inminente y para llevarlo a cabo con orden, obteniendo un buen resultado, hay que prepararlo bien. Como en toda crisis, pasamos bruscamente de una situación a otra con la consecuente alteración del estado de las cosas. Debemos desmontar nuestro mundo de la noche a la mañana, apilarlo en cajas y trasladarlo ipso facto.
En uno de los libros con los que estudié la extinta EGB aparecía un poemita de una escritora americana de la primera mitad del siglo pasado, Eunice Tietjens. Cuando me he enfrentado a una mudanza he recordado sus primeros versos con el mismo canturreo con que lo leí hace muchos años.
Lo rescato aquí e intento quedarme con parte del espíritu que transmite. Es el mundo atrapado en los objetos que se trasladan, captado por la mirada lúdica de un niño.
LA MUDANZA
Me encantan las mudanzas
me gusta ese trajín,
sin fin de ir y venir,
bajar, subir, entrar, salir.
Hombres con bultos y con paquetes.
Lámparas, sillas, mesas, juguetes,
libros, pucheros, ollas, colchones,
todo revuelto por los rincones...
Pero no me gusta sólo mirar;
en los trajines quiero ayudar,
ir, venir, bajar, subir.
Y hacer paquetes muy primorosos...
con perros, gatos, muñecos, osos...
Una mudanza es tan movida,
tan animada, tan divertida.
Eunice Tietjens
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