martes, 9 de junio de 2009

Para qué hablar

Que no me hablen de los fichajes del fútbol, ni de los mil euros que va a cobrar Kaká cada hora de su vida, ni de los seis goles del Barça, ni de todos los trofeos que han venido después. Tampoco me hablen de la crisis, ni de quienes dicen lograr empleos para sus conciudadanos, por precarios que éstos sean de principio a fin. No me hablen de la pasada campaña de Elecciones Europeas, durante la que todos rogábamos por alguna mención a Europa, acaso unas pocas palabras alusivas a ese Parlamento hacia el que acabamos de facturar a cerca de ochocientos representantes. Que no me hablen de la incomprensible y repentina fiebre de este Ayuntamiento por excavarlo todo, ni de las zanjas rodeadas de tubos, máquinas, escombros y gases que, circundadas por vallas, me obligan a recorrer distancias mayores de lo habitual. Mejor no mentar la porción de mis impuestos que se escapa por el sumidero de las decisiones inútiles y caprichosas de quienes no deberían estar tomando decisiones. No me hablen de los cientos de parásitos que ocupan esos puestos y se acomodan en sus mullidos asientos desde los que justifican cualquier gilipollez que sus cerebros defecan. Para qué hablar de los defenestrados, de los apartados, de los desplazados por esa ralea de mediocres con enchufe. Mejor no hablar de los encantos de lo vacuo, de lo creado para idiotizar, de todo lo que nos aparta del objetivo, de lo que nos eterniza en la búsqueda. ¡Bah! Para qué.

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