Siempre dejamos algo de nosotros en los lugares donde hemos vivido buenos momentos. No me refiero a las cosas que se nos olvidan en los hoteles, donde lo mejor antes de marcharnos es echar un vistazo debajo de la cama, mantener las puertas de los armarios abiertas y haber evitado meter nada en los cajones, donde es matemático que nunca miremos para rescatar lo guardado. En realidad lo que nos dejamos tiene que ver con nuestros adentros, con todo lo que nos despiertan la novedad, o la belleza, o tal vez la sorpresa.
Pueden ser las miradas de quienes están allí a nuestro lado. Quienes caminan con nosotros. Compartimos sensaciones, impresiones, emociones, algún que otro sobresalto. Todos ellos se reflejan en la mirada, se transmiten con los ojos. Acabamos quedándonos con las percepciones pero no con las miradas, que permanecerán allí para siempre.
Pero hay también un intercambio. Nos llevamos algo dentro. Quizás lo que nos traemos llena el hueco de lo que allí dejamos.
De León me he traído multitud de paseos. Por el centro, a lo largo del río, en sus plazas, bajo el sol y bajo la lluvia. A cambio me dejo allí esas miradas de las que hablaba y, aunque quede poco humilde, alguna huella sobre sus losas de piedra.
Desayunos abriendo un hueco en la mesa para el Diario de León, entre la taza de café, el zumo y la tostada. Abriendo un espacio a los hechos. También la visión de peregrinos ocupados en andar el camino. Sus miradas y las mías siguen allí, fijadas en algún punto.
En los oídos el eco de voces de un concierto de música barroca en la catedral. Mezcladas las notas con la luz filtrada a través de sus vidrios coloristas. Uno quisiera traerse todo aquel sonido, pero permanece entre los muros, recreado en su brillo único. No queda más remedio que dejárselo también.
El ánimo alegrado por alguna bebida en el Húmedo. Y alguna tapa, cómo no. En los bares, otra clase de peregrinos en rutas nocturnas.
Redescubro una ruta más, la de la Seda, en el MUSAC. Allí es posible conectar ciudades de la antigua ruta y encontrar los elementos que las convierten en una sola. Me dejo una sombra proyectada sobre un gigantesco mapa físico de Asia. Marco Polo hubiera querido ver el Mundo así.
El día que vuelva quizás busque algo de lo que me dejé y trate de llevarme algo parecido a lo que me traje.
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