Esperaba al pie del portal,
empeñado en ver la luz.
Sólo un resquicio para prenderla
tras mi ruta en negativo.
Acariciaba las puertas del cero,
ese día en que el mundo nace,
umbral del todo positivo.
La paciencia me había pesado,
lastre de obstinados y dolientes,
fardo sin contrapeso
siempre vencido a la espera.
Tendría de mi entrega el pago,
de la ilusión el reintegro
y del aliento un refuerzo.
Estaba por llegar y lo vi venir,
mas no me preparé.
El tiempo se había disuelto
y un invisible alud de copos sutiles
limpió la medida de las cosas,
borró la senda marcada.
Cegó el atisbo ansiado.
Nada quedó.
Había perdido la ocasión.
Llovió con telón de plomo:
pesadas gotas, punzones del suelo.
Munición en ráfaga salvaje
espoleando pueblos en mí,
dejando recias pilas de casquillos.
Pólvora mojada entre papeles calados.
Los busqué en el agua
sin texto sumergidos
para izarlos, enjugarlos.
Recorté sin medios.
Dedos sin uñas: las perdí en la lucha.
De papel mariposas,
las de mi ánimo sin vuelo.
El valor de lo amargo tiende a infinito,
se me tragó la noche.
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