Todavía no he visto a nadie deshacerse de dos cigarrillos a la vez. Supongo que nadie los fuma de dos en dos. Pero sí los he visto rodar al unísono, en pirueta casi coreografiada por Pina Bausch. Quizás haya quienes conecten entre sí a la hora de ver la necesidad de soltar sus respectivos y los hagan volar y rodar después, todo ello al mismo tiempo.
Hay quien espera el autobús mientras tira del aire a través de una chimenea envuelta de papel. Inhalaciones a contrarreloj cuando vislumbra su llegada. Una silueta motorizada se hace grande a medida que avanza. Los dedos se ocupan en la búsqueda de un billete, unas monedas o un bono de transporte. Se libran de la pequeña hoguera, soltándola viva todavía. Reavivada en su descenso, choca dejándose unas cuantas chispas en el suelo. Morirá junto a otras tantas abandonadas en la urgencia.
Los cigarrillos nos observan. De noche, cuando el fuego consume el aire y también la oscuridad, es fácil descubrir sus miradas. Algo las enciende desde dentro. Las enrojece de aliento. Después las abandona y se ahogan con ascuas en las pupilas. En su vida de ansiedad e incendio acabarán mirando hacia abajo. Volarán en barrena arrastrando una cola de humo.
Alguna vez me ha parecido ver en el aire el dibujo de un lazo encendido, la incandescencia trazando las letras de un adiós. Quizás algo más sencillo aún, la palabra "fin" por ejemplo.
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