Hace años -muchos ya- un grupo de amigos y yo buscábamos algo para regalar a otro. El presupuesto era muy limitado, tanto como las pagas semanales que cada uno de nosotros recibía en casa. Éramos adolescentes, estudiantes del desaparecido BUP y, como la mayoría a esas edades, perdidos entre las dudas sobre qué hacer con nuestros respectivos futuros.
Llegaría la noche y nos veríamos en La Chopera, el lugar ideal para celebrar los cumpleaños. Allí uno podía permitirse invitar a unas raciones y unos cuantos litros de las bebidas habituales, siempre a buen precio. Además, si decidíamos llevar una tarta para compartir al final de la sesión, los dueños nos dejaban un cuchillo y platos para todos. Era un bar siempre animado y cada noche podía oírse algún "cumpleaños feliz", mal entonado pero entusiasta, mezclado con los golpes secos del futbolín.
No recuerdo qué acabamos comprando para el cumpleañero. Como el dinero no llegaba para "algo bueno", solíamos cargar con cuatro baratijas que nos parecían simpáticas. Una de ellas acabó siendo un Oscar de plástico, de los que exhiben juntas doradas con alguna rebaba que va de arriba abajo, evidenciando su acabado mediocre. Supongo que hoy siguen vendiéndolas por ahí. "A la mejor madre", "Al mejor abuelo", "Al mejor amigo".
Entonces en Hollywood la fórmula verbal para entregarlos era "and the winner is...", que acabó siendo sustituida por otra más políticamente correcta, "and the Oscar goes to...", tratando de eliminar el matiz más competitivo de la expresión. En nuestra particular entrega debimos hacer el paripé y tal vez nuestro amigo también actuó al recibirlo.
Quizás ese Oscar acabó cogiendo polvo sobre una estantería y nadie nunca más lo sostuvo mientras improvisaba un emocionado agradecimiento. Anoche Kate Winslet dijo que a los ocho años ya fantaseaba ante el espejo del cuarto de baño, recogiendo un bote de champú, supongo que también de plástico, que algún día podría convertirse en el trofeo que ya ha recibido por fin.
Quizás ese Oscar de plástico fue el juguete con el que nuestro amigo, mirándose a un espejo, dejó correr su fantasía más de una vez, soñando con que en la vida acabase ocurriéndole "algo bueno". Tal vez fue su particular bote de champú.
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