viernes, 20 de febrero de 2009

Cotorras y cínicas

El caso es que se las veía venir. Dos señoras emperifolladas que se adentran en el patio de butacas de la sala y, aunque van diciéndose la una a la otra "elije tú, que a mí me da igual la once que la doce", acaban sentándose justo detrás de nosotros, que estamos en la fila diez.

No me gusta el ruido. Y menos en el cine. Reconozco que me molesta mucho que alguien rasque con las uñas ese aparatoso cartón lleno de palomitas. También que las mastique sacándoles toda su sonoridad -el recital de crujidos puede ser asombroso-. El chocar de hielos dentro de ese gigantesco vaso de refresco también me pone de los nervios. Pero lo peor son los charlatanes.

El otro día la experiencia en The reader no pudo ser completa. O, visto de otra manera, fue de lo más completa. Cuando un par de especímenes como las señoras que he mencionado no es capaz de callarse durante los tráilers y promociones, ¡uff!, la cosa promete ser movidita. Y lo fue. No decepcionaron: todas las idioteces, sandeces y obviedades que pudieron pasársele por la cabeza al escaso público de la sala, ellas dos tuvieron que verbalizarlas. Una tras otra. Nos dolía el cuello de girarnos continuamente para pedir silencio.

Al final, con el corazón todavía encogido, no pudimos reprimir nuestra bronca a las dos pavas, quienes lejos de pedir disculpas y agachar las orejas, tiraron de cinismo: "Si nos lo hubiérais dicho nos habríamos callado". Y, para colmo, una de ellas acabó diciendo que había muchas butacas libres, que si tanto molestaban podíamos habernos sentado en otro sitio.

¿No es para empezar a retorcer cuellos sin parar?

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