Me preguntaba qué tal estaría, pero su título, Der Vorleser, así como mi pobre alemán me echaban atrás. Y ahí seguía, descansando sobre la estantería.
Meses después, buscando un libro, di con uno de un tal Bernhard Schlink que prometía bastante. Y así fue. Me lo bebí, literal y literariamente. Me gustó su redacción ágil, su estructura, su diseño de personajes y su tono. Llevaba tiempo sin leer nada relacionado con la Alemania nazi y sus coletazos, y me sorprendió cómo la novela se internaba de repente en ese terreno, tan negro como inesperado. En una historia de amor como esta uno recibe un golpe directo al estómago al planteársele un caso así, en el que la justicia y la revisión de la culpa reclaman reflexión obligatoria.
Después leí El regreso, también de Schlink y, aunque no me pareció redonda, me alegró ver que un juez -que el autor lo es- no deja de plantearse una y otra vez todo tipo de preguntas sobre el sentido de la justicia e interpretarla con constancia.
Ahora estoy pendiente del estreno de El lector, la adaptación al cine de esa novela que no me atrevía a abrir en alemán y que, sin saberlo en un principio, acabé leyendo traducida. La dirige Stephen Daldry, magnífico en trabajos como Billy Elliot o Las horas. Tengo muchas ganas de ver qué ha hecho y estoy encantado de saber que las buenas historias se tienen en cuenta y siempre hay alguien con el talento suficiente para transportarlas con una cámara.
Pues eso: que se estrene ya.
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