jueves, 5 de marzo de 2009

La niña de la foto

Esa noche se acurrucó junto a ella más que nunca. Quería fundirse con su calor.

Sobre el mueble del salón, hacía tiempo que ella había puesto una fotografía en un marco plateado. Era de cuando era pequeña, uno de esos retratos que les hacían a los niños en el colegio. En ella estaba, como dirían las tías cuando ven a sus sobrinos pequeños, para comérsela. El pelo, peinado hasta el punto que la rebeldía permitía. El gesto, entre curioso y desenfadado, lleno de la inocencia y conformidad que despiertan ternuras. En poco más de un año, la foto se había paseado por varias baldas del mismo mueble. A ella le gustaba reorganizar las cosas y, de cuando en cuando, poner a la niña a mirar desde un lugar diferente, desde alturas distintas.

Se le había hecho tarde y llegó a la cama cuando ella dormía profundamente. Se metió procurando no hacer ningún movimiento brusco que pudiese despertarla. Tiró del edredón hacia sí y, tras detener el refrote de su cuerpo con las telas y el de estas unas con otras, se detuvo a escuchar. Buscó oírla respirar en el silencio reciente. Y encontró un vaivén de aire susurrante que acariciaba la almohada y le llenaba de paz.

Él, sereno ya, a punto de quedarse dormido, se volvió hacia ella y la rozó sin querer. Desvelada a medias, se movió respirando más sonoramente, gruñendo una retahíla imposible de entender. Levantó uno de sus brazos y lo dejó caer sobre la ropa con un golpe travieso y una sonrisa invisible en la oscuridad. La niña de la foto volvía a paladear su sueño y a él le daban ganas de comérsela.

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