martes, 15 de septiembre de 2009

Ötzi

Lo encontraron en el Valle de Ötz, durmiendo en un glaciar. Se había quedado helado. Llevo varios días bromeando sobre la postura en la que acabó sus días. Con sólo mantenerla unos segundos a mí me dejaría una contractura difícil de recuperar. La llamo "la postura del mal crucificado": uno de los brazos se abre perpendicular a su espalda, pero no hacia el lado más natural sino en forzada torsión en dirección contraria, más o menos como el que estira el brazo para olerse el alerón.

Lo han traído a Alcalá, al Museo Arqueológico Regional. Bueno, no es el Ötzi auténtico, sino una réplica de su cuerpo, cual esqueleto recubierto por su propia mojama, y de todos los objetos que portaba. El Hombre de Hielo real no puede abandonar su museo de origen, en Bolzano, pues su conservación óptima depende de la temperatura y la humedad relativa. Y que lo digan, la humedad es siempre relativa.

Ahora, cincomil años después de haber estirado la pata -y el brazo-, van y le dicen que es italiano. Incluso que por poco no es austríaco, como si él supiera de qué va nada de eso de las nacionalidades. Ötzi vivió entre las montañas de una región que, seguramente, conocería mejor que cualquiera de los que trazaron la frontera que lo dejó a este lado y no en el de allá. No sospechaba que era tirolés del sur ni que por sus venas correrían algún día ecos de Yodeln. Estaba muy tatuado, con motivos algo chungos de hecho, así que cualquiera se atreve hoy a decirle que está catalogado como hombre de la Edad del Cobre.

Quienes lo encontraron en aquel glaciar de los Alpes también se quedaron helados al verlo y alertaron a las autoridades. Llegaron especialistas de todas partes, excavaron el hielo y se pelearon por llevárselo cada cual a su terreno. Aparte de sacarlo a él y sus ropas, extrajeron muchos objetos, incluso un fascinante kit completo para hacer fuego que me trajo bonitos recuerdos de mi breve vida de cavernícola. Pero entre todo lo que portaba algo inquietante se alojaba en su interior: la flecha que lo mató.

A pesar de hablar de Ötzi en estos términos, acordes quizás con la exhibición que de él se hace, algo me entristece: su estirpe ya se extinguió.

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