En mi nuevo barrio hay una biblio pública municipal. Casi cada distrito de esta ciudad cuenta con la suya. Concretamente, la que tengo más cerca de casa la alberga un edificio clónico de otros dos o tres que guardan un número similar de volúmenes, enclavados en sendos distritos complutenses.
Pues bien, tras averiguar dónde se encuentra -resulta quedar bastante cerquita- y buscarla físicamente bajo el pesado sol de julio cargado con bolsas de un Mercadona de la zona -está más escondida de lo que revela el plano de Google Maps-, veo detrás de su cierre que éste no sólo va a permanecer echado durante casi todo el verano sino que, además, la biblioteca cuenta con horarios habituales de lunes a viernes de 14:30 a 21:30. A eso le llamo yo flexibilidad y facilidades.
En mi barrio anterior tenía la suerte de contar con una biblioteca bastante más grande y con horarios matinales. Pero ya no me pilla cerca. Teniendo en cuenta que trabajo habitualmente por las tardes me temo que, de hacerme el carnet de la biblio vespertina, voy a convertirme en un moroso habitual, reincidente y sin ganas de volver a ser cumplidor de las normas. Lo bueno será que podré coger supertochos de los que uno nunca se lleva a casa porque los rácanos quince días de préstamo no dan para tanto -sí, ya sé que en otras ciudades se pueden ampliar en otros quince o, incluso, hasta te dan un mes-. Hasta tendré tiempo de sobra para releerlos. Y, entre que acabe un libro y pueda pasarme a devolverlo, cumpla los días de penalización por mi largo retraso y pueda coger otro, podré ir reduciendo la lista de libros propios y ajenos que tengo en casa.
No, si..., en el fondo, creo que todo van a ser ventajas. Voy a ir preparando una fotocopia de mi DNI caducado -hasta noviembre no me han dado cita en la comisaría- y dos fotos de las que todavía me quedan del 2003 -sigo pareciéndome bastante-.
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