Me fui, pero no me llevé. Acarreé bultos, pesos de los que tirar, cosas y más cosas. Les preví una utilidad, pero yo no estaría allí para usarlas. Cada necesidad hipotética tendría su parche, aunque no hubiera quien lo pusiera.
Había hecho mis planes con todo el cuidado. Me alojaría en cualquier hotel sin llegar a estar en él. Pisaría sus mullidas moquetas con los bolsillos llenos de llaveros mastodónticos, apartaría de mi cama ocasional la pesada colcha y dejaría caer sobre el colchón mi peso muerto exhalando un suspiro de relajación. Todo sin mí.
Probaría los platos propios de allí. Sin degustarlos, con el olfato agarrado a los olores que impregnan el sitio donde que me habría dejado. Haría infinidad de fotos, llenaría mi memoria SD hasta los topes -bip bip, memory card is full!-. Lugares en los que no recordaría haber estado, donde compraría recuerdos que nunca apelarían a ninguna experiencia. Incluso traería las maletas de vuelta más engordadas, con muchos otros suvenires de los que no sabría qué decir en el momento de entregárselos a amigos y familiares. Ahí los tenéis... ah,... pues... no sé, es muy típico, sí.
Así sería, así fue. Antes de marcharme puse en la cartera mi pasaporte, el carnet de conducir, el carnet de identidad y cualquier otro rectángulo portador de mi foto, mi nombre completo y un número diferenciador. Me convertí en una simple identidad, sin más. No me acompañé para hablarle a nadie sobre la persona identificada por aquellos documentos. Me quedé en tierra.
Tiré de maletas repletas de objetos sin atenderme en lo elemental. En todo lo que hiciese faltaría yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario