Todos los años suceden muchas cosas bajo la parra de mi padre. Aparte de la vida que se desarrolla bajo su sombra, tiene otra vida, la suya propia. Cuesta creer que de una maraña sarmentosa que se podó unos meses atrás pueda surgir tanta vitalidad. Sus hojas y pámpanos crecen con rapidez milagrosa. Y acaba poblándose por completo, creando su techo caduco bajo el que las tijeretas parecen querer caminar y tratar de agarrarse a cualquier cosa con avidez. En pleno verano su sombra recorta la luz en el suelo, como en un mosaico de claroscuros proyectado para deslumbrar a su guardián con intermitencia.
Sí, la parra tiene un guardián. Mi padre es como si fuera también el suyo y se ocupa de ella como de otro hijo más. Interviene casi todas las semanas, desde que las primeras yemas comienzan a hincharse y sus nudos aún no revelan un futuro leñoso, hasta que la caída de la hoja requiera de él tareas algo más a ras del suelo. No le gusta que todo ese mecanismo se desmande y trepe hacia las alturas, o descienda a buscar asidero con sus zarcillos tentaculares. Todo debe crecer con cierta medida.
Pero el guardián no sólo vela; también combate: Tekeldion contra la araña roja, Druida contra el oidio, Zolone contra el pulgón. Y todo ello para lograr que sus brazos sostengan racimos sanos, de uvas sabrosas. Las de este año son magníficas. También lo aprecian las avispas, que buscan estos días refugio entre las bayas, apretadas como si estuvieran ahí para darles cobijo.
Esa es otra de las cosas que suceden bajo la parra.
2 comentarios:
Tiene historia lo de la parra ..como ves te sigo...
Un besoo
Cristina B.
Gracias por el seguimiento, Cris. Pues sí, la parra es el centro de muchas cosas, ¿no?
Besos.
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