lunes, 19 de octubre de 2009

¿Otra de vampiros?

Hace unas semanas que vi Déjame entrar y todavía me pregunto si es una peli más de vampiros o es otra cosa.

Últimamente el género está resurgiendo en el cine y, salvo alguna saga nacida de los videojuegos, desde el Drácula de Bram Stoker y la posterior Entrevista con el vampiro -magníficas las dos- no recuerdo semejante profusión de películas sobre vampiros. Y no sólo las tenemos en los cines -Crepúsculo no ha hecho más que comenzar-, sino también en televisión -véase, si se quiere y puede, la serie True Blood-.

Pero Déjame entrar parece diferente. Para empezar, no estamos en ningún lugar de la vieja Europa, ni en los más recientes estados del Mississippi, ni siquiera en el siglo XIX. La Suecia de los ochenta, sus dificultades sociales y sus nieves invernales van a ser el marco para esta historia. Y nadie diría que en toda esa gelidez, entre el aislamiento y el alcohol, pueda desarrollarse este cuento de amistad incondicional.

Largas noches de fondos blancos donde la nieve absorbe hasta la tristeza. Oskar, un niño que sufre acoso escolar, se refugia en sus fantasías de venganza contra los chicos del colegio, alimentadas por las noticias de sucesos macabros que recorta de los periódicos. Una noche llegan nuevos vecinos al barrio, entre quienes está Eli, una niña de su misma edad que comenzará a mostrar ciertas peculiaridades: palidez extrema, costumbres nocturnas y un olor peculiar. Oskar y Eli se van a ir encontrando y dejarán que nazca algo especial entre ellos. Pero ella es una niña vampiro, por lo que pensaremos de inmediato que no les será fácil mantener esa relación.

Esta historia de producción cien por cien sueca habla de problemas sociales, de brutalidad infantil y de los dilemas que se plantean cuando se cruzan las existencias de seres diferentes. Por eso no le faltan crudeza y frialdad. Pero también rebosa delicadeza, sobre todo en las secuencias entre estos dos niños, o las que Oskar comparte con su padre, quizás su único refugio de afecto.

Silencio. Nieve. Sangre. Un epílogo inquietante. Y además una película bien planificada, íntima, de cuidada estética, pensada para hacer pensar, que destila un lirismo sorprendente, con escenas cálidas, emocionantes.

En definitiva, una delicia de vampiros que, empiezo a decidir, no es otra más de vampiros.

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