miércoles, 22 de diciembre de 2010

La Navidad de Simón ( y IX )

Cuando salió al exterior y se reunió con sus padres no hubo ni besos ni abrazos, ni siquiera llantos acompañados de reproches –unas pocas horas de ausencia no parecían dar para tanto–. Seguía habiendo lo de siempre: seriedad y desapego. Pero a Simón todo eso ya no le dolía tanto. Llevaba dentro una sonrisa y por ahora no quería descomponerla. Dentro del coche de su hermano se recreó en la insólita visión de sus padres en el asiento trasero, sin apenas espacio para moverse, tan apretados como nunca los había visto, incómodos porque mostrar semejante fricción no era lo adecuado. Algo tan asombroso debía quedar bien grabado en su retina y en el recodo más risible de su memoria. Su sonrisa interior amenazaba con romper en carcajada interior.

Camino a casa nadie hablaba. Cada uno daba cauce a sus propias ideas y, pensó Simón, no sería complicado suponer en qué consistían las de los demás. Por fin su hermano rompió el hielo.

–Anda, abre la guantera. Hay algo para ti –dijo, y acto seguido Simón sacó de ella un paquete de base redonda y lo palpó–. Parece mentira que te hayas escapado por esa tontería. Menuda estupidez.

–¿Una anguila? –preguntó, aun conociendo la respuesta.

–Pues claro que es tu maldito bicho de mazapán –le replicó en tono burlón–. ¿Qué? ¿Ya estás contento?

Pero Simón no contestó y se limitó a devolver aquel paquete a su compartimento. Aquella Nochebuena había probado cosas mucho más dulces. Incluso lo que ocurría durante aquel trayecto en coche le dejaba buen sabor de boca. Dentro su ataque de risa ya se había transformado en placidez y comenzaba a darse cuenta de que algo empezaba a cambiar.

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