viernes, 24 de diciembre de 2010

La Navidad de Simón ( II )

Ese día celebrarían la Nochebuena y quería saber si harían algo especial. Le costaba mucho imaginarse disfrutando de una cena alegre y divertida, sin tener que soportar el silencio de su padre y la cara de circunstancias de su madre. A pesar de todo nunca perdía la esperanza de que algún día las cosas empezasen a cambiar.

–Luego vendrá tu hermano. Hoy tendremos una cena familiar –le dijo su madre–. Por cierto, tienes que ir a comprar unas cuantas cosas: el vino de la etiqueta roja que tanto le gusta, el paté que suele pedir, crema de castañas y… ah, sí, frutas escarchadas. Le encantan.

Todos los años era lo mismo. Debían poner una mesa al completo gusto de su hermano. A Simón le repateaba tener que complacerle hasta en el detalle más nimio. Mientras se calzaba y abrigaba se le ocurrió que tal vez podría hacer una petición personal:

–¿Puedo traer también una anguila de mazapán?

De niño una vez tuvo una. Un tío lejano se la regaló unas Navidades y siempre la recordó como el dulce más delicioso que nunca había probado.

–No. No puede ser. Te doy lo justo para que compres lo que te he dicho y nada más.

La respuesta de su madre no le produjo extrañeza, así que se ahorró la réplica y se enrolló bien su bufanda al cuello. Llevaba mucho dinero, pues los caprichos de su hermano eran muy caros. Se acercó a la mejor tienda del barrio, una para gourmets en la que presumían de vender lo más selecto de la ciudad. Mientras esperaba a ser atendido no podía dejar de pensar en las palabras de su madre. “Hoy tendremos una cena familiar”. ¿Acaso el resto de los días no cenaban en familia?

Cuando salió de la tienda estaba muy irritado. Tenía unas ganas terribles de estrellar la botella de vino contra el suelo y echarles a las palomas –o mejor, a las ratas– el resto de la comida que acababa de comprar. Seguro que sabrían apreciarlo todo mucho más que su destinatario, quien durante la cena se preocuparía únicamente de revisar las etiquetas y glosar las excelencias de tan refinados productos. No le apetecía volver a casa: solo pensar en la escena nocturna de amor fingido le angustiaba hasta la enfermedad.

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