Vuelvo a Italia, pero no como estos dos años pasados. Esta vez no la piso con los pies. Tampoco asisto a las cosas de la vida de los toscanos ni de los venecianos. No me asomo a ninguno de sus instantes desde esta mirada de turista que intenta ser viajero. Ni siquiera trato de llevármela en imágenes, traérmela hurtándoles a las cosas su reflejo.
Estos días la "tengo" de otra forma, gracias a La sonrisa etrusca de José Luis Sampedro, y a Salvia, que me cede sus estanterías y las asalto con su permiso. También estos días decido dejar de lamentarme siempre que cojo algún libro que guardaba hacía años y, tras leerlo al fin, acaba gustándome mucho. Como el de Sampedro.
No he dejado de recorrer Italia de punta a punta, de Milán a Roccasera, llenándome de sus paisajes: el urbano que a Bruno tanto le desagrada y el calabrés, evocado siempre y para siempre. Pasando, además, por Roma para visitar a Los Esposos en Villa Giulia.
Es la actitud de este matrimonio etrusco de terracota lo que llama la atención de Bruno en sus últimos días. Admirable la energía de este viejo y el ejemplo vivo que le da a su nietecito y a todos nosotros. Este partisano sigue luchando, defendiendo a los suyos de los tedescos aunque la Guerra terminase hace muchos años. Y acaba descubriendo toda su ternura, ignorada o reservada ante la vacuidad que les presume a los milaneses.
Magnífica novela, llena llenísima de vida.
2 comentarios:
Lo leeré, me encanta leer algo que alguien recomienda y que pinta tan bonito. Me anima.
Pídenoslo cuando vuelvas. Merece la pena.
Besos.
Publicar un comentario