miércoles, 1 de octubre de 2008

¡Vamos, Juana!

Abuela, hoy vuelvo a ver que tu bastón sigue descansando apoyado en la pared. Llevabas unos días sin servirte de él durante tus paseos siempre disciplinados, por necesarios y por deseados. Son otra de tus medicinas, quizás la más eficaz entre esos remedios que uno acaba tomando sin saber muy bien para qué sirven.

Ese maldito catarro te ha obligado a reservarte un poco, al menos de puertas afuera. Ya sé que dentro de casa, y también bajo la parra del patio, a ratos has continuado siguiendo las lineas entre las baldosas. A tu pesar has tenido que rebajar un poco tu testarudez andarina.

Mirando bien donde pisas, abuela, así has llegado tan lejos. Y a pesar de que los ojos no se portan muy bien contigo, sigues dándoles todos los cuidados, como si te fuesen fieles como antes y te entregasen el mundo con nitidez. Sigues mimándolos como hasta ahora, segura de que te corresponderán y te sacarán poco a poco de la noche.

Hoy me duele todo el cuerpo, abuela. Tanto que creo que he dormido agarrado con todas mis fuerzas a tu aliento. El mismo que ayer nos daba un hálito de esperanza cuando todo lo que nos llenaba era la angustia.

En casa las cosas siguen en su sitio y las percibo de otra manera, con la carga de energía que dejas en ellas. Tus vestidos, muy cerquita de donde te escribo, doblados uno sobre otro. Me parecen sobrios y distinguidos, quizás porque los imagino vistiéndote o, más bien, vistiéndolos tú a ellos, porque tú les das el aire que ahora les intuyo. Descubro con ternura, pegada a tu almohada, una cadenita con un colgante que hace años te regalé. Una pieza de plata que no había vuelto a ver desde entonces; será que no reparo en esas cosas, -si te parece bien, voy a guardarla en tu cajón, junto al dinero suelto-. Donde los dejaste, también tus pendientes de oro rizado. Y al lado tu reloj, sobre la mesita del salón, cuya esfera dominas como si el mecanismo que oculta fuese el tuyo propio: tu ingenio de vida.

Casi nueve décadas y media. Cuántas edades, abuela. Y de todas ellas guardas montones de recuerdos, tan despiertos que parece que nos contases tus cosas de ayer mismo. Hoy esos ayeres se obligan a ocultarse y no quieren que los atrapes y los compartas. Pero sé que siguen ahí, en esa cabecita prodigiosa capaz de rehacerse con fuerza fenomenal. Sí, ya sé: reservas esa fortaleza para sacarla con orden. Las cosas hay que hacerlas bien, con tu empeño singular.

No quiero volver a temer que tu memoria se diluye y pueda esfumarse todo ese tesoro de nostalgia viva, de risas llenas y lagrimal feliz.

Juana, voy a seguir describiéndote, escribiéndote en presente, durante mucho tiempo. Seguro que mucho más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Espero que esté mejor y prontito de nuevo en casa.
No sabes la envidia que me dais los que teneis abuelos. A mi, por desgracia, se me furon muy pronto. Son una figura especial para los nietos, tan sabios, con tanto tiempo para dedicarnos, tanta paciencia. Me inspiran ternura.

Algún día tu serás el abuelo y seguro que tus nietos leen con nostalgia tus textos.

Aún queda mucho tiempo asique sigue disfrutando de tus mayores, se lo merecen.

Val

Daniel Buitrago dijo...

Muchas gracias, niña. Parece que ha mejorado un poquito, aunque todavía tiene mucho que recuperar. Ojalá lo consiga y todos los suyos podamos seguir disfrutando de ella. Ahí seguiremos para lo que necesite.