jueves, 25 de marzo de 2010

Calado

El olor de la flor del almendro se precipitaba ayer contra la tierra. La lluvia diluía todas las partículas en suspensión. También las más arraigadas al suelo.

Por la noche jarreaba. Misión imposible abrir mi paraguas plegable, tan enclenque como para renunciar a su uso con la primera ráfaga de viento.

No me gusta mojarme. Vestido no. La ropa es molesta pegada a la piel y la humedad se vuelve maloliente. Mi cazadora impermeable evitó que me calase de cintura para arriba. En sentido descendente el agua lo mojó todo y más.

Vaqueros mojados y zapatos, que no botas, de agua. Al llegar a casa no me apetecía beber nada, después de tantos tragos forzosos. Al quitarme la ropa no quise reparar en las escamas, tampoco en las branquias.

Había sido mi segundo jarro de agua fría del día.

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