lunes, 22 de febrero de 2010

Sampedro en Alejandría

Disfruto estos días con la lectura de La vieja sirena, de José Luis Sampedro, que ha sido reeditada recientemente por Destino. Es larga y me la tomo con calma, la misma con que se aguarda entre sus páginas la crecida anual del Nilo.

Al poco de comenzarla, sin saber qué podía encontrar en ella, me veo sumergido en el Egipto más clásico y decadente a la vez: el del desconcierto religioso, el de la multitud de dioses que buscan su sitio en los altares públicos y privados. El mismo de la reciente Ágora de Amenábar. Comprendo ahora que la reedición no es casual y me alegra que estas conexiones se produzcan de cuando en cuando.

La novela es una delicia escrita con exquisitez. Una historia de grandeza e intimidad que nos sienta a una mesa revuelta de fanatismos, registros de fantasía y superstición, e imperios pujantes o en ocaso irreversible. En ella Sampedro nos presenta al filósofo Krito, en sí mismo una mezcolanza que imita la tremenda complejidad del mundo. Y nos invita a seguir los avances de Ahram el Navegante, encarnación del poder que se urde y se trama, carne también de la ternura y la sensibilidad.

Quedo lentamente enredado entre los cabellos de Glauka, aunque se los hayan cortado sin casi haber podido olerlos. Su color el que va de la miel al fuego. Cortados como sus otros nombres, Irenia, Kilia y Falkis. Sensual, recóndita. Su vida gira ahora en torno a la de un niño, Malkis, al que cuida y educa. Lo demás irá llegando a medida que otros personajes vayan relacionándose con ella, respondiendo a su sensualidad y a su intuición.

2 comentarios:

Nork dijo...

Uno de los libros que más he disfrutado leyendo, si.

En recuerdo de Glauka.

Un saludo.

Daniel Buitrago dijo...

Sí, Nork, grandísima novela. Sigo con ella, alternándola con otras, y aunque pase días sin tocarla sigue atrapándome a las pocas líneas de retomarla.

Un saludo.