lunes, 8 de febrero de 2010

El wok

Dícese de una especie de sartén muy versátil que se emplea para saltear, freír o, incluso, cocinar al vapor los alimentos.

Dígase del restaurante al que fui a comer ayer.

Ya había estado en algún local de este tipo en otras ocasiones. Por un precio moderado puedes comer de todo lo que allí se ofrece todo cuanto quieras. Aprovechas para probar cosas nuevas, o cocinadas de otras formas, y aprendes a valorar el trabajo infernal de quienes están pegados a la plancha o a los fogones del wok. Lo malo es que tienes que levantarte de la mesa tantas veces como necesites, hasta saciar tu apetito. Primer mandamiento del Restaurante-Wok:  "Deberás ir, pillar y llevar a tu mesa cada cosa que quieras comer".

Cumplir esta ley resulta fácil en muchos casos. Trabajoso, sí, pero sencillo. Uno consigue acercarse al bufé y, como en la girola de una iglesia, dar una vuelta de reconocimiento. Después escoge aquéllo que más le apetece y se lo lleva para degustarlo. El problema, sin embargo, se plantea un domingo cualquiera a la hora de comer. En ese caso es como si todos los fieles -al wok, se entiende- hubieran sido llamados a la guerra santa. ¡Más madera!

Es la llamada de lo salvaje, el intenso latido de la jungla en el interior de hombres, mujeres y niños, el imperio la ley del más fuerte. Es curioso pero, incluso en domingo, el ansia y las prisas se apoderan de nosotros y, sumados a la irresistible atracción del bufé, hacen de tu comida la experiencia más parecida a un desayuno en unas vacaciones del Imserso.

-Disculpe, creo que se ha llevado mi comida a su mesa.
-Ah, sí, el caso es que el plato que he recogido tiene setas.
-¿Y?
-Que yo no se las había puesto.
-¿Entonces?
-Debe de ser el tuyo. Puedes ir a cogerlo, está sin tocar.

Sufrir el hurto de un plato de verduras y setas que uno ha pedido que le hagan al wok es algo de lo más común. Andaba pendiente de la plancha, de la que estaba a punto de salir el resultado de una combinación de gambas, navajas y pequeñas sepias pasadas por el acero al fuego. Entre codazos y refregones, veo que una señora se aleja de la barra, portando algo exactamente igual a lo que yo había seleccionado para mi plato. Opto por dejarla marchar, recojo mi comida a la plancha y miro si lo cocinado al wok está listo también. Lo único que sale de allí es algo similar, pero no es lo mío. Salgo disparado a por la señora.

Mientras doy buena cuenta de la comida oigo de nuevo el rugido de la selva. El vecino de la mesa de al lado llega más cabreado que una mona. También le han quitado su plato. Alguien ha pillado lo primero que ha salido de las cazuelas y ha corrido a devorarlo entre la maleza.

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