viernes, 25 de diciembre de 2009

Humo VIII

Vaya, creía que correr me aclararía las ideas. Para muchos un paseíto a comprar tabaco es como un pasaje en primera hacia el paraíso. Por mi parte, tenía la tregua perfecta para idear mi salida de este escenario, pero me temo que hacer mutis va a costarme mucho más de lo que pensaba. Ahora mi obligación es trabajar a contrarreloj, y resulta que yo bajo presión funciono bastante mal.
-Oye -la rubia se interpone entre mis pensamientos y yo-, veo que estás terminando de leer ese libro, ¿no?
-Tienes buen ojo -le respondo reparando en mi dedo, mordido aún por los dientes de estas páginas-, apenas me queda un párrafo.
-Tal vez, si quisieras leerlo en voz alta...
¿Ha sido eso un deseo? Supongo que sí, pero creo que no está bien formulado. Seguirá considerándome un loco, o un cuerdo con el día un poco tonto, o un extravagante. El caso es que no me queda otra.
-¿Podrías...? -pero me corta.
-Lee para mí.
Me quedo mudo. La rubia exhala el humo de su cigarrillo y, después de un silencio, vuelve a tomar la palabra:
-Y después podrás marcharte.
Un escalofrío me recorre el cuerpo. En este instante lo pienso todo y, a la vez, no sé qué pensar. Libero mi dedo de su trampa. Siento en él un golpe de calor y la sangre vuelve a circular hasta la yema, hasta la uña diría yo. Ahora que lo pienso, no sé cómo he pedido apañármelas para hacer tantas cosas con sólo una mano. Tomo el libro otra vez con las dos y suspiro porque ya estoy más cerca de ser libre otra vez.

No hay comentarios: