martes, 15 de diciembre de 2009

Humo VII

-Gracias por el detalle, pero... es que no entiendo nada -la rubia acepta el paquete de tabaco y se dispone a estrenarlo-. ¿Te importa? -Le doy permiso y desgarra el plástico ayudándose de una de esas pestañas que suelen hacernos la vida más fácil.
Me viene a la mente una leyenda que circuló hace años entre fumadores, activos y pasivos, que venía a decir que si reunías un kilo de esos envoltorios de celofán y lo entregabas en el lugar convenido, alguien regalaba a un minusválido una silla de ruedas. Siento curiosidad por saber si hubo alguno que se beneficiase de todo aquello aparte, claro está, de la industria tabacalera.
La rubia se enciende uno nuevo con el cigarrillo que estoy a punto de agotar. Cuando el suyo prende y su ascua se enrojece, se deshace del mío.
-No parecías disfrutarlo mucho. Es más, creo que no has fumado en toda tu vida. ¿Para qué me lo has pedido? ¿Una apuesta, o algo así?
-Ya te lo he dicho, la verdad es que ha sido una necesidad de ésas que no pueden eludirse -no sé si he resultado muy convincente.
-Vamos a ver -se planta delante de mí con los brazos en jarras-, cuando me has dicho que te pida que vayas a comprarme tabaco ya me ha parecido que eras un poco raro. Ahora llegas echando el corazón por la boca, con el pitillo a punto de quemarte los labios y totalmente congestionado. Lo más curioso es que quieras seguir con todo esto.
-Verás, es que...
-No, si me lo figuraba -me corta-. Ya sabía yo que algo iba a torcerse en este rato. Salgo de la oficina con la única intención de disfrutar un poco de este sol, de despejarme sin más, pero siempre me pasa algo. Cuando no son unos niñatos poniendo al límite el volumen de la música en sus móviles, es un corro de señores de otras oficinas tratando de saber si estaría dispuesta a encajar en un hueco entre la academia de sus hijos y la cena con sus respectivas mujeres. ¡Qué coñazo! Voy a terminar por decidir no salir más.
Aparta los ojos de mí, los dirige al frente y hace un silencio. Aprovecho para inspirar otra vez su humo y me recreo en su aparente genio. ¿No era yo el genio?
-En fin -suspira-, ya que mi descanso de las doce ha vuelto a ser un desastre, tienes exactamente el tiempo que tarde en fumarme éste para intentar arreglarlo.

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