viernes, 4 de julio de 2008

El pueblo

Vuelvo este fin de semana a mi pueblo paterno, Piedrabuena, en Ciudad Real. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez. Y mucho más sin haberlo pisado en verano.

De niño, parte de las largas vacaciones transcurría allí. Recuerdo con detalle la casa de mis abuelos, sus grandes puertas falsas pintadas de verde y el patio al que se abrían.

Añoro las horas a la sombra de un toldo de lona blanca, resguardados del sol, aunque no tanto del calor. Las paredes de adobe y piedra que el abuelo encalaba cada año daban paso al frescor del portal que distribuía las alcobas a izquierda y derecha. No lo conocí aún sin sus coloristas suelos de cerámica, cuando por él pasaban los perros, la mula y alguna gallina que picoteaba llevada por su búsqueda mecánica de comida en el suelo.

Aquel portal era un refugio placentero en las horas de fuego intenso.

Devuelvo a mis manos la fricción de la cuerda atada al pozo. Esa pita de hilachos firmes que dejaba correr entre mis palmas tirada por el peso del cubo metálico. Y los tropiezos de éste contra las paredes interiores del pozo. Primero rozando con el cemento de la cara interna del brocal y después, más abajo, chocando contra las piedras que rodeaban la oquedad formando un cilindro que acababa sumergido en el agua del fondo. El ruido brillante de su camino de bajada se hacía opaco y sólido a medida que subía lleno, derramando parte de su contenido al ser izado desde arriba.

Agua fresca. Un poco más que la del río Bullaque, al que nos llevaban a bañarnos muchas tardes. Nos calzábamos con zapatillas gomeras y entrábamos en su quietud hasta la zona donde cubría sin alejarnos demasiado de la orilla, poblada de zarzas y juncos.

Eran veranos con bicicleta y algún que otro desollón. Veranos de juegos a indios y vaqueros en los corrales de los vecinos. Veranos de partidas de cartas y partidillos de fútbol, en los que pronto me cansaba de estar, algo desanimado por mi escasa pericia.

Entonces las preocupaciones eran como esa, del tamaño de un niño. Ese niño sigue ahí, y mañana me lo llevo de la mano, otra vez al pueblo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

He dejado el comentario en el anterior post. Despiste mío... Muy buen ritmo, Dani, y preciosa evocación de la niñez y del pueblo. Sigue escribiendo. Besicos desde el canal. Ana