miércoles, 16 de julio de 2008

La cena

El joyero ofreció a su clienta un medallón con forma de corazón. Era exactamente lo que ella buscaba: una lámina de oro que representaba un corazón listo para quebrarse en dos.

-Fíjese. Cuando usted proceda, cada trozo tendrá su propia anilla para poder colgarlo de una cadena. Él deberá llevar su mitad y usted la de él, claro.

Durante toda la tarde, mientras preparaba una cena deliciosa y vaciaba todo su armario sobre la cama hasta decidir qué ponerse, miró a ratos la cajita envuelta con un papel negro brillante y una cinta blanca irisada.

Tenía ganas de abrir el paquete para contemplar otra vez su corazón junto al de él. Llegaría el momento esperado, le pediría que hiciera los honores y su amor separaría las dos partes. Cada uno tomaría la suya para entregársela al otro. Se llevarían el uno al otro para siempre.


La cena con velas resultó aburrida. Ella estaba muy nerviosa y no conseguía sacar conversación. Todo lo que se le pasaba por la cabeza le resultaba una tontería que estropearía lo que estaba por venir. Prefirió callar, esperando a que él rompiese el hielo.

Pero él no habló. Se limitó a engullir con rapidez el contenido exquisito de los platos que ella había preparado con tanto esmero. Llegaron al postre y a ella le costó mucho partir el pastel de trufa con el que sabía que no podía fallar. El cuchillo se atascaba. Su filo no sólo debía cortar el tierno bizcocho, sino también la tensión.

Por fin él dijo algo. Fue breve, claro y solemne. Que ya no la quería y que su corazón ya no le pertenecía a nadie. Eso dijo.

Ella permaneció muda. En unos pocos segundos dio un repaso completo a sus días con él mientras serenaba sus ganas de llorar. Sacó el paquete que reservaba con tanta ilusión, le quitó la cinta blanca irisada, retiró el papel negro brillante y abrió la cajita en la que el joyero había puesto el medallón. No le pidió que hiciera los honores. Los hizo ella misma. Tomó la pieza de oro y, con ambas manos, en ritual eucarístico, la partió en dos. Entonces salió de su silencio:

-Te equivocas. Tu corazón le pertenece a alguien. Es todo tuyo. Toma, quédatelo.

Después le hizo ver cómo se guardaba el suyo.

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