lunes, 26 de marzo de 2012

La niña y sus juguetes

El servicio de correos acaba de dejar el aviso de llegada de otro paquete. ¡Qué ilusión tan grande! ¡Un pedazo más de su nostalgia! La alegría le llena el estómago, se desborda hacia su rostro como el vino espumoso y la hace sonreír igual que cuando miraba a aquel fotógrafo a sus cinco años, ingenua, crédula, para comérsela.

Quiere volver a jugar, acompañarse de las mismas cosas con las que compartió sus mejores ratos cuando era niña. ¡Ah, otra muñeca... su muñeca! Loca de contenta, ya imagina que le vendrán bien los vestiditos que conserva en una caja repleta de tesoros. Les pertenecieron a otras muñecas que, cuando fue haciéndose mayor, acabó dando a otra niña que hoy ni siquiera recuerda qué fue de ellas.

Flor de Loto, la Negrita del Cafetal, Ninfa,... son sus viejas amigas, con quienes hoy se reúne después de veinte años. Les contaría muchas cosas de su vida, de su trabajo, de sus amores, desvelos y alegrías. Pero sabe que no han vuelto para eso. ¡Están aquí otra vez para jugar! Una corriente de colores saca de su pecho una gran pompa de cosquillas y risas.

Por ahi, los cacharritos, los muebles, la trona, las bañeritas... Por aquí, la casita del bosque. La recordaba algo más grande, ¿no? Tal vez sea el paso del tiempo y su intervención en el recuerdo. La abre como si fuera un libro y expone sus dos mitades esperando llenarlas de vida. Es una seta con el interior repartido en dos plantas, con sus barandillas y su chimenea. Atiza el fuego con una palita y pone dos ollas a hervir. ¡Hmmm, esto ya empieza a oler bien! La niña coloca una pequeña valla en el jardín de la casita y dispone sobre el césped una mesa con sillas en forma de flores y verdes hojas.

Y aún le esperan muchas sorpresas. La carroza del bosque se desliza remolcada por un enorme gusano amarillo, quedando dispuesta para que ella ocupe una plaza. Cuando se acomoda en su asiento, le llega a los oídos el sonoro borboteo que surge de las aguas que imagina cerca. Neptuno, con corona y tridente dorados, emerge del océano dirigiendo a los dos caballitos de mar que tiran de su carro. Cuando llega frente a ella, suelta las riendas de oleaje, saluda alegremente y, con su gesto festivo, la invita otra vez a gozar.

2 comentarios:

Gustavo D´Orazio dijo...

Una armonía de efectos, sensaciones, sentimientos, juguetes y devenires. He ido hasta el post de 2009, descubriendo calidad, vida, y un relato que moviliza. Abrazo.

Daniel Buitrago dijo...

Muchas gracias, Gustavo. Quería reencontrarme con esa niña que me provoca tanta ternura.

Un abrazo fuerte.