martes, 27 de diciembre de 2011

Al rico mazapán

El otro día quise lanzarle un guante a mi propia maña artesana. Todo es ponerse, dicen, aunque a veces no parece fácil arrojarse a determinadas obras y ejecutarlas como se espera. Ya había entrado en el territorio de la repostería, en pruebas como tartas, bizcochos, algún tiramisú, y el producto solía resultar bastante comestible, sí, aunque siempre adolecía del toque maestro. La maestría, ay, algo casi imposible de alcanzar.

Este año, para variar, quería intentar hacer algo más sagrado, un dulce de los de toda la vida que no mucha gente se atreve a elaborar en casa. Cuántas veces habré pasado por las confiterías de la Plaza de Zocodóver de Toledo, con sus exquisitas anguilas y sus espectaculares arquitecturas de auténtico mazapán, o frente a pastelerías míticas de Madrid, como La Mallorquina o Casa Mira, y observado, ¡mmm!, con dientes largos y salivación abundante, los mazapanes de sus escaparates. Seguramente, en aquellos instantes mi cerebro, favoreciendo mis pulsiones más trogloditas, inhibía cualquier cuestión práctica relativa al proceso y rito necesarios hasta llegar a adornar sus vitrinas con todas esas maravillas. Eran preciosas y tenían que estar riquísimas. Sí o sí.

Terminada la operación, no sé si el resultado de la suma de los factores es el exacto. Podría decir que tienen pinta de figuritas. Tal vez les falte algo más de azúcar, o les sobre un poco de almendra, o quizás la forma no esté muy lograda y la textura no sea la más habitual o acostumbrada. Puede. Pero están buenas, eso sí. Y dulces.

domingo, 25 de diciembre de 2011

¡Feliz Navidad!

Espero que paséis unos días muy felices y que 2012 sea mejor, ¡siempre mejor!
Besos y abrazos para todos.

P.D: Aquí os dejo una frase que viene 'a cuento':

¡Feliz, feliz Navidad, la que hace que nos acordemos de las ilusiones de nuestra infancia, le recuerda al abuelo las alegrías de su juventud, y transporta al viajero a su chimenea y a su dulce hogar!
Charles Dickens

lunes, 19 de diciembre de 2011

Cuento de Navidad

Una Navidad en las islas                                                                                                   

viernes, 9 de diciembre de 2011

Murakami blues

Un aeropuerto. Watanabe escucha Norwegian Wood de los Beatles. Una sola canción, tan sencillo y complejo a la vez, encenderá la mecha que hará detonar una bomba de recuerdos y nos adentrará en un relato cargado de anécdota e introspección. 

Tokio blues, aparte de magnífica literatura, es una colección de personajes vivos y completos. Todos ellos se cuentan a sí mismos y ayudan a los demás a explicarse dentro de esta suerte de mapa de Tokio, de los lugares donde la vida tiene lugar. La novela es una combinación de juventud, muerte, filosofía y mundanidad en un cóctel rebosante de positividad.

Es alentador el empeño de Haruki Murakami por mostrar la supervivencia de la inocencia en un mundo voraz. Logra convertir esta obra, camino de búsqueda hacia lo que uno quiere o cree que quiere, en una delicia de ingenuidad y de humor -en los encuentros con Midori alcanza ese divertidísimo contrapunto de hilaridad-. Junto a Watanabe asistiremos a un puñado de citas entre almas desnudas que hacen el amor, que disfrutan de sus pieles y se mueven en un contexto de extraña intemporalidad cuajada de referencias concretas, de música, de libros, descripciones clásicas y poéticas.

Sé que no soy nuevo encontrando un tesoro en este libro. Agradezco su recomendación a Gustavo D'Orazio, quien me brindó con él la puerta grande de entrada al mundo de Murakami, que a partir de ahora seguiré descubriendo con avidez. Y compartiéndolo, espero.

sábado, 3 de diciembre de 2011

El club de los bonsáis muertos

Duele. Sobre todo por el arbolito, pero también por el regalo que en su momento fue. El valor sentimental de las cosas es a veces inconmensurable, y no digamos ya el de los seres. A diferencia de mi pobre tejo, el ficus no era uno de los bultos que mudé de una casa a otra. El tejo finalmente no llegó a adaptarse a su nuevo hogar. Declarado en huelga de estímulos, terminó aliado con el despiadado calor estival, que le ayudó a morir dignamente.

Del ficus dicen que supera todos los apuros y, sin embargo, hoy certifico su defunción. Aunque superó varias crisis y recuperó buena parte de las hojas que dejó caer, un día acabó tirándolas todas. He esperado su resurrección regándolo como a las naturalezas caducas durante el invierno. Pero hoy, con todo el dolor de mi cepellón, no tengo más remedio que declararlo cadáver. Lo que es de la tierra pasará a la tierra. Y aquí, sobre ella, permanecerá su tiesto rectangular de barro esmaltado, apilado sobre el de su predecesor, arrinconado hasta que las raíces de otro arbolito lo habiten. Ojalá.

Allá, en el lugar al que van a parar todos los árboles muertos, los bonsáis son niños mimados y reciben los cuidados y la comprensión que sus propietarios no fuimos capaces de prestarles por estos lares. Algún día aprenderé a criar un bonsái como se debe hacer. Espero que sea entonces cuando sus congéneres del club de los difuntos vuelvan a congraciarse conmigo y con mis mejores intenciones.