domingo, 10 de enero de 2010

Noche blanca

Anoche caminar por la calle tenía su encanto. La nieve crujía bajo cada pisada. El sonido quedaba amortiguado por la nieve, al igual que cada paso. Crujidos en blanco en una noche blanca.

Para apreciar su belleza era necesario abstraerse del nerviosismo de tanta gente para la que los planes debían alterarse. Quien llegó al cine en coche tuvo que dejarlo aparcado y tomar un tren ligero de vuelta a casa. Los llegados en autobús a la casa de unos amigos, necesitaron marcharse caminando, o sobre raíles, o aceptar la hospitalidad de quienes les habían recibido para una visita sin más. Todos querían resolver los frutos de un imponderable.

Pero lo bonito era salir, dejarse encantar por los copos y su caída suave. Gorros de lana, guantes, abrigos con el cuello erguido. Rostros tensos por el frío, velados por el vaho que se escapaba entre labios no tapados por bufandas. Escenas propias de otros territorios, otros países, al menos las de tranquilidad, las de personas parecidas a las que tienen costumbre de vivir nevadas frecuentes.

Pero lo mejor era verse solo, escuchar en el silencio, mirar alrededor y recrearse en la quietud del blanco.

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