martes, 20 de mayo de 2008

Calles secretas

Estoy descubriendo mi enorme interés por la recuperación urbana. No me atrae tanto la proyección de entornos habitables en los que las calles nos llevan de unas casas a otras. Ni tampoco el delineado de planos que esbozan ciudades. Prefiero la recreación de éstas a partir de lo que ya existía y, aunque no lo supiéramos, aún sigue ahí. Podría llamarlo arqueología de superficie.

Tómese una zona en la que hace siglos existieron varios edificios y algunas calles entre ellos. Con el paso de los años esas construcciones se han envuelto y revestido, incluso han cambiado de uso o dejado de tenerlo. Tal vez también por el desuso las calles que las separaban y unían se han cerrado. Puertas y tapias han celado la luz que antes las hacía visibles y, durante mucho tiempo, hemos rozado al pasar sus accesos ocultos.

Muchos calendarios después un nuevo plan urbano o la regeneración puntual de una manzana hace que un par de calles vuelva a abrirse. Y muchos de los que ignorábamos que algún día del pasado a alguien le sirvieron para atajar de un punto a otro quedamos fascinados. Nos ocurre lo mismo al comprobar que una fachada que solo escondía ruinas ha pasado a ser la delantera de una edificación viva otra vez.

Construcciones que regresan a la vida y calles que vuelven a verla pasar. Me abstraigo y sueño despierto que me adentro en uno de esos nuevos accesos y piso su empedrado con zapatos de suela delgada. Un nuevo acceso que, por su antigüedad, no se llamará así. Por fuerza deberá tomar el nombre de travesía, o corredera, o pasaje, o calleja, o incluso angostillo. Como debe ser.

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