martes, 23 de abril de 2013

En el Premio Cervantes

Acudo, ahora que tengo tiempo, a la cita anual que Alcalá brinda a los premiados con el Cervantes. La entrega, como siempre, se celebra a puerta cerrada en el Paraninfo de la Universidad Cisneriana. Los ciudadanos, desde la calle, tan sólo podemos acercarnos a unas vallas que rodean la Plaza de San Diego y, parapetados a nuestro pesar, bien custodiados por ejército y policía, ver pasar a los asistentes.

Llego con la intención de revivir el ambiente que hace unos cuantos años resultaba más cercano y distendido. Pero me temo que hoy todo es tenso y lejano. Muy muy lejano. Dado que no comparto la táctica con que los organizadores alejan al pueblo de este acto y que, por desgracia, debo aceptarlo, decido expresarme acerca de lo que ocurre, aparte de los motivos por los que ocurre. Si las palabras son testimonio de la realidad, pronunciaré realidad.

Recibo como se merece a la comitiva de políticos que va apareciendo, en especial al Presidente de la Comunidad de Madrid, quien se merece toda mi admiración y cariño. Desde el lugar en el que me encuentro no me es posible oír los saludos, también afectuosos, de un grupo de jóvenes que ha logrado llegar cerca de la puerta de la Universidad. Eso les ha costado darse más prisa que yo y tener que dejarse identificar por los policías. Lo que sí puedo escuchar son los comentarios de quienes me rodean, representación creo que fiel de gran parte de los presentes.

"Ahora se quejan estos, pero, anda, que los añitos que hemos pasado nosotros"..., "que grite, que grite, si, total, no le van a oír"..., "éstos son los profesionales del insulto"..., "vosotros, siempre contra el rey y la Iglesia"... A un fotógrafo que, de acá para allá, trata de hacer su trabajo, también le llueve: "por aquí no se puede pasar, ¡haber madrugado si querías estar en primera fila!".

Después de este entrañabilísimo rato, cuando entiendo que ya no puedo sumarme al recibimiento de más asistentes, me retiro y me acerco a la Plaza de Cervantes, donde aprovecho para comprar un libro en la Feria que hoy se ha abierto. Lo leeré, por supuesto, como también leeré a Caballero Bonald, el agasajado.

Una pena que el premiado haya llegado muy temprano a la Universidad y no haber podido verle. Ésa era la imagen que quería traerme a casa. Y una pena también que muchos de los que concurrían ni siquiera se hayan enterado aún de su nombre.

viernes, 12 de abril de 2013

Cartas cruzadas

Decido escribir varias cartas a sendos escritores que estos días me han hecho disfrutar y reflexionar. Entonces, enredando algunos cables en mi cabeza, imagino que, por un error de mi servicio de correo electrónico (o puede que por arte de magia), los mensajes acabarán saliendo y llegando cruzados. Ninguno de ellos terminará en el buzón de entrada de su pretendido destinatario.

Uno aterrizará en el de Lorenzo Silva, de quien, según expreso, acabo de terminar Tierra Firme y Venganza en Sevilla. En un ataque de sinceridad, le confieso que ambas novelas las he tomado prestadas de la biblioteca de mi barrio, aunque le informo de que he querido retribuir su estupendo trabajo (los escritores deben poder vivir bien de su labor literaria, faltaría más) comprándome el volumen de la Trilogía de Martín Ojo de Plata. En esas páginas leeré la tercera y última parte de la saga: La conjura de Cortés.

Otro e-mail lo abrirá Espido Freire. Eso espero. A ella le tocará recibir un reconocimiento muy personal que nace de un encuentro literario reciente en el que pude escuchar palabras magníficas. Le digo que siento que "es de los míos" y que yo también pienso que la ecuanimidad y la justicia son valores superiores. Le felicito por su verbo ágil y preciso, por su claridad de ideas y por su honradez. No entro a valorar sus novelas, pues aún no me he sumergido en su "universo Bevilacqua-Chamorro", aunque me habría encantado decirle que me gustaron mucho Algún día, cuando pueda llevarte a Varsovia y, sobre todo, El cazador del desierto. En fin, quería ser breve y no molestar.

Mi otra misiva digital es para Matilde Asensi, a la que agradeceré su incisiva intervención en el Abril de Cervantes junto a Fernando Marías y las Microlocas (...vaya, no era mi intención convertirlos en el solista y su banda). Le daré mil gracias por activar el despertador de muchas bellas durmientes y ponerle el bocado al caballo de otros tantos príncipes, grises y despistados. Gracias también por añadir un gramo más al platillo de la indignación en esta balanza cuyo mecanismo pretenden amañar unos cuantos. Y gracias, le digo, por aprovechar que sigue habiendo foros como ese para alzar la voz y denunciar. En fin, es terrible que nos hayan robado la voz, que unos cuantos se hayan apoderado de los medios públicos para usarlos a su servicio y el de quienes acechan cualquier oportunidad de manejo, ratería, deformación e impertinencia.

Y hay una última carta, corta pero emocionada, para José Luis Sampedro. Ésta la enviaré por correo ordinario. No me fío de internet para todo lo ligado a la magia verdadera.
 

martes, 9 de abril de 2013

Adiós a Sampedro

El sentimiento de orfandad se convierte en un estado permanente del alma cuando fallece alguien como José Luis Sampedro. En este instante, pocos minutos después de recibir la noticia, parece como si el nudo instalado en mi garganta nunca fuera a disolverse.

Sólo un escritor que conecta tan íntimamente con sus personajes es capaz de hacerlo también con sus lectores de una forma tan estrecha. Ésa era una de las virtudes de Sampedro. Admiraré siempre su sabiduría, su sensibilidad, su sentido del humor, su gran humanidad y su compromiso con la realidad. Siento enormemente que nuestros políticos hayan amargado sus últimos meses con tantas decisiones fatales. A alguien como él ya nadie podía engañarle y, por desgracia, su convivencia con su deteriorado estado de salud se ha hecho algo amarga.

La relación con su enfermedad, sin miedos ni reproches, me ha recordado tanto al Salvatore de La sonrisa etrusca...  Estos días he revivido la lectura de esa grandísima novela a través de Salvia, quien la acabó un día antes de la muerte de su autor... Vaya, hoy lo sé.

Seguiré leyéndole, buscaré en sus palabras el pellizco de la experiencia más amorosa y siempre encontraré en ellas el más hermoso ejemplo vital.
 

viernes, 5 de abril de 2013

El sur, salvaje y brillante

He visto Bestias del sur salvaje y todavía estoy en el estado entre maravillado y emocionado al que esta película te conduce.

Con la única luz cambiante de la pantalla es complicadísimo tomar notas en una sala de cine, pero de vez en cuando lo hago. Ayer no me olvidé de mi libreta y decidí que iba a utilizarla. Mi primera anotación, muy al principio del metraje, fue: "lirismo apabullante".


Cuando una película comienza así es difícil mantener el tono sin desgastarlo o abandonarlo. Esta suerte de cuento sobre las gentes que habitan 'La bañera', un lugar del sur de Luisiana condenado a desaparecer, te lleva hasta el fango y la miseria, pero también te eleva hacia el fenomenal cielo de ese "universo que depende de que todo encaje'".

Ésas son palabras de la pequeña Hushpuppy, dentro del monólogo interior con el que narra desde la más profunda y orgullosa dignidad y da voz a los anhelos de quienes luchan por dotar de sentido a su vida desde su nada favorecido lugar en el mundo. Esta niña, Quvenzhané Wallis, es todo un hallazgo. Ojalá llegue a una madurez actoral apreciable y nos regale grandes interpretaciones.

Sobre el resto de los detalles de esta película se podría escribir largo y tendido y, con seguridad, en clave poética. No deja de ser una extensa poesía visual y sonora. Bestias del sur salvaje se disfruta desde la sensibilidad más abierta y generosa.

jueves, 4 de abril de 2013

Entre platos

Tengo un muy grato recuerdo de aquella película en la que dos amigos recorrían una región vinícola de California y probaban los caldos de la zona mientras se debatían entre peripecias sentimentales varias.

Hoy no estoy Entre copas sino, más bien, entre tazas, fuentes, soperas, teteras, azucareros..., pero, sobre todo, platos. Muchos platos. Lleva su tiempo desembalar una vajilla. Ésta ha llegado dentro de tres pesadas cajas que, a su vez, guardan otras cuantas más. Es chocante que un envoltorio de tosco cartón no sólo contenga sino también proteja objetos tan delicados. Pocas veces se tiene ocasión de ir hallando piezas, extraerlas de una en una sin saber cuál te encontrarás en cada momento, aparte de intuirla por la forma de su embalaje. Podría ser como la suerte de un arqueólogo. La misión ahora consiste en sacar a esta gran familia de su carruaje de papel para darle acomodo en uno de vidrio y madera.

Porcelana blanca con filos plateados y decoración rayada en los bordes. Fina, sí. Me persigno mentalmente (de forma inventada) para no hacer cacharritos. Reúno a cada oveja con su pareja y descubro que los platos llanos y los bajoplatos son iguales..., imposible diferenciar unos de otros, a pesar de haber llegado empaquetados por separado. Tras varios usos y no menos lavados acabarán mezclados.

Admiro la gran capacidad de las tazas. En ellas podremos tomar un buen té cuando se tercie. La salsera recuerda en parte a una concha de Nautilus, al igual que la lecherita, ambas con una elegante asa. Las fuentes, ovaladas, quedarán bonitas recostadas en la parte trasera de la vitrina, contrastando con el tono entre castaño y caoba de la tabla. Y más platos: hondos, de postre, de café,...

Aquí sigo, provocando este tintineo necesario. También dentro de mi cabeza.